Cuando el Papa visitó Toledo hace hoy 20 años

TOLEDO. A las once y cuarto de la mañana de un día como hoy de hace veinte años, Juan Pablo II llegaba a Toledo. Lo hacía dentro de su primer viaje apostólico a España, decimosexto fuera de Italia de su pontificado, que se prolongó entre ... el 31 de octubre y el 10 de noviembre de 1982, coincidiendo con la clausura del Cuarto Centenario de la muerte de Teresa de Ávila. Era, además, la primera vez que un Papa de Roma besaba y pisaba suelo español.

Tenía 62 años. Habían transcurrido apenas 18 meses desde el atentado a manos del terrorista turco Mehmet Ali Agca en la Plaza de San Pedro, y el mundo ya se había acostumbrado a ver al Santo Padre recorrer países de todo el globo a bordo del insólito «papamóvil».

En Toledo era domingo, pletórico de sol, que amaneció con las carreteras colapsadas por el flujo de vehiculos que se dirigían desde la madrugada hacia la explanada del Centro Cívico del Polígono, donde al mediodía estaba previsto el comienzo de la Eucaristía. Una expectación sin precedentes, unida al entusiasmo efervescente que sólo acompaña a los días grandes, impregnaba de brillo aquella jornada en la que Juan Pablo II estuvo cinco horas y media en la ciudad, un Toledo que vivió un 4 de noviembre engalanado y festivo como en las fechas del Corpus.

Cinco horas y media de estancia

La visita del Sumo Pontífice tuvo mucho que ver con la primacía de la iglesia toledana Una Junta Organizadora, dividida en diez comisiones coordinadas por el entonces Delegado Episcopal para preparar el acontecimiento, Pedro Sobrino, se encargó de diseñar y supervisar cada detalle, incluida una batería de actos orientados a promover la preparación espiritual que requería la cita. Rosarios, conferencias, encuentros sacerdotales, por no hablar de la concentración de escolares celebrada doce días antes en los Jesuitas y la de jóvenes habida la víspera en la Iglesia de Santiago, sirvieron para disparar un sentir religioso ferviente.

A esta Junta correspondió también la dificil elección del lugar, que debía reunir imprescindibles requisitos de espacio para público y vehiculos, de seguridad y de idoneidad para el carácter solemne que la convocatoria exigía. Así, sucesivamente se descartó el Casco Histórico por la falta de espacios abiertos y la dificultad de movimientos en su interior, la Reconquista, también por carecer de áreas suficientemente grandes, hasta optar por el Polígono, donde 30.000 metros cuadrados de parcela fácilmente accesible se extendían a los pies de un Centro Cívico aún no inaugurado, y que fue retocado expresamente en su fachada para ser el altar del Santo Padre.

Cuenta el cronista oficial de la provincia, Luis Moreno Nieto, en su libro «Juan Pablo II y Toledo», que los técnicos calcularon en base a fotografías aéreas que integraban la multitud de fieles aquél día más de 400.000 personas. Entre ellas, un impresionante despliegue asistencial velaba por aquella marea humana: 5 puestos sanitarios compuestos de ambulancia, médico y ATS, 14 patrullas de socorristas, 1 coche UVI, 1 coche-hospital de campaña y 2 roulotes perfectamente equipadas, todo ello atendido por 218 voluntarios, en su mayoría de Cruz Roja, a lo que cabía sumar un puesto sanitario provisional mas en Illescas y otros 7 en Toledo capital.

Helicópteros de dos hélices y papamovil

Con horas de antelación, en la explanada no cabía un alfiler ni en los aparcamientos un autocar mas. Una masa de hombres y de mujeres, organizados por las Fuerzas de Seguridad detrás de las vallas que dibujaban el circuito por donde debía pasear el «papamóvil», que estalló en ruidosa agitación cuando apenas se advirtió el ruido de los helicópteros. Fue una nube espontánea de millares de banderas blancas y amarillas -colores del Vaticano- batiéndose al tiempo el primer saludo que recibió el pontífice cuando todavía estaba en el aire, acompañado por el cardenal, Marcelo González, ambos en una de las dos inmensas naves de dos hélices que aterrizaron en pocos minutos procedentes de Guadalupe justo detrás del Centro Cívico, allí donde se había asfaltado un gigantesco helipuerto en el que se había escrito con letras blancas el lema del viaje papal: «Totus tuus». Todo tuyo.

Esperaban en tierra una comitiva encabezada el entonces alcalde, Juan Ignacio de Mesa y el presidente de la Junta Regional de Castilla-La Mancha, Gonzalo Payo. Todo listo para que, instantes después de las doce del mediodía, la multitud pasara del estallido de bienvenida a participar en una Misa de dos horas en la que no faltaron aplausos, aclamaciones y vítores. En ella, Juan Pablo II recibió la felicitación por su onomástica -se celebraba San Carlos Borromeo, nombre impuesto en el bautismo al Papa- abordó el tema de «El apostolado seglar», y más de 400 sacerdotes ayudaron a administrar la Comunión.

Al término de la Eucaristía, el recorrido hacia el Casco Histórico se hizo en el «papamóvil», que ascendió por Bisagra hasta la Catedral entre calles cuajadas de un gentío que había tomado posiciones hacía horas. En el templo primado, Su Santidad oró unos minutos ante la Virgen del Sagrario para dirigirse a continuación al Seminario, donde compartió un sencillo almuerzo con 14 personas, compuesto de consomé, pescado y carne. Al lo postres recibió fue obsequiado con un plato damasquinado e iluminado con óleos y dos tartas de mazapán, palabra que repitió con tono admirativo hasta tres veces mientras degustaba el dulce.

A las cuatro y media, mientras partía rumbo a Segovia, las cien campanas de las iglesias de Toledo le despidieron. Hace hoy 20 años.

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