Hazte premium Hazte premium

VIVIR TOLEDO

El Colegio María Cristina de Huérfanos de Infantería (1872-1936) y los esfuerzos de una ciudad

En 1894 una Real Orden fijaba que el toledano cuartel de San Lázaro acogería este colegio

Vista aérea del Colegio hacia 1932. A la derecha, el núcleo de San Lázaro. A la izquierda, los pabellones levantados desde 1895. Archivo Municipal de Toledo

Rafael del Cerro Malagón

En la entrada a Toledo desde Madrid y antes de llegar al Hospital de Tavera, estuvo, desde 1418, el de San Lázaro, refugio de leprosos y tiñosos. Cerrado en 1791, se convertiría en Cuartel de Infantería y, a partir de 1846, daría apoyo a los centros de instrucción militar que recalaban en la ciudad. Con los años, este aislado y viejo edificio se amplió para alojar un colegio de huérfanos, así como también se hizo con un vecino polígono de tiro que, con el tiempo, sería la cuna de la Escuela Central de Gimnasia.

En 1869, Toledo, con la marcha del Colegio de Infantería, había perdido un aliciente de vida. En compensación se anunció la llegada de la Escuela de Tiro, adecuándose un terreno para sus ejercicios prácticos en Palomarejos, en una parte de las actuales pistas deportivas contiguas a la avenida de Europa. Para hacer posible todo aquello el Ayuntamiento debía entregar casi 400.000 reales al Ministerio de Guerra. Era preciso comprar algunas fincas privadas, explanarlas, levantar una caseta y el cobertizo de los tiradores frente a un alargado rectángulo de tierra. Para reunir aquella cantidad, hubo que vender títulos de deuda pública -muy devaluados- y ralentizar algunos proyectos municipales. Sin embargo, la Escuela no aportaría la llegada de los batallones que se prometían para ejercitarse en Toledo . Aun así, en 1880, la Ciudad volvería a asumir otro empréstito para evitar su pérdida, ampliando el polígono de tiro y arreglando otros espacios militares más, con una inversión de 500.000 pts.

En cambio, en 1872, el general Fernando Fernández de Córdoba, marqués de Mendigorría (1809-1883), sí había propiciado crear en Toledo el Asilo de Huérfanos de la Infantería , ubicado en el Hospital de Santa Cruz que, diez años después, se saturaría, pues las guerras de ultramar propiciaban el auge de asilados. En 1886, la Asociación que los tutelaba, al no lograr los recursos económicos suficientes y un lugar más idóneo, lo trasladó a Aranjuez, donde, a medio plazo, las peticiones rebasaban las plazas disponibles. Sabida esta realidad, la corporación toledana se comprometió para recuperar el ya titulado Colegio María Cristina de Huérfanos de la Infantería.

En 1894, una Real Orden fijaba que el toledano cuartel de San Lázaro acogería el Colegio y su cesión al Ayuntamiento para que éste «llevase a cabo los ofrecimientos» que había elevado previamente. En 1895, el Ramo de Guerra -sin perder la propiedad- formalizó la entrega a la ciudad. La Corporación puso el terreno público necesario y levantaría las nuevas instalaciones, asumiendo, entre otros aspectos, su mantenimiento periódico, la dotación de agua y posibles ampliaciones de suelo, como la que se efectuó en 1910, contabilizándose 9.332 metros cuadrados en 1940. San Lázaro sería la zona principal y en el solar agregado estaría el internado en torno a un gran patio: dormitorios, comedores, la enfermería, aulas, talleres y otras dependencias. El arquitecto municipal, Juan García Ramírez, redactó el oportuno proyecto cuyo coste rebasaba las 320.000 pesetas. La Asociación prestó al Ayuntamiento parte de esta cantidad que restituiría en varios plazos. En abril de 1898, el alcalde José Benegas entregó la obra al coronel José de Vela, director del Colegio, con el visado del teniente coronel de Ingenieros, Víctor Hernández, que dirigía la reconstrucción del Alcázar tras el incendio de 1887.

En agosto de 1897 llegaron desde Aranjuez a Toledo solamente los huérfanos varones. A partir de aquel momento, la actividad de los siempre uniformados cristinos se integró plenamente en la vida de la ciudad. Allí, bajo los oportunos reglamentos, los alumnos recibían formación general, el aprendizaje de ciertos oficios o la preparación para acceder al mundo militar. Para conocer al detalle todo este proceso y sus antecedentes es imprescindible la obra de A. Donderis y J.L. Isabel, publicada en 1997, que se extiende a los demás colegios de huérfanos del Ejército de Tierra.

El 21 de julio de 1936, tras vivirse en Toledo la adhesión al alzamiento militar contra el gobierno del Frente Popular, al llegar a la ciudad una columna al mando del general Riquelme López-Bago para sofocarla, fruto del primer choque en los aledaños de Tavera, San Lázaro fue destruido. Allí estaban los despachos y un gran patio acristalado, escenario de numerosos actos de la vida colegial. Este arruinado recinto (de 2.872 metros cuadrados) fue segregado más tarde por el Ministerio del Ejército. Lo adquirió una empresa turística ( Pullmantur ) para crear un complejo hotelero, cuyo proyecto lo redactó, en 1968, Fernando Chueca Goita . La obra se ejecutó años después.

El colegio de los cristinos, desde 1939, se trasladaría a Madrid junto a los centros de otras armas existentes en ciertas ciudades. Los maltrechos edificios de Toledo que siguieron en pie fueron parcialmente arreglados para alojar fuerzas de Infantería, continuando la actividad de la reconocida imprenta y encuadernación del Patronato de Huérfanos María Cristina. Allí se establecían también las oficinas del Regimiento nº 39 Cantabria (disuelto en 1960), de Intendencia, Transportes, Farmacia, Zona y Caja de Reclutamiento durante varios años. Hacia 1979, transitoriamente, el pabellón de mayores dimensiones –los antiguos comedores y dormitorios-, albergaría la Compañía de Reserva General Nº 8 de la Policía Nacional.

A partir de 1979 comenzaron largas negociaciones entre el Ministerio de Defensa y el Ayuntamiento que llegaron a la firma de un convenio, en 1985, en el cual, mediante pagos -fijados inicialmente en 850 millones de pesetas- y permutas varias, la ciudad recuperaba varios terrenos cedidos desde el siglo anterior, especialmente los situados entre San Lázaro y la Vega Baja . En 1995 se definía el plan urbanizador del viejo conjunto colegial para transformarse en viviendas privadas y usos comerciales. En 1999 se derribaron los edificios menores (como la imprenta) y otros sin valor alguno. Tan solo se rehabilitaron dos en los que aún es posible reconocer los perfiles de mampostería y ladrillo, de finales del XIX, que durante cuatro décadas acogieron la vida del Colegio de María Cristina como testimonian las imágenes y los textos originales durmientes en papel.

Rafael del Cerro, historiador

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación