romería del rocío

A las once del día

Este año se conmemora el 300 aniversario de la Concordia para establecer el orden de la procesión

Guía del Rocío 2025: estos son los cultos y las fechas clave de la romería

Procesión de la Virgen del Rocío de 1916. Se aprecia una aldea con chozas. El paso de la Virgen presenta ocho varales, que se mantuvieron hasta 1934. La ráfaga que lleva la Señora es la del siglo XIX, que lució hasta la coronación en 1919 ABC

Julio Mayo

En el transcurso del siglo XVIII, la procesión de la Virgen del Rocío salía a las once de la mañana y recorría el antiguo perímetro del Real adyacente a la vieja ermita, otrora mucho más reducido que el actual, en el que se encontraban acampadas ... las cinco hermandades que entonces integraban la nómina de las filiales, con independencia de la de Almonte. Eran tiempos en los que la romería duraba dos días. Las Reglas de la Matriz, aprobadas por el arzobispado sevillano en el año 1758, fijaba la hora de salida de la procesión «a las onze del dia» y especifica que, después, tendría lugar la celebración de la misa principal.

Congregaba, en un mismo acto, la representación de los pueblos y ciudades que mayor relación comercial tenían con la marisma, el Coto de Doñana y el Guadalquivir, a través de su desembocadura, los años en que la capitalidad del comercio colonial con América se había desplazado de Sevilla a Cádiz. Durante el siglo XVIII, la devoción rociera se propagó de forma admirable por la bahía gaditana: Sanlúcar de Barrameda, Puerto de Santa María, Rota, Chipiona, e incluso hasta la propia ciudad de Cádiz, donde existió una antigua hermandad que desapareció. Todas ellas podían llegar al Rocío desde la desembocadura del río en Sanlúcar, en embarcaciones pequeñas, mediante el caño de Braines y el Caño y Madre de las Rocinas, hasta un gran embarcadero que hubo cerca de la ermita.

Se prefiguraba la Virgen del Rocío como una gran protectora del medio agroganadero, al ser mayormente implorada por que desterrase sequías agrícolas, con el regalo divino del «santo rocío» del cielo en modo de lluvia, pues las epidemias de pestilencias habían remitido de modo considerable. Era una devoción mucho más exclusiva que ahora, a la que apenas tenían acceso las élites y potentados locales (ganaderos, labradores y comerciantes, entre quienes se encontraban numerosos sacerdotes), cuyo fenómeno religioso contó con una gran protección dispensada por la clerecía almonteña y la alta jerarquía eclesiástica sevillana, como lo demuestran las distintas gracias e indulgencias concedidas por sus arzobispos don Felipe Gil de Taboada y don Luis de Salcedo y Azcona, impresas en distintos grabados en la primera mitad del Setecientos, cuando Almonte pertenecía al antiguo Reino de Sevilla y su Archidiócesis.

Concordia

En la víspera del Rocío de 1724, las cinco hermandades asistentes junto a la Principal de Almonte se reunieron para establecer el orden riguroso con el que habría de desarrollarse la procesión y el puesto en el que tendrían que figurar, con el propósito de evitar desórdenes e improvisaciones cada vez que faltase alguna a la romería, y disputas entre ellas. Entre los firmantes figuran los representantes de Sanlúcar de Barrameda, Villamanrique, Pilas, La Palma del Condado y Moguer, entonces recién fundada, y el canónigo de la catedral de Sevilla, don José Carlos Tello de Eslava, ilustre sacerdote almonteño y gran benefactor de la devoción rociera.

Almonte sacaba de la ermita el baldaquino tallado de madera y ya, en aquel momento, estaba organizado el cortejo en el real, según lo establecido, en el que figuraban representadas las filiales con sus insignias. El trono comenzaba visitando Sanlúcar de Barrameda (aunque pronto perdió su privilegiado puesto por faltar a la romería e incumplir la Concordia) o Villamanrique, que se aposentaba muy cerca de la puerta lateral de la primitiva iglesia que daba al poniente. Los romeros manriqueños pasaban a portar las andas y recibían a la Virgen del Rocío con danzas y música (castañuelas, tamboril y flauta). Era también el momento de tirar sus cohetes y fuegos.

El templete era llevado de una hermandad a la otra hasta llegar a la última, instalada en el lugar más alejado de los dispuestos en el antiguo Real, básicamente esparcido por el lateral en el que se encuentra hoy el monumento de la Coronación, pues la acera de Huelva, Triana o Sanlúcar de Barrameda lógicamente no existía. Por unos vestigios arqueológicos recientemente aparecidos en esta zona sabemos que una edificación debió estrechar bastante el espacio del Real, que sí parecía tener un mayor esparcimiento a la espalda de la vieja ermita, sin que sepamos si en los primeros siglos se alargaba la procesión hasta el Acebuchal. Precisamente, el solar que inicialmente ocupó Villamanrique estuvo situado junto a la ermita, colindando con la casa del Santero, pues el recorrido parece que se limitaba solo al sector reseñado. Cuando la Virgen visitaba la última de las hermandades retornaba y volvía a pasar por cada una de ellas, aunque en orden inverso, correspondiéndole entonces a la filial más antigua entregar las andas a los almonteños, antes de que se consumase la entrada.

Sevilla, cabecera de la gran provincia a la que perteneció en aquella época Almonte, no tenía representatividad institucional como hermandad filial, si bien, en nuestra ciudad contaba con devotos y era ya sobradamente conocida aquella Madre marismeña que salía el segundo día de Pascua del Espíritu Santo, en el campo de las Rocinas, una hora antes del rezo del Ángelus. ¡Aleluya!

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