HOJAS DE ANTAÑO

Autopista hacia el Teide

En febrero de 1931 podía leerse en ABC «Ha comenzado el estudio del proyecto de instalación de un funicular al pico del Teide. Se espera que quede construido este año»

ROBERTO MERINO MARTÍN

DERROTAR A UNA MONTAÑA, a cualquier montaña, siempre encierra un rincón para la gesta. En la cruel batalla contra el límite de uno mismo, poco importa ser el primero en abrazar su cima. Algo así debió pensar Jules Leclercq cuando, en 1879, escribía «la travesía ... por la caldera es penosa, casi desesperante. Hay que andar durante horas enteras hacia el pico que se eleva gigantesco, en medio del desierto. El cielo es de un azul inaudito, el sol caliente como una bola al rojo blanco, la piedra pómez arde sobre los pies, y no hay casco ni sombrilla que pueda proteger los ojos de la irresistible luz solar, reflejada en el espejeante suelo. Todo el que sube al Teide regresa con el rostro quemado y los ojos inflamados a causa de la reverberación de la Caldera».

Este intrépido aventurero fue uno de los primeros europeos en describir la inolvidable experiencia que supone la ascensión al gran volcán. Y es que en pleno siglo XIX el pico era una especie de Dios inexpugnable para la mayoría. Eran muy pocos los que se atrevían a escalar sus ásperas laderas.

Algo parecido debía estar pensando Andrés de Arroyo y González de Chávez el 7 de abril de 1930. Este ilustre diputado a Cortes por Tenerife, pronunció una célebre conferencia en el Teatro Guimerá de la capital exponiendo su deseo de potenciar el turismo en la isla «He viajado mucho por el mundo, y en ninguna de las agencias he visto nada de Tenerife; en cambio todas están llenas de propaganda de Suiza, los Alpes o la Selva Negra». En su mente, se estaba forjando la idea de convertir aquel pico inexpugnable en un reclamo turístico de primera magnitud: un teleférico hasta su cima supondría el espaldarazo definitivo para esa nueva industria que comenzaba a florecer en el archipiélago. Lo que buscaba era «llamar al turista, estimularlo a venir a Tenerife con la propaganda del funicular aéreo».

Si Arroyo puso entusiasmo al proyecto, el ingenio vendría de la mano de José Ochoa y Benjumea, que aquel mismo día expuso al respetable público del Guimerá cómo conseguir la proeza de convertir las laderas del Teide en una moderna autopista vertical.

Un año después, el 6 de febrero de 1931, en las páginas de ABC podía leerse «Ha comenzado el estudio del proyecto de instalación de un funicular al pico del Teide, participando en la empresa capitales españoles. Se espera que quede construido este año». Veremos que, en la práctica, esto no sería tan sencillo. En 1934 las labores no se han iniciado. Publica ABC en agosto de ese año «tres razones fundamentales demandan esta obra: científica, económica y turística. Por ser todo esto, la construcción del funicular al Teide es obra patriótica; pero, entiéndase bien, no es obra romántica, puesto que lo es de rendimiento seguro para el Tesoro». En 1956, un escueto artículo publicado en este periódico dice «El valle de la Orotava se prepara para algo grande. La flota frutera y el funicular del Teide». Y el 12 de marzo de 1958, en una página ilustrada, se puede leer lo siguiente: «El cabildo insular de Tenerife ha abierto concurso de proyecto de teleférico al pico del Teide (3717 metros)». Parece que aquel sueño utópico de los años 30 comienza, por fin, a materializarse. En 1962, ABC ofrece datos concretos sobre el proyecto «contará con dos cabinas, para cada uno de los tramos, siendo su capacidad de transporte de 320 personas por hora». En las faldas del cielo, a finales de 1970, las Autoridades allí congregadas tuvieron un recuerdo para Ochoa y Arroyo, aquellos que primero pensaron en acercar su cima para todos. Tras seis años de obras, el proyecto se había hecho carne. Se invirtieron más de 150 millones de las antiguas pesetas. Y los primeros billetes de aquella autopista vertical costaban 180 pesetas por pasajero. De las de entonces.

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