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ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Berlanga en Cuenca

La España de sus películas sigue vigente al cumplirse cien años del nacimiento de un genial cineasta que tanta vinculación tuvo con la ciudad de las Casas Colgadas

Buñuel, Saura y Berlanga en Hoz del Huécar (Cuenca), en 1960 ABC

POR ANTONIO LÁZARO

Le llegó a Luis Berlanga el centenario y la respuesta de nuestra cultura demuestra la revitalizadora vigencia de las tres Bes, lo mejor de la cinematografía española, que compone él junto con Buñuel y con Bardem. Como ha escrito Inés París, su España (como la de Celestina, el Lazarillo, Cervantes, Goya o Valle-Inclán) sigue en muchos aspectos vigente , a poco que se rasque una pátina tan digital como evanescente.

Traté bastante en mi infancia, juventud y primera madurez a Luis y a su familia. Mi padre, José Lázaro, fue su abogado en Cuenca (la familia tenía sus orígenes en la Valencia castellana, Camporrobles y Utiel) y algunas propiedades e intereses en mi provincia natal. Ya mi abuelo Santos había sido abogado de su abuelo Fidel y de su padre José, senador republicano condenado a muerte tras la guerra incivil. José Luis, primogénito de Luis, tuvo el entrañable gesto de hacernos sentar a mi hermano Pepe y a mí en la fila de los familiares en el duelo por su padre en la Academia del cine, en la triste ocasión de su muerte. Me ha parecido interesante recordar y compartir ahora algunas escenas de esa inolvidable relación.

Vienen a mi mente algunos viajes a Madrid, acompañando para gestiones relativas a los Berlanga. En la desaparecida cafetería Dólar, Alcalá con Gran Vía, y mientras llegaba el genial director, mi padre me contaba historias de Chicote y de los tablaos madrileños, que le encantaban . Luego, esperando en el exterior de la casa de Somosaguas a que acabaran la reunión, yo (apenas adolescente) jugaba al basket con los hijos: Jorge (al que luego trataría más por nuestra común vocación literaria) y Carlos. Los dos, prematuramente desaparecidos y los dos con una obra muy interesante acreditada en literatura y música, respectivamente.

La cordialidad extrema y unos ojos en permanente sonrisa (entre la indulgencia y el sarcasmo), la grata presencia de Luis Berlanga, fueron una episódica constante en mi familia. Guardo su imagen emergiendo de un 600 en el Puerto de Cabrejas cuando hubo que rescatarlo en uno de aquellos nevazos de hace medio siglo . Y mostrando nuestra bella ciudad a Michel Piccoli, al que le unía una gran amistad desde el rodaje de “Grandeur nature”: se alojaban en el Hostal Cortés. En el arranque de mi vocación literaria, le mandé un cuestionario que titulé “Berlanga, cineasta de la bondad” con destino a la revista Perfil, del Instituto Alfonso VIII. Él lo modificó, cortés pero enérgicamente, por “cineasta de la crueldad” . Pensándolo ahora con perspectiva, entiendo que mi titular no era tan naif y que ambas denominaciones son veraces e incompletas, ya que marcarían los dos periodos esenciales de su filmografía, antes y después de la colaboración con Azcona.

Sus visitas a Cuenca capital creo que se hicieron más frecuentes en el periodo en que puso en marcha, junto al empresario y exhibidor de cine Recoder, una piscifactoría en los aledaños del río Cabriel, lo que incrementaba el volumen de gestiones y papeleo (Icona, empleo, todo eso). Recuerdo alguna comida en nuestra casa, con justas alabanzas al buen hacer gastronómico de mi madre, Toñita, y en el restaurante Togar, cuando aún se exhibía disecada en una vitrina sobre la barra a la Gran Trucha (¿por cierto, qué fue de ella?).

Siempre me he preguntado cómo, teniendo tantos vínculos con Cuenca y la región, Berlanga nunca localizó en ella ninguno de sus rodajes

Siempre me he preguntado cómo, teniendo tantos vínculos con Cuenca y con la región, Berlanga nunca localizó en ella, ni en todo ni en parte, ninguno de sus rodajes. Su humor, además, tenía altura intelectual, finura, pero también una socarronería que conectaría con el humor popular autóctono de Mancha y de Manchuela . Recuerdo a mi padre intentando conseguir ante el Icona conquense el buitre de la secuencia final de La vaquilla, pero los productores de Luis lo encontraron antes en otro lado. O a su hermano mayor, Fidel Berlanga, mi añorado maestro y amigo, contándome cómo juntó en cierta ocasión en su Venta de Contreras a Luis y al escritor José Luis Sampedro para tratar de una posible adaptación al cine de “El río que nos lleva”, la gran novela sobre los gancheros; un proyecto que no llegó a cuajar.

Cuando su hijo Carlos, líder junto con Alaska de Los Pegamoides, empezaba a triunfar, Luis me contó (bordeando una tarde el Parque de San Julián, rumbo al Casino) que se había infiltrado de incógnito en alguno de sus conciertos y que se quedaba enfundado en unas gafas oscuras en las penumbras del fondo de la sala. Era un tipo bohemio pero superfamiliar , un gran padre de familia. Compartía con Buñuel este aspecto, que hacía compatible (como sucedía con el director de Calanda) con su interés, pasión casi de entomólogo, hacia el erotismo, esa pulsión que nos hace, deshace y rehace como humanos. Con Jorge, que cambió la oceanografía por la filología, hablábamos de maestros como Agustín García Calvo (que a él le dio clase en el aula y a mí, en cafés como Arranz y la Manuela). Él tradujo e introdujo al gran Bukovski en nuestras letras, co-ecribió esa obra maestra de guión titulada “Todos a la cárcel” (vigencia total) y trató de insuflar glamur a la Mostra de cine valenciana , que dirigió un tiempo. Recuerdo que me pasó una receta vitamínica antirresacas infalible en una cervecería por la glorieta de Quevedo.

Con José Luis, el primogénito, director y productor de cine y tv, tuve el gusto de colaborar como documentalista en su serie televisiva el año del centenario de la primera edición del Quijote. Recientemente, se ha reinventado con un estupendo restaurante junto al Retiro, que se llama precisamente Berlanga y cuya paella es una experiencia de esas que marcan un antes y un después.

Recuerdo a mi padre intentando conseguir ante el Icona conquense el buitre de la escena final de 'La vaquilla'

Cuenca le rindió merecido homenaje a Berlanga en su Semana de Cine. Gonzalo Pelayo (o 'el cine en Cuenca') lo promovió . Gonzalo, una gran pérdida al comienzo de la pandemia, es como si se hubiera criado en una cabina de proyección. Hacía del cine una fiesta y de la fiesta un cine. Provenía de la época del sindicato vertical y coincidimos en la gestión cultural y deportiva en la Junta. Era un liberal profundo y siempre lo había sido. Nada que ver con ciertos falangistas tardíos culturetas, que impostaban la voz para perorar y dar lecciones de afirmación progresista en los coloquios de cine fórum. Armamos juntos en 1997 el Centenario del Cine en Castilla-La Mancha y desde entonces, ya no paramos de colaborar, disfrutando siempre de su cinefilia, don de gentes y buen humor. Su imagen, entrañable, irrepetible, se superpone en mi recuerdo a la de Philippe Noiret en “Cinema Paradiso”. Como a Bardem, como a García Sánchez, como a tantos otros directores de cualquier tendencia, Gonzalo Pelayo recibió y agasajó en Cuenca al gran Berlanga.

La literatura y el cine son, como todo arte, muy darwinistas. Para un proyecto que ve la luz, que sale, decenas se quedan en tinteros, cajones, disquetes, discos duros o nubes. Es así y por eso no me importa mencionar dos proyectos míos que intenté mover en su momento y que contaron con el impulso de Berlanga. Así, la biografía apócrifa del gran cómico manchego Luis Esteso “El rey del hambre y de la risa”, que envié a Tusquets cuando Berlanga dirigía la colección “La sonrisa vertical” y que no tuvo cabida en las líneas de la editorial. Y un guión, sobre un poeta preso de la inquisición (“Inmurado”), premiado por la Comunidad de Madrid en su formato teatral, pero que no encajó en la productora de José Luis Olaizola. Nunca olvidaré el apoyo en ambos de Luis , aunque no fructificaran.

Cien años de su nacimiento y su cine no deja de crecer . Algunos críticos jóvenes hacen foco ahora en sus películas consideradas menores, como “La Boutique”. Berlanga era grande, incluso en horas bajas. Desde la ciudad de la roca y los dos ríos verdes, ¡viva Berlanga!

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