Francisco Carmena y la vanguardia plástica en Castilla-La Mancha

La aportación de nuestra región a las vanguardias, tanto literarias como visuales, ha sido y sigue siendo importante. Hay episodios en que se interaccionaron creadores autóctonos con artistas y movimientos que llegaron de afuera: es el caso del Postismo (y su conexión ciudadrealeña a través de Ángel Crespo), del realismo mágico (impulsado por Carlos de la Rica desde su Toro de Barro) o de la llamada 'escuela de Cuenca' (el impacto de la colección Zóbel y el museo, con la consiguiente capitalidad del abstracto español). Otros episodios operaron como desembarcos foráneos atraídos por la carga simbólica y monumental de nuestras ciudades, así, la Orden buñueliana de Toledo, con nombres como el propio Luis Buñuel, su gran condestable, Dalí, Lorca, Garfias, Moreno Villa, María Teresa León, Rafael Alberti o María Luisa González, entre otros. Y a la inversa, en las dos escuelas realistas de Vallecas, la prevalencia de los nombres de Castilla-La Mancha, desde el gran Benjamín Palencia, que han renovado la figuración española en el siglo XX.

Tras la puesta en marcha en el campus de Cuenca de UCLM de la Facultad de Bellas Artes, en el arco que une los siglos XX y lo que llevamos de XXI, han surgido nuevos nombres que, desde la pluralidad y máxima libertad creativa, están impactando en el arte, el audiovisual y hasta en el show bussiness (cómo no recordar aquí a esos renovadores del humor patrio del grupo Chanante). Francisco Carmena Sánchez (Toledo, 1996), graduado en 2018, es la más reciente muestra de la sensibilidad vanguardista contemporánea desde nuestra tierra. Afincado en Cuenca, expone estos días su obra reciente bajo el título de Lumen en la sala La Celda, de la galería y tienda de arte Trazos, en la capital conquense.

Sus acrílicos sobre lienzo recuperan el aroma de entreguerras del siglo XX, con una nueva mirada (y pensada) sobre el gran De Chirico muy explícita, que incluye homenajes como una recreación de su célebre guante de fregar adosado a una estatua abatida. El pop, en un sentido amplio, que incluye el cómic y el neón urbano trasplantado a desolados paisajes postapocalípticos, se funde con un anclaje surrealista y un exquisito (y virtuoso) naturalismo en la reproducción de animales, frutas y plantas.

Este mundo posthumano, esta prefiguración de lo que puede venir o suceder tras la era distópica en que habitamos, contiene también sus guiños de humor y de ironía, componentes importantes de toda verdadera vanguardia. Ecos de Lovecraft, de Ballard o de Philip K. Dick, ese lado de metáfora moral que subyace a la SF, se rastrean en estas sorprendentes pinturas de Francisco Carmena, un artista toledano que vive y que crea en Cuenca. Su pintura conecta con otro nombre ilustre, el del genial valdepeñero Gregorio Prieto, visionario, innovador, futurista, que apadrinó a los manchegos rompedores más jóvenes, como Crespo o Nieva, en su aventura postista, desde la autoridad que le daba su etapa romana de los años 20 y su amistad con los Chicharro, padre e hijo. Como Prieto y el ya mencionado De Chirico, la escultura clásica, toda esa belleza grecolatina que (aun derrocada) transmite belleza, reaparece también en el arte de este joven toledano.

Con artistas como Francisco Carmena, la vanguardia sobrevive y se renueva entre nosotros. Es toda una promesa de futuro y una realidad presente.