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Constantino Molina - OPINIÓN

Los avergonzados

«Sería maravilloso que el día 2 de octubre una ola de rubor subiera a los rostros de los actores políticos del asunto catalán»

POR CONSTANTINO MOLINA

Lo dicen los ministros, la vicepresidenta y el presidente. También lo dicen los consellers, el vicepresident y el president. Aquí todos están avergonzados. Todos se avergüenzan, ¿pero de qué? Por lo visto los unos de los otros y los otros de los unos. Parece ser un asunto de vergüenza ajena, claro.

Son constantes las declaraciones por ambas partes en las que se reitera en ello: «siento vegüenza», «es vergonzoso», «me parece una absoluta vergüenza» o «quina vergonya» se puede escuchar estos días en sus apariciones televisivas, entrevistas y ruedas de prensa.

Se acusan de abusos represivos, de fascistas y de manipulaciones ideológicas recíprocamente . Sienten vergüenza, dicen, pero yo no veo rubor por ningún lugar y eso me hace poner en duda la autenticidad de sus afirmaciones. El rubor, lo sé porque soy un tímido reformado, es la prueba más veraz del sentimiento de la vergüenza. Y yo por aquí no veo nada de rubor. Nada de gestos apocados, rostros enrojecidos o palabras entrecortadas. Lo único que veo es algo parecido a la ira o al menosprecio, a un «ya me estás tocando mucho los cojones» y una intención de denostar al contrario.

Y aquí está el genoma del asunto: cada vez que escuchamos a Puigdemont o a Soraya Sáenz de Santamaría afirmando que sienten vergüenza, en realidad, lo que pretenden decir, es que el comportamiento o la declaración de su oponente es para que alguien sienta vergüenza, aunque ellos no la sientan, en un ataque encriptado con la lengua de la formalidad y en el que sólo se pretende humillar con sutileza al contrario –sí, en el tema catalán desgraciadamente ya hablamos de contrarios- y manifestar la ira con disimulo.

Estos últimos días asistimos a un baile de máscaras del lenguaje y a un desfile de orgullos. También hay mucha contención y mucho pulso, y hasta el 1-O nadie sabrá qué brazo será el que se tuerza antes y si el baile de máscaras echará el cierr e para hablar con más franqueza, o mejor dicho conversar, que ya sería bastante. Pues hasta ahora se habla pero no se conversa, ya que entre dos monólogos discordantes el único diálogo concebido es una bolsa de gas en la que cada uno aporta su chispita de fuego al asunto.

Sería maravilloso, un espectáculo digno de ser aplaudido, que después de dicho pulso, el día 2 de octubre, una ola de rubor subiera a los rostros de los actores políticos del asunto -qué asunto apasionante el asunto catalán; joder con la Historia de España- y asistiéramos así a un hecho revolucionario: verlos sentir vergüenza en lugar de ira.

Qué sentimiento tan noble el de la vergüenza, el tomar conciencia de los errores y saberse imperfecto como todo en esta vida viene, de manera sublime e irremediable, a serlo. Qué revolución hermosa sería la del rubor , revolución roja como siempre lo son las revoluciones. Revolución de claveles en los rostros encendidos y banderas teñidas de carmín ruborizado.

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