Feminismos se escribe en plural
Los movimientos feministas han jugado un papel fundamental en la conquista de los derechos de la mujer, pero algunos de estos feminismos se han radicalizado
No se atiende sin cita previa
El siglo XX pasará a la historia, entre otros motivos, como el siglo de la mujer. En la pasada centuria las mujeres (hablamos, claro está, de las occidentales) conquistaron derechos sociales, jurídicos y políticos que hoy se consideran básicos pero que en otras épocas resultaban ... inimaginables. El sufragio universal es sólo uno de ellos. Sin salir del ámbito de nuestro país, conviene recordar a nuestros hijos que el derecho al voto de las mujeres fue reconocido por primera vez en la Constitución de 1931, y que hasta los años 70 del pasado siglo una mujer casada no podía abrir una cuenta corriente o viajar al extranjero sin la autorización del marido. Afortunadamente el sexismo institucionalizado que llevaba a discriminaciones por razones de sexo se ha superado o está en vías de hacerlo. Resulta difícil encontrarse hoy a alguien que defienda públicamente, a la más pura esencia del manual de la perfecta casada católica de Pilar Primo de Rivera, los papeles sexuales tradicionales y estereotipados consistentes en que los hombres ganan el sueldo para mantener a la familia mientras que las mujeres se quedan en casa para cuidar a los hijos y administrar el ámbito doméstico (sin olvidarse, naturalmente, de proporcionar alicientes al marido).
Los movimientos feministas han jugado un papel fundamental en esta conquista de los derechos de la mujer, y todavía continúan haciéndolo. Sin embargo, algunos de estos feminismos se han radicalizado y, cuando alguna de sus representantes ha tenido responsabilidades de gobierno, han tomado medidas que no sólo atentan contra el sentido común sino también contra algo tan importante como el Estado de Derecho y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Conceptos como el de paridad, discriminación positiva o cuota de género ofenden a muchas mujeres, muchas de ellas feministas, aunque pertenecientes a otro género de feminismo. La actual ley de la violencia de género no sólo otorga más credibilidad a la palabra de una mujer que a la de un hombre, sino que acaba con uno de los fundamentos del derecho penal: la presunción de inocencia. Sin hablar de la política cultural del actual gobierno, cuyas subvenciones (al cine, por ejemplo) parecen dictadas por el Ministerio de Igualdad y no siempre responden a criterios como el de calidad.
Se comprende que el piropo o la mirada del macho «conquistador» pueda resultar ofensiva a algunas mujeres por lo que tiene de «objetivación sexual», de identificación de la mujer con su yo físico. Alabar por guapa a una mujer cuando lo que está en juego son las aptitudes o capacidades intelectuales para desempeñar un trabajo, no es un cumplido sino una forma de rebajar a la interpelada. Muchos de estos piropos pueden resultar inapropiados o de mal gusto, pero de ahí a criminalizarlos, como parecen pretender algunas feministas radicales, hay un gran paso. Y si hablamos de mal gusto, creo que podremos decir algo acerca de algunas manifestaciones de ciertas feministas que parecen competir con los hombres en expresiones chabacanas y soeces. Baste como ejemplo el tema Zorra, interpretado por Nebulossa, y que va a representar a nuestro país en Eurovisión. Con lo pegadiza que es, seguramente pronto veremos a nuestros niños tarareando eso de «Ya sé que soy sólo una zorra…»
Existe un feminismo que parece que sólo pretende que las mujeres emulen a los hombres y sean tan agresivas como ellos, porque suponen que la agresividad (y no otras cualidades como el carisma, por ejemplo) conduce directamente al éxito en ámbitos como el de la política o la economía. Las feministas más radicales sueñan incluso con una vuelta a una antigua sociedad matriarcal en la que se sustituya definitivamente la supremacía masculina por la femenina.
Pero hay otras maneras de entender el feminismo. Hay mujeres feministas que huyen del habitual tono enfurecido y hostil de estos movimientos y se enorgullecen de sus cualidades «femeninas». Priscilla Cohn, por ejemplo, quien escribe que «si es verdad que las mujeres han sido ‛socializadas' al punto de creer que son seres amantes, compasivos, amables, preocupados por el bienestar ajeno, etc., ¿por qué no sentir más bien orgullo de que algunos seres humanos puedan comportarse de tales modos?» En vez de masculinizar el mundo, ¿por qué no lo feminizamos? ¿Por qué no «adoctrinamos» también a los niños en el ejercicio de «virtudes femeninas» como la ternura o el altruismo y así quizás viviríamos algún día en un mundo mejor y más pacífico? Como concluye Cohn, «la adopción de una actitud de cuidado y afecto para con el prójimo y también respecto al medio ambiente representaría un paso importante para ayudar a resolver muchos de los problemas que los seres humanos tienen planteados».
Ver comentarios