La mirada única del peregrino más pequeño en cruzar el Vado del Quema

Esa mirada de sorpresa de quien descubre algo la compartió el bebé con la periodista que nunca había viajado a uno de las capillas emocionales de los rocieros sevillanos. El Quema puebla centenares de estribillos, de rimas que proclaman el sentido del camino, pero hay que ir hasta este paraje de Aznalcázar para comprender el porqué de tanta literatura y cuánto de verdad hay en ello. Y con ese propósito arrancaba esta crónica a las claritas de este viernes de romería.

A las seis y media de la mañana, la misa delante del simpecado ponía fin a la primera noche del camino de Triana, cerca del vado. En algunas carriolas se sirven cafés y algunos licores para arrancar con fuerza la jornada. Impresiona la marea humana que poco a poco se va concentrando para acompañar a la carreta de plata que custodia la devoción de los hermanos. El rezo concluye y la serpiente de romeros reinicia el camino a las 7.20 de la mañana. En el interior de algunos remolques la actividad es frenética porque entre los secretos inconfesables del Rocío está el aspecto inmaculado de muchas de sus rocieras, con las flores adornando sus cabezas como si no hubieran pasado la noche en mitad del campo.

El hermano mayor, Federico Flores, supervisa desde el caballo el avance lento pero sin pausa de los romeros, una auténtica legión de almas cuya vanguardia toma el vado a las ocho de la mañana. «¿Que si hay mucha gente? Esto es una locura maravillosa», dice contento. Todo está saliendo tal y como estaba previsto. Triana inaugura el último día de paso de hermandades por esta pronunciada vaguada por donde discurre con más o menos caudal el río Guadiamar.

Hay también muchos que se acercan sólo hasta el vado para ver las hermandades más populosas y el viernes es un día clave. Cruza Triana, pero también lo hace Sevilla. El público toma pronto la orilla derecha, a los pies del monumento a la Virgen del Rocío que recuerda el resto del año que aquel cruce es un lugar sagrado para los romeros. Enfrente, el gentío se sitúa en la parte alta frente al puesto de mando de la Guardia Civil. El nivel del agua impide estar más abajo. «Este año está lleno, qué alegría. Da gusto cruzar así el Quema», relata Josefa, vecina de San Jacinto con más de medio siglo de Rocío a sus espaldas.

La caballería de Triana no es pequeña y se sitúa a ambos lados a modo de escolta. Los primeros carros empiezan a atravesar el Quema y algún que otro peregrino a pie hasta que la carreta del simpecado desciende la cuesta. Ha pasado más de media hora; lo que da una idea del tamaño que mueve esta corporación. Y se hace entonces el silencio, sólo roto por los trinos matutinos de los pájaros.

El rezo de la salve conmueve hasta las piedras. Aquella periodista que presencia por primera vez la escena no puede evitar que se le humedezcan los ojos. Detrás del estandarte, aún en tierra firme, la madre reza con su bebé ya despierto. La quietud del instante se rompe con los vivas que grita el hermano mayor. El cante por sevillanas es la plegaria que sigue a la salve. Los caballistas avisan a los romeros que van a pie que deben avanzar ya entre las aguas. Los escarpines y las chanclas de plástico han sustituido los botos de muchos peregrinos.

Las personas anónimas se mezclan con algún rostro conocido como el exministro y alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, que no ha querido perderse ese instante, pero en tierra seca. A unos cuantos metros y detrás del cajón que porta el estandarte cruza la madre con su bebé lentamente. Parece que no quiere que se agote ese momento que nunca más volverá y que siempre le recordará a su hijo. La historia de su primer camino.

Con el paso de los últimos peregrinos, el Vado del Quema se queda solo. Será por muy poco tiempo porque Sevilla está tocando ya a la puerta siguiendo a la hermandad de Las Cabezas. Es el otro momento clave del día y en la rampa de salida se empieza a concentrar de nuevo público. Los fotógrafos se multiplican en la orilla y en los puntos con mejor tiro.

«Venga aprovecha que está el simpecado ya aquí«. María baja con su amiga Loreto mientras su marido fija el objetivo de la cámara del móvil. Su esposa va a oficiar el bautizo de una nueva romera, a la que convenció para que se sumara a la reunión e hiciera con ellos el camino. Por su cara emocionada queda constancia que ya nadie le va a tener que señalar en el calendario cuándo es domingo de Pentecostés.

La salve vuelve a silenciar el vado. Sevilla reza cantando e implora a la Señora salvación. La liturgia se torna más alegre cuando al término de la plegaria, al unísono las cabezas se desvisten y se empieza a cantar esa suerte de himno para la corporación hispalense: «Quítese usted ese sombrero que Sevilla cruza el Quema, que saluden los romeros al ver su cara morena». Y los brazos empiezan a mecer las alas de los sombreros hacia delante y detrás acompasados con la letra de la sevillana: «Ole, ole mi hermandad; ole, ole qué bonita que hasta me quita el sentío cuando andando voy detrás de Sevilla hasta el Rocío».

Al mediodía, con la última hermandad en pasar, la de Los Palacios, la vaguada sagrada se queda atrás tras ungir a todos los peregrinos que se dejaron bendecir por su agua. Un agua que tanto se echó en falta en años anteriores.