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Constantino Molina

Tristeza de vendimia

«A ver qué hacemos ahora si nos falta alegría y el vino triste no se vende bien»

La vendimia, de Francisco de Goya

POR CONSTANTINO MOLINA

Ayer estuve vendimiando y hoy escribo esto desde la calle Goya de Madrid. El contraste y la perspectiva me permiten afirmar lo siguiente: la vendimia en La Mancha se ha vuelto muy aburrida .

Desde que a las viñas les han puesto brackets a la vendimia le da cosa sonreír . Es como esa gente que estrena una boca llena de alambres (yo estoy pensando que lo mismo me los pongo el día que empiece a cobrar por mis artículos) y que ya no sabe cómo reírse. Con la vendimia ha pasado igual, han llenado las viñas de hierros y de alambres y se ha perdido la alegría.

Por los campos quedan pocas cuadrillas de vendimiadores. Casi todo son máquinas , máquinas que zarandean las cepas y van absorbiendo la uva para expulsarla después sobre un remolque, como la aspiradora que ingiere el polvo y lo mete en su vientre con cierto desprecio. Entonces, si además de la alegría le quitamos el cariño a la vendimia, estamos perdidos .

En el mundo del vino es fundamental la mitología. Entre una botella de vino de 10€ y otra de 100€ no existe una correlación que lleve a quien lo bebe a sentir en su paladar un placer diez veces superior. Sólo existe una correlación basada en la mitología. Es decir, la botella de 100€ tiene detrás de sí un entramado narrativo en torno a su elaboración diez veces más mitológico que la de 10€. Y esa mitología se basa en el cariño. Eso es todo.

La vendimia, de Francisco de Goya

Hay enólogos que se empeñan en que su vino nunca entre en contacto con el metal o en que no se trasiegue por métodos mecánicos. Otros quieren que la uva crezca junto a hierbas aromáticas o que sus botellas reposen en el fondo del mar durante un año. En La Mancha los enólogos no se suelen poner tan estupendos porque la mayor parte del vino se vende a granel y son otras latitudes las se encargan de inventarle una mitología.

En La Mancha lo único que ha habido siempre es mucha alegría en la vendimia. En las cuadrillas había de todo: hombres, mujeres, menores, medianos y pensionistas (unos por viejos, otros por cojos y algunos por las dos cosas). Todos tomando ibuprofeno para el dolor de riñones y agua con anís para engañar a la sed. Todos doloridos. Todos contentos. Y eso se notaba en el vino . Por cada 1000 litros de vino manchego 900 venían del mosto, 2 del sudor de los vendimiadores, 1 de los insectos que acaban en el remolque y el resto venía de alegría. A ver qué hacemos ahora si nos falta alegría y el vino triste no se vende bien. Habrá que plantearse el ludismo o poner a un ejército de coachs a cargo de las máquinas.

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