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ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de Santo Tomé (7): Un litro de aceite y sobrará

«Mi madre no era cocinera de libro, ella tenía su propio libro en la cabeza y en el corazón»

H. BARRERO

POR HILARIO BARRERO

Mi madre no es que fuera una cocinera de primera, pero cocinaba muy bien y eso que en mi casa era corriente sentarnos diariamente a la mesa quince personas. Esto, sin contar los cumpleaños, las navidades, los bautizos, las Semanas Santas en las ... que a veces éramos hasta veinticinco. Para mí hacer una tortilla es todo un ceremonial y me supone un gran trabajo. Ella hacía dos tortillas, una sin cebolla y otra con ella, mientras que nosotros poníamos la mesa, nos lavábamos las manos y terminábamos de hacer los deberes. Eran famosas las patatas viudas y un estofado (todavía puedo saborear el amargor de las alcachofas que eran lo que más me gustaba) que hacía a veces y que desprendía un olor que alimentaba. La paella de los domingos era todo un ritual . En Toledo abrían las pescaderías por las mañanas del domingo para poder comprar pescado fresco ya que el uso del frigorífico no era normal. Mi madre después de haber ido a misa iba la calle de las pescaderías, cerca de la calle Hombre de Palo y compraba cangrejos, calamares, chirlas, atún, voladores, aceitunas, pimientos morrones… Llegaba a casa y preparaba todo y llamaba por teléfono a mi padre para decirle: «Voy a poner el arroz, en veinte minutos te esperamos». Mi padre a veces se retrasaba y el arroz, decía mi madre, se pasaba. Nosotros la ayudábamos a poner la mesa en el comedor. Los días de 'diario' comíamos en la cocina, que tenía una mesa enorme donde cabíamos doce personas. La paella, no importaba que estuviera pasada, nos sabía a gloria.

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