Andrés Sánchez Magro: «Mis bares en Toledo son Ludeña, El Dolar y La Rubia»
Juez y crítico gastronómico y de vinos, ha publicado un libro que es la crónica de «un viaje por los rincones e historias tabernarias de cada provincia» con más de 800 referencias
Toledo
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Iniciar sesiónAndrés Sánchez Magro (Toledo, 1965) concibe el bar como «un centro de reunión y un hecho diferencial respecto a otros países». Y, a continuación, dicta lo que bien podría ser un manifiesto: «En España la gente siempre ha ido al bar como un sitio ... donde juntarse, una casa de acogida, no sólo un lugar donde comer y beber. Lo que eran las tabernas, las tascas, van evolucionando y hay otras decoraciones en pos de la profesionalidad y de un servicio más rutilante, pero no quiero que se pierda como centro de reunión. Y está pasando, sí. ay sitios, por ejemplo, en los que ya no se practican las barras y funcionan incluso con reserva. Eso es la antítesis del bar. De hecho, todo español tiene su bar. Y en los pueblos pequeños es el pegamento. Es como decir: 'Ya estoy en casa'. En un mundo ruidoso, pero a la vez solitario con las comunicaciones cibernéticas y las redes sociales, el bar es humanidad, es piel, es gente de verdad».
Magistrado titular del Juzgado de lo Mercantil número 2 de Madrid, Sánchez Magro se describe como un hombre con «mucha inquietud», al que le gusta «leer, viajar, comer y beber y la gente y, además, vivo solo, por lo que tengo la libertad de hacer lo que quiero». De ahí que gaste, o mejor, invierta el tiempo que le sobra del despacho en la crítica gastronómica y de vinos, publicando sus artículos en diversos medios de comunicación. Y en escribir libros como 'Bares de España: especies protegidas. Un viaje por los rincones e historias tabernarias de cada provincia' (Editorial Almuzara), donde «más que un inventario de bares, aunque salen más de 800, es un recorrido por todas las capitales de provincia, más Ceuta y Melilla, yendo a mi aire y contando los entresijos, los personajes e incluso mi mirada de la ciudad».
El proyecto le ha llevado «cinco meses» y su autor confiesa que en cada lugar «tenía un cicerone, un cómplice, que podía ser un compañero de trabajo, un periodista, un taurino o una exnovia». En cualquier caso, un anfitrión «que conocía bien los bares de la ciudad». La idea surgió porque «escribí 'Tabernas de Madrid', una radiografía desde las más antiguas a las más modernas, también para Almuzara, que ha funcionado muy bien, va por la segunda edición, camino de la tercera», y se quedó con las ganas de ampliarlo al resto del país.
«La mitad de los bares ya los conocía. Al final, llevo toda la vida viajando por la gastronomía y el mundo del vino. Por ejemplo, voy a Badajoz y sé que está el 'Galaxia', al que he ido mil veces, o 'Rausell', en Valencia, pero ha habido otra mitad que me ha sorprendido, como ir de vinos por Orense o Melilla y Santa Cruz de Tenerife, que igual me han fascinado», revela.
Si se acota el espacio a Castilla-La Mancha, el crítico gastronómico reconoce que, «siendo honestos, es una región que aparentemente no tiene un gran gancho». Sin embargo, «hay mucho de todo y mucho por descubrir. Me ha sorprendido Ciudad Real, que tiene muy buenos bares; qué voy a decir de 'La Ponderosa', en Cuenca, uno de los mejores de España sin duda; en Albacete está 'Las Rejas', con una barra maravillosa; en Guadalajara me lo pasé bomba...».
¿Y Toledo qué? «Me gustan especialmente el 'Ludeña', que es un mítico, las carcamusas de mi infancia; 'El Dolar', en Santa Bárbara, con una casquería excelsa, y 'La Rubia'».
Nacido en el Casco Histórico, en la Maternidad de San Juan de Dios, «entre la sinagoga del Tránsito y Santa María la Blanca», Sánchez Magro recuerda que «luego fui a verlo de adolescente, antes de que lo cerraran, y era de esos sitios antiguos, con las enfermeras con cofia». Y apunta: «Soy toledano y no reniego para nada de la ciudad, mis padres viven todavía allí, aunque he echado los dientes en Madrid».
El libro se presentó la semana pasada en Toledo, en el Palacio de Benacazón, en un acto organizado por la Academia de Gastronomía de Castilla-La Mancha. El académico de número José María San Román Cutanda se encargó de glosarlo: «Este libro está hecho para el aficionado, para la persona de a pie, para el curioso. A todos ellos, lejos de aburrirlos con rutas o reseñas frías o mecanizadas, les ofrece una visión vivida y vivencial de cada uno de los locales que recomienda, entre cuyas bambalinas traza y acuña retratos vivos de la gente que da alma a esos rincones, desde el camarero veterano hasta el parroquiano fiel. A modo de bitácora sentimental, este libro nos muestra por qué estos lugares son 'especies protegidas', pequeñas islas de socialización y memoria frente al ritmo impersonal de la vida posmoderna. Un itinerario sentida y marcadamente emocional, que como su propio autor confiesa es 'deliberadamente arbitrario', que congrega un nuevo oficio que su autor, desde la genialidad, crea de la nada: el de arqueólogo tabernario, desde la ofrenda a esas musas laicas de barra metálica y gélida cerveza acompañada de generosa tapa para el hambriento de los requiebros de esa maldición llamada 'pan nuestro de cada día', desde esas atalayas construidas de vivencias y costumbres hacedoras de la unidad imprescindible, del punto de oro que llamamos 'bar'».
Su favorito
Preguntado, claro, por su bar favorito en la capital, Sánchez Magro se escapa por la tangente y no se moja, no vaya a ser que alguno se enfade. A cambio, relata una historia real de amor incondicional: «Un bar maravilloso es 'Aquarium', en la Gran Vía de Valencia, con unos camareros a la antigua usanza con su chaquetilla blanca, con los bocadillos de blanco y negro, abierto todo el día. Pues Vicente Boluda, el que fuera presidente del Real Madrid, naviero, siempre ha tenido allí su mesa. Y cuando la cosa se puso fea con el covid, que iban a cerrar, Vicente compró el bar para no perder su mesa».
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