CULTURA
Rafael Cabanillas cierra con 'Valhondo' la trilogía que da voz a los «nadie» de los Montes de Toledo
LITERATURA
El autor presentará su novela el próximo viernes, a las 19.00 horas, en la Biblioteca Eugenio Trías de Madrid junto con el humorista y actor José Mota, y los periodistas Mercedes Martel y Manolo HH
Toledo
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Iniciar sesiónMás de 4.300 kilómetros son los que separan Robledo del Buey, en la provincia de Toledo, de Yásnaia Poliana. Su significado es 'un claro en el bosque' y se trata de una finca rural en la ciudad rusa de Tula donde León Tolstói ... creó en 1859 una escuela para educar a los hijos de los campesinos.
Esos dos lugares están separados por una larga distancia, y ahora más debido a la guerra en Ucrania. Pero un hilo invisible los unió entre los años 1982 y 1983, lo que duró el curso que Rafael Cabanillas estuvo de maestro en esa pequeña aldea de los Montes de Toledo en la que aplicó las técnicas pedagógicas del escritor ruso en su escuela unitaria, basándose en la cooperación y en el placer de aprender.
Ese es el escenario de la novela que cierra la trilogía escrita por Rafael Cabanillas, en la que describe el paisaje y el paisanaje de esa sierra a la que el escritor y maestro llegó al terminar la carrera con una plaza de acceso directo. Una tierra que lo atrapó, convirtiéndose en algo así como su Arcadia o su 'locus amoenus', que decían los clásicos, pero donde también se dio de bruces con los problemas e injusticias que acuciaban a sus gentes. Algo que denuncia en las tres obras que componen la serie 'En la raya del infinito', editada por Cuarto Centenario: 'Quercus', 'Enjambre' y ahora 'Valhondo', que el autor presentará el próximo viernes, a las 19.00 horas, en la Biblioteca Eugenio Trías de Madrid. Estará acompañado del humorista y actor José Mota, además de los periodistas Mercedes Martel y Manolo HH.
Tras leer QUERCUS, tenía que leer ENJAMBRE, por amor a la buena literatura: esos libros que nunca deseas que acaben. Así es ENJAMBRE, un canto a una vida que se nos escapa de las manos y a la capacidad de transformación del ser humano. Un libro tan bello, que nos hace mejores. pic.twitter.com/yrwgPNTLhV
— Jose Mota (@JoseMotatv) March 25, 2022
Ese es el nombre, Valhondo, que el escritor ha dado a Robledo del Buey y cuya sonoridad nos traslada a otro lugar ficticio, Macondo, imaginado por uno de los grandes de la literatura universal, el colombiano Gabriel García Márquez. ¿Coincidencia? No. «Esa concordancia fónica no es casual», reconoce a ABC Rafael Cabanillas, que juega con ello para «crear un universo literario, como hizo el realismo mágico», una corriente estilística representada por el autor de 'Cien años de soledad'.
«Valhondo es una aldea en el fondo de un valle de los Montes de Toledo repleto de humo y niebla, lo que lo convierte en un espacio irreal y mágico donde pasan cosas que no ocurren en ningún otro sitio», relata el autor. Como en sus novelas anteriores, en su nueva creación hace una descripción perfecta de los paisajes, de la flora y la fauna de los Montes de Toledo, valiéndose para ello del vocabulario típico de la zona.
A la escuela unitaria de esa aldea fue donde llegó como maestro primerizo el 1 de septiembre de 1982 para enfrentarse al difícil reto de enseñar a 25 alumnos de edades comprendidas entre los 4 y los 16 años. Eran hijos de padres con pocos recursos, pastores, leñadores y guardas de las fincas de los señoritos. «Esta es la novela que deberían leer todos los educadores, a los que aconsejo dar clases alguna vez en una escuela unitaria para aprender», afirma rotundo Cabanillas, que se encontró con una aldea con muchas deficiencias, enriquecida por la calidad de las personas que la habitaban.
Luces y sombras
En las páginas de 'Valhondo' podemos ver cómo la escuela era el epicentro de la vida del pueblo. En ella se celebraban los actos sociales y religiosos, al no tener la aldea iglesia. También llegó a albergar una biblioteca, un museo de fósiles, numerosos por esos lares, y se convirtió, incluso, en cine improvisado en el que muchos paisanos vieron sus primeras películas.
Eso es lo que consiguió «don Rafael», como le llamaban los lugareños, pues el maestro era una de las autoridades de los pueblos en aquella época, junto con el alcalde Prudencio, la señora Encarna, que regentaba la taberna, o la tendera Milagros, en cuyo local estaba el único teléfono de Valhondo. Ella fue la que, con el dinero que ganó con los libros de texto que los niños no usaban, sufragó las obras de los aseos de la escuela, de los que carecía. «¿Qué humanización y qué educación puedes dar si una escuela no tiene ni baños ni unas condiciones mínimas?», se pregunta.
Pero esa no es la única denuncia que hace Cabanillas en su novela, en la que critica también el plan nacional de repoblación forestal que puso en marcha el franquismo, sustituyendo árboles autóctonos por especies alóctonas como los pinos y los eucaliptos, «ucalitos», como los llamaban los lugareños. Todo ello, cuenta el autor, «a cambio de jornales y grandes cantidades de dinero para los ricos empresarios de la madera y del papel ligados al régimen».
Del mismo modo, en 'Valhondo', como ya hiciera en 'Quercus', vuelve a criticar la caza furtiva, a la que tenían que recurrir muchos de los pobladores de esas aldeas abandonadas para poder comer algo de carne, mientras, los «señoritos» cazan «por unos putos cuernos». La práctica del furtivismo podía acarrear una dura sanción económica e incluso prisión si el guarda de la finca de turno pillaba al cazador, como le sucede a Leoncio, el sobrino de Encarna, la tabernera.
Un curso fue el que estuvo en esas tierras Rafael Cabanillas como maestro, para ejercer después en otros lugares, lejanos algunos como Suiza, Francia o Africa. Pero dos décadas después, cuando daba clases en el Centro de Educación de Adultos de Daimiel (Ciudad Real), fue invitado a montar en un helicóptero, que aterrizó en el punto de vigilancia contra incendios de Robledo del Buey. Regresaba así a su Valhondo imaginado, donde se reencontró con algunos de esos niños (Eusebio, Floro, Ernesto, Eustaquio, Aquilino, …) vestidos con sus uniformes amarillos para apagar posibles fuegos.
«Es verdad que su maestro había bajado del cielo -cuenta el autor en el epílogo de la novela y de la trilogía-. Pero los ángeles, los verdaderos ángeles, eran ellos. Por eso escribí 'Valhondo': Para dar voz a los sin voz. A los nadies de la sierra. A todos los nadies».
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