La lepra se niega a desaparecer de Andalucía

El cambio es abismal porque si en los años 80 los casos se concentraban sobre todo en Jaén, Málaga, Granada y Sevilla hoy no está ni mucho menos tan extendida.

La lepra, que hoy celebra su Día Mundial, se presta a mucho mito. Se asocia con imágenes de personas que han perdido la nariz o los dedos de una mano. Es una enfermedad vergonzante y muy asociada a la pobreza, algo que provoca que haya miedo a comunicarla. Eso juega en contra de su erradicación. Sin embargo, los expertos son claros: tiene tratamiento, no provoca que se caiga la carne, se cura y no hay que temer.

Esta aclaración es pertinente porque, a pesar de los avances de la Medicina, la lepra sigue siendo una realidad —muy marginal— en Andalucía. Según datos del Registro Estatal de Lepra del Instituto de Salud Carlos III, el año pasado se dieron tres nuevos diagnósticos de lepra en la comunidad. Además, en Andalucía había cuatro personas en tratamiento por esta enfermedad. En España, en total, hay 16 afectados, de modo que en la comunidad se dan uno de cada cuatro casos del país.

Además, según los registros de la Consejería de Salud, los diagnósticos de lepra son un goteo leve pero incesante en los últimos años. Así, en 2011 se dieron dos casos; otros dos en 2012; y dos más en 2013; tres en 2016; y uno en 2018. La enfermedad es mínima pero se resiste a desaparecer.

Advierten desde el comité técnico de la Federación Internacional de Entidades contra la Lepra (ILEP) , que esta enfermedad ha encontrado un curioso aliado en la pandemia de Covid-19. Debido a la pandemia, explican, se han dejado de diagnosticar posibles casos, lo que complica el control y cortar los contagios. De ahí, señalan, el que en Andalucía hayan aflorado cuatro casos en un solo año, producto de contagios que no se detectaron en cursos anteriores.

La lepra es una enfermedad con historia. Se conoce hace siglos y, de hecho, ya en 1873 se descubrió su carácter contagioso a través de un bacilo —el bacilo de Hansen, llamado así por su descubridor—. A primeros del siglo XX el científico Pérez Dagmino ya recogía la práctica de aislar a los enfermos de lepra en España para evitar contagios: «Los pobres, los verdaderamente pobres, habitan en cuevas, zahurdas, cubiles, privados de todo trato».

Esto se hacía también en Andalucía. Es el caso de Granada, donde en algunos casos se abandonaba a los enfermos en cuevas para evitar que tuvieran contacto con otros. Porque aislar a los pacientes —en leproserías, casas, cuevas, el campo...— ha sido, históricamente, la primera reacción a esta enfermedad.

De hecho, ya en 1933 el Gobierno de España dictó una orden de mandar a centros apartados a los leprosos, según recoge la investigadora Rosa Sánchez en su estudio sobre la lepra en España en el siglo XX. Esto es impensable hoy, cuando la lucha, además de contra la enfermedad, es contra su estigma.