salida de las carretas desde sevilla
Triana ya vive el Rocío desde su barrio hasta Almonte
Crónica
La sexta filial rociera más antigua parte a la aldea con miles de romeros postrados ante las devociones del viejo arrabal
La Macarena parte hacia el Rocío con una ciudad engalanada y el corazón lleno de Esperanza
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Sevilla
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Iniciar sesiónYa va a estar allí Triana. Lo sabe el sol y lo adivinan las arenas. Apenas pasaban las 8.30 de la mañana cuando la filial rociera era un clamor de vivas y oles. Una suerte de birlibirloque de quienes andan de frente por ... más que el camino sea alto, largo o profuso. La sexta filial más antigua tras Villamanrique, Pilas, La Palma del Condado, Moguer y Sanlúcar de Barrameda ya se dirige a la aldea. Lo hace tras una misa de romeros tan emotiva en la parroquia de San Jacinto como lo vive tan personalísimo barrio, tan unido por siempre a la devoción de tantas generaciones de lebrillos y refregadores. El Simpecado de Triana no se mueve, levita entre las faldas, entre las botas, entre las miles y miles de personas que buscan la aldea prometida y que recuerdan también la obra maestra del primitivo simpecado que aguarda en Evangelista. Esto es: el Rocío está donde tú lo mires. Sólo así se entiende la salida rociera del arrabal, pasando por todos los rincones devocionales de un barrio desbordado por la fe y la verdad del camino. Así que nadie se lleve a engaño porque lo popular se abre paso cuando quien manda es el corazón sobre todas las cosas. Viva la plata y viva la alegría, que resumiría Aquilino Duque.
«¡Viva nuestra parroquia de San Jacinto! ¡Y viva su barrio de Triana! ¡Viva la Virgen del Rocío!», exclamaban quienes tenían el orgullo de ver de cerca ese simpecado levantado a golpe de oración y plegaria. Palmas al compás para visitar a la Estrella y de fondo, la maravillosa Sociedad Filarmónica de la Oliva de Salteras interpretando la centenaria marcha de López Farfán. Si el compositor lo hubiera visto diría lo de Stravinsky, a quien podríamos haber visto hoy apretándose su medalla: estoy escuchando lo que veo y viendo lo que escucho. Sublime es la plata de la carreta, sublime es el coro y sublime es el destino. Sublime el reguero de romero y sublimes los deseos al Pastorcito Divino, ese hombre sentado que reza en San Jacinto, y que como decía el maestro Burgos, «anda sobrao de compás». El Señor de las Penas mira hacia arriba porque hay cielos que no se pierden: se guardan en tu carreta. Lloraba a su lado la Virgen de la Estrella, conmocionada por el cariño de quienes tanto la quieren más allá de las advocaciones que representen.
La medida de la salve
Rezaron la salve al salir y es quizá el tono de esta misericordiosa estampa uno de los sellos más distintivos de la Sevilla que no se pierde. Nadie lo olvide. Los romeros tienen gravitando en su voz el sentido exacto de todas las cosas. La medida perfecta está en sus gargantas cuando salen de la capilla de la Estrella manifestando trémulos aquello de: «Dios te salve María, del Rocío señora, luna, sol, norte y guía, y pastora celestial. Dios te salve María, todo el pueblo te adora, y repite a porfía, como tú no hay otra igual». ¿Y las miradas de los niños? Pozos sin fondo en los que convencerse de que la semilla está bien plantada. Recorrían los romeros de bronce los últimos metros de Santa Ana antes de encaminarse a Pureza, puerto seguro de cualquier patria. Los dos bueyes hacían las llamaítas suaves, muy cortas para que el Simpecado ni lo notase. Ni se enterase. Por eso Vizcaya iba con su caballo. Allí que iba Triana a presentarse a Triana. Al fondo de la capilla, las dos manos que sujetan las tres peores caídas cada madrugada de Viernes Santo.
«Yo soy feliz con mi gente. Pero cuando llega mayo me va cambiando el ambiente», y tantas y tantas sevillanas y caballistas que emocionaban a su paso. Nadie quiso perderse el corazón de Sevilla, como lo denominó José María Rubio, cuando la carreta enfilaba la capilla de los Marineros a sones de Esperanza de Triana Coronada. Hubo hasta petalá de romero, y más oles y vivas para conquistar la plaza del Altozano y dirigirse hasta la calle Castilla, donde aguardaban las últimas dos latitudes antes de abandonar Sevilla. «¡Y viva el Santísimo Sacramento del altar!», reclamaba una voz a las puertas nazarenas de forja y cerámica. «Por la calle Castilla corre un gentío», cantaba detrás toda Triana mientras se fundía con una nueva marcha de la Oliva en tan hermosísima simbiosis.
Dos piteros anunciaban lo que estaba por venir y las dos manos romanas del Cachorro se colgaban de la carreta casi sin esfuerzo. El dolor de Cristo siempre lo llevó María. Allí el Dios del barroco volvió a expirar justo como lo hizo en la Ciudad Eterna: tras la última petición en un Padrenuestro coral. «¡Viva la reina de las marismas! ¡Viva el Cachorro de Triana! ¡Viva la Madre de Dios». Ahí era, justo ahí, cuando todo parecía acabar, cuando todo lo reiniciaban dos faldas juveniles de lunares que sacaban los pies por la primera carreta del Triana apuntando a Huelva. Y a uno le contaban al oído el mayor secreto de cuantos van impresos entre tanto romero. Una mujer de Triana llevaba años esperando a tomar su carreta propia y justo vinieron a dársela el año que le falta su madre. Por eso quiso Dios que ya que su madre no podrá ir este año al Rocío; el Rocío sea el que se acerque a su madre. Así que los faldones, las colchas y las cortinas de esa carreta de Triana están hechas con telas de quien le falta hechas por las manos de su propia sangre. Una carreta perfumada de siemprevivas que ya se dirige a la aldea guiadas por sus dos nietas y su hija. Porque el Rocío a veces duele.
Fe del que espera
Triana busca su orilla en el Quema que no arde. En la luz que más le brilla. ¿Es de oro o es de plata? ¿Qué más da si es de Sevilla? Son romeros celestiales los que gubian la sonrisa de 400 caballos con 400 caballistas. Partieron de San Jacinto los que saben caminar tras una misa de romeros que se antojó proverbial. Es la sexta más antigua, alguien vino a comentar, que Triana es más Triana cuando echan a volar esas dos alitas blancas que por ver, no hay nada igual, cuando la Blanca Paloma parte de vuestro arrabal. Fue la niña de Santa Ana la que le vio germinar, una Esperanza en la aldea y otro Rocío en el mar. Pureza, siempre Pureza. De aquí a la eternidad. Por eso estrenas insignia de la Asunción sin igual. Y no hay dogma que te salve: que como te quiere Triana, tampoco te querrá nadie. Que son 5.000 las almas que rezan y cantan tu gloria, que hay 33 carretas dispuestas a hacer historia. Tres carretines y bueyes, que por lo menos noventa, van a su lado gruñendo, gruñendo, por no estar más cerca. Por Castilla hay una O que es la vocal de tu nombre. La R del Redentor. La O que mira el puente. La C del que se murió a los pies del Coliseo. La I del izquierdo que da el que busca a una Estrella. Y la O, siempre la O, a la que fuiste a su puerta. Para rendirte a sus plantas con el simpecado a cuestas gritando que ahí está Triana, Triana, fe del que espera, arrodillarse en la ermita, para postrarse en tus rejas, para que el barrio la mire, y cara a cara la veas, y antes de volver te lleves, ay, corazones de tela, todo el amor de un barrio, que a Rocío se lo entregas.
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