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Las maletas de la felicidad

Maribel aprovecha sus viajes de ocio a países con necesidades para llevar maletas desechadas por otros viajeros y que esta toledana llena, principalmente, de ropa

La vieja maleta con material que Maribel ha llevado este año a un orfanato de Nepal Arturo Ortega

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El 17 de noviembre María Isabel Pérez (Toledo, 1964) viajará a Adelaida (Australia) para animar a su hijo, Jorge, en los Campeonatos del Mundo de Salvamento y Socorrismo de este año. «Allí son ricos, no necesitan esas cosas». Ropa, cuadernos, bolígrafos, material para coser, gafas, cuerdas... son «esas cosas» a las que se refiere Maribel, como la conocen en su casa.

Esta mujer está convencida de que en el país de los canguros no hay pobreza, como sí sucede en otros destinos a los que Maribel viaja por placer. Unas aventuras que esta toledana de 54 años aprovecha también para llevar prendas de abrigos, principalmente, a orfanatos, escuelas y campamentos de refugiados. «Pero yo no soy una ONG; voy de vacaciones y el viaje me sirve para llevar ayuda», aclara con rapidez, como para quitar importancia a sus acciones.

En 2006 recibió un correo electrónico desde Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en el que pedían voluntarios para llevar medicamentos desde España a Rusia. Y Maribel se ofreció. Desde entonces, esta funcionaria de la Universidad de Castilla-La Mancha aporta su granito de solidaridad cuando viaja al extranjero «por placer» —recalca otra vez—. Etiopía, Tanzania, México, Cuba (tres veces), Polonia, Estonia, Cabo Verde, Kenia, Marruecos, Perú, Nepal (2) o al campo de refugiados Zaatari , en Jordania, son algunos de los destinos a los que Maribel ha llevado un chute de altruismo, aunque algunos les parecerá poco.

Otra oportunidad

Ese pequeño cargamento de ropa, cuadernos, gafas o bolígrafos lo traslada dentro de su propio equipaje, repartido entre sus ropas. «Siempre que llevo 30 kilos en mi maletas con ropa mía regreso con la mitad, porque la gente me pide, sobre todo, mi ropa de abrigo. Y también se quedan con mis bolsas de aseo», explica Maribel, quien contacta antes con Acnur para que le faciliten algún enlace en hospicios u otras instituciones donde puedan necesitar su ayuda.

En las montañas de Simien, en Etiopía Arturo Ortega

En muchas ocasiones lleva maletas que otros viajeros, conocidos suyos, ya han desechado por viejas o rotas. Porque Maribel da otra oportunidad a ese equipaje maltrecho en el «primer mundo», que lo traslada a esos países pobres que visita y lo deja en manos de personas que sabrán sacarle partido a un elemento que otros ya han «jubilado» irremediablemente.

La última maleta ha sido una azul oscura, usada por un viajero para su equipaje de mano, que había recorrido ya más de 100.000 kilómetros y cuyo penúltimo servicio fue un viaje de ida y vuelta al parque temático «Puy du Fou» en Les Epesses (Francia) el pasado junio.

Aprovechando que iba de vacaciones a 8.000 kilómetros de su casa en Toledo, Maribel llenó todo lo que pudo esa maleta, con unas dimensiones de 56x40x20 centímetros: ropa de invierno que le pidieron para niños de 12 a 18 años, cuadernos y bolígrafos. Como no se fiaba, la aventurera amarró las cerraduras con bridas para evitar sorpresas hasta llegar a su destino, un orfanato de la Fundación Umbrella en Kantmandú (Nepal). Guardaba un contacto telefónico en su aplicación de WhatsApp porque ya había realizado una operación parecida en 2011 y el director del orfanato, Kyle Mohamed fue a recoger la maleta al hotel de Maribel.

En Fez, Marrruecos Arturo Ortega

Echando la vista atrás, recuerda otro viaje al campamento de refugiados Zaatari, en Jordania, frontera con Siria, donde le pidieron sábanas y toallas. «Y llevé un montón de cada cosa, fue muy gratificante», evoca. Tanto o más cuando cargó hasta Etiopía con decenas de gafas graduadas usadas, metidas en varios táperes. Allí también vivió una impactante anécdota con una mujer que estrujaba leña para cargarla a sus espaldas. «Le di unos trozos de cuerda para que pudiera atarla y no se me olvidará su expresión de sorpresa, porque logró llevar el doble de leña y parecía como si le hubiera solucionado la vida con esos cachos de cuerda... Son esas cosas con las que te quedas». O, en la Riviera Maya (México), cuando llevó un mes de agosto los zapatos que le pidieron para limpiarlos y regalarlos en Navidad a personas necesitadas.

¿Le reconforta todo eso? «Sí, me siento bien. Cuando veo que los niños me cantan y me piden caramelos..., como en Fez (Marruecos). Allí me sentaron en un aula para agradecerme con cánticos las cosas que les llevé. Los niños son los que más me implican a seguir haciéndolo», asegura Maribel, quien también colabora en España con organizaciones cuando le piden un gesto, una ayuda, una mano tendida.

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