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PUEBLOS CERVANTINOS

QUIEN CANTA, SUS MALES ESPANTA

JOSÉ ROSELL VILLASEVIL

Dice nuestro amigo Miguel de Cervantes que «quien mucho viaja y mucho lee, mucho ve y mucho aprende». Y es lo que le ha sucedido a nuestro endiablado síndrome de andante mancheguista, viniendo a caer los días pasados en la entrañable villa de Los Yébenes, al objeto de presentar la obra magistral del maestro ceramista toledano Domingo Sánchez Vaquero.

Y como consecuencia nos vimos inmersos, casi sin pensarlo, en la deliciosa vorágine musical que el grupo «Camerata Cervantina», una luz, una gloria, un verdadero apostolado folclórico en estos tiempos en que imperan los disparatados ruidos seudo-musicales, que honra a La Mancha por el mundo entero manteniendo viva su tradición, esencialmente histórica, engarzada en el alma de la región por cuyo seno deambularon tantas culturas.

Si las ánforas de Sánchez Vaquero me subyugan, sus platos magistrales, con estupendas reproducciones de los cuadros del Greco, no solo me retrotraen a esa niñez, tan lejana en el tiempo, donde un plato de cerámica, roto, no podía permitirse el lujo de morir sin ser antes lañado y rehabilitado, sino que me hace ver, con claridad meridiana, a qué extremos de grandeza consiguen llegar el pensamiento y las manos del «homo sapiens», para situar el barro en los sumos estratos del arte más puro.

La noche yebenosa, gélida como el filo de un cuchillo de monte. No había demasiado confort en el Auditorio del querido pueblo monteño, pero así pudimos sentir mejor la calidez fraterna de nuestros amigos, la gentil caballerosidad de sus autoridades, de su alcalde.

Además, escuchando a «Camerata Cervantina», percibimos mejor correr por nuestras venas el fuego de la raza hecho copla —romance, jota, fandanguillo manchego—, en la entonación perfecta de la seguidilla que cantara el mozuelo del Quijote por aquel polvoriento camino («surco estéril de la tierra castellana»), que iba hacia la costa para engancharse a una de las banderas de los tercios: «A la guerra me lleva la necesidad; Si tuviera dineros, no iría en verdad…».

Cuando salíamos de Los Yébenes hacia Toledo, por el Puerto, en la estremecedora noche gélida brillaban, a la par que las estrellas, los molinos de viento en lo más alto de la serranía. ¿Gigantes?, pensaría alguien que nos mirara asombrado desde el Cosmos. No, hermanos, hidalgos que velan el reposo, el sueño de La Mancha gloriosa y eterna.

Volvimos la cabeza instintivamente, y nos pareció ver a Dominico que huía, entre las sombras, con un plato de Domingo bajo el brazo. El arte tenía celos del arte…

Más al fondo todavía, en nuestro recuerdo imborrable, los acordes de la guitarra, el contrabajo, la percusión, los deliciosos instrumentos ancestrales, la voz magistral de una fabulosa mujer que se expresaba en coplas sublimes… Y el delicado contra-punto en la flauta, que otra bella mujer entonaba como si lo hicieran los propios ángeles.

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