La historiadora ciudadrealeña que 'rescató el alma' de las 'putas' del campo nazi de Ravensbrück

Una narración que se articula a través de la voz de una de esas mujeres que vivió ese infierno en primera persona: Isadora Ramírez García. Esta madrileña, fallecida en 2008, fue una de las supervivientes de Ravensbrück y la protagonista de la novela 'El barracón de las mujeres'. Hija, nieta, hermana y sobrina de republicanos, cruzó la frontera con Francia, en 1939, en busca de su hermano Ignacio. Se enroló en la Resistencia hasta que fue detenida, deportada a ese campo de concentración nazi y obligada a ejercer allí la prostitución.

«Me llamó mucho la atención su figura», destaca a ABC Fermina Cañaveras, que cuenta que Isadora murió años antes de que ella comenzara a investigar sobre este asunto. «La elegí a ella como un símbolo de las miles de mujeres que pasaron por ese campo de concentración, ya que muchas hablaban de ella como 'la española con nombre de bailarina', algo que además me sirvió para novelar esta historia», afirma.

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A juicio de la autora, las protagonistas de su novela perdieron tres guerras: la guerra civil española, la II Guerra Mundial y la del olvido por ser perdedoras y, para más inri, mujeres. «Ellas se quejaban de que nadie les había hecho memoria», recuerda Cañaveras, algo que ella asegura que se puede hacer intentando recuperar sus historias, como hacen la asociación Amical de Ravensbrück de Barcelona y los memoriales de las víctimas del Holocausto. En este sentido, cree que «la Ley de Memoria Democrática es la base fundamental para intentar rescatar del olvido sus testimonios«.

La también historiadora subraya, en este sentido, el papel de Neus Català (Tarragona, 1915-2019), otra reclusa que pasó por ese campo de concentración que decidió empezar a recuperar memorias de su compañeras y es la única superviviente de ese horror a la que la autora pudo entrevistar. Una labor harto complicada porque hay muy poca documentación al respecto y, según informa, «muchas de ellas no quisieron contar que estuvieron en Ravensbrück y que a algunas les tocó estar en los burdeles y ser obligadas a ejercer la prostitución».

De este modo, indica que «es difícil conocer a ciencia cierta todo lo que allí ocurrió, pues por ese campo de concentración se tiene constancia de unas 400 mujeres españolas, de las que sólo se sabe el nombre de la mitad, pero pasaron muchas más, miles y miles, pero no se registraba a la mayoría y gran parte murieron en las cámaras de gas».

Los datos apuntan a que de unas 130.000 prisioneras que pasaron por allí, murieron 50.000 y otras 15.000 sobrevivieron hasta la liberación, de las cuales unas 200 eran españolas. «La poca documentación existente de Ravensbrück no se desclasificó hasta el año 1978. Por eso, este campo de concentración es el gran olvidado, pero fue el más grande destinado a mujeres», explica Cañaveras, que recuerda que, al ser uno de los últimos en ser liberados, a los nazis les dio tiempo a destruir muchas de las huellas de sus tropelías.

«Me encontré con esta historia por casualidad», reconoce la investigadora, que estaba haciendo otro trabajo sobre mujeres y, durante la misma, me contaron los tatuajes que les hicieron a muchas de las que pasaron por los campos de concentración nazis y qué significaban. «Empecé a tirar del hilo y vi el dolor que había detrás de muchas de ellas», a las que llegó gracias a la labor de la Amical de Ravensbrück y de otras asociaciones, gran parte de ellas polacas, y accedió igualmente a archivos y cartas personales. Además, intentó conocer su papel en la Resistencia, algo que se quedó grabado incluso en su piel, puesto que el tatuaje que les diferenciaba era un triángulo rojo, un símbolo que la autora también luce en su antebrazo.

El infierno comenzó en 1939, cuando Ravensbrück se abrió como un campo de trabajo, de exterminio, de formación de guardianas y de trata de explotación sexual. «Las primeras que llegaron fueron prostitutas que recogían de las calles a las que engañaron -señala-, pero pronto los dirigentes nazis se dieron cuenta de que podían hacer lo mismo con las reclusas que provenían de otros países. Así pues, este lugar fue como un centro de pruebas para todas las aberraciones que cometieron con el género femenino».

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«Nunca se está preparada para escuchar y relatar lo que allí se vivió», manifiesta la autora del libro, que asegura que hay cosas que le contaron que prefirió no darlas a conocer. «Consideré que ya era suficiente con la novela de terror que tenía entre manos. Siempre he procurado ser lo más respetuosa posible y no caer en el morbo. El objetivo fundamental de los creadores de Ravensbrück era experimentar con la esterilización y, pese a ello, casi todas las que por allí pasaron se quedaban embarazadas, con violaciones constantes, aunque también se realizaron experimentos con sus bebés o introduciéndoles semen de chimpancé, entre otras monstruosidades«.

Unos hechos que, salvando las distancias, se siguen repitiendo aún en el siglo XXI, pues las mujeres son muchas veces las principales víctimas de los conflictos. Un problema que, según recuerda Fermina Cañaveras, ya se puso sobre la mesa en 1935, en plena II República, cuando Clara Campoamor llevó al Congreso de los Diputados un decreto abolicionista de las prostitución para considerar a las mujeres que la ejercían víctimas de violencia de género. Por eso, se pregunta: «¿Por qué hoy no sucede lo mismo con las prostitutas y esclavas sexuales que están en los burdeles de carretera o en cualquier otro sitio?»