MÁLAGA
Sierra Bermeja aún trata de cerrar su herida un año después del incendio
Los vecinos de Jubrique y Genalguacil recuerdan el fuego que sacó de sus casas en medio de la madrugada a casi 3.000 personas
La Junta de Andalucía está trabajando en mitigar los riesgos de riadas y de controlar los procesos de erosión antes de una posible reforestación
Un ciclista sube el puerto de Peñas Blancas en Sierra Bermeja entre los árboles quemados
Óscar Aguilar tiene 20 años. Hace uno trabajaba en los servicios forestales de Castilla y León. Había estado en Segovia y algún lado más en ese verano de 2021 cuando Sierra Bermeja comenzó a arder el 8 de septiembre. No lo dudó. Plegó los ... bártulos y se marchó a su pueblo. Al llegar a Jubrique la población había sido confinada. El fuego estaba muy cerca de las casas. El humo hacía el ambiente irrespirable. Pasadas las cuatro de la madrugada llegó la orden de desalojo.
«Se me ponen los pelos de punta. Llegué aquella noche para ayudar a llevarnos a mis abuelos del pueblo», recuerda en declaraciones a ABC este joven, que mira a la sierra con desazón. «Esa montaña siempre ha sido verde y ahora es negra y sin árboles», reseña Aguilar, mientras baja la mirada. El fuego ha dejado una marca en los corazones, un trauma difícil de olvidar que hace florecer las emociones cuando se recuerda lo que pasó justo al cumplirse el primer aniversario de aquella tragedia.
El incendio comenzó a las 21.37 del 8 de septiembre. Un miércoles negro que quedó marcado en la historia. Más de 150 llamadas registró Emergencias 112, pero todo estaba bien planeado. Demasiado bien ideado. Un pirómano entró por Genalguacil, prendió en la subida hacia Peñas Blancas un montón de hojarascas con una piña encima, para que al estallar propagara el fuego.
Después repitió la fórmula unos kilómetros más arriba. Los dos focos corrieron empujados por el aire montaña arriba, hacia Estepona. Vientos de más de 30 kilómetros, vegetación muy seca y un calor de 30 grados se sumaron a un terreno escarpado para que esa noche las llamas fueran ingobernables.
Se pusieron en jaque las primeras urbanizaciones en Estepona y en Benahavís. Se subieron los niveles de emergencia y se desalojaron a los vecinos. El fuego dio el golpe más duro con la muerte de un bombero forestal el día 9 de septiembre. Carlos Martínez falleció en la subida a Peñas Blancas cercado por las llamadas. No pudo escapar. El incendio respondía a los ataques del Infoca con violencia, pirocúmulos, lluvias de pavesas ardiendo y sólo desde el aire era segura la extinción.
Genalguacil con la sierra quemada al fondo
Durante días, la lucha fue encarnizada, hasta que llegado el fin de semana el fuego escapó del perímetro. Durante la noche, una nube de pavesas saltó otra zona quemada con anterioridad en un cambio de viento y comenzó a arder en dirección al Valle del Genal. Con la Unidad Militar de Emergencias desplegada, Genalguacil fue el primer pueblo en jaque y luego Jubrique. El fuego despuntaba por encima de la montaña.
Un año después la tierra quemada llega casi hasta la misma entrada de este segundo municipio. El fuego se quedó a menos de 200 metros. Allí los vecinos tuvieron que salir huyendo. «Estuve toda la noche en el balcón hasta que pasaron los bomberos y la Guardia Civil diciendo que teníamos que irnos», señala Erika Jiménez, que toma café con su madre, María Jiménez, en un bar desde el que se ve la sierra que no ardió.
Las dos mujeres reconocen que se les pone «la piel de gallina» cuando recuerdan cómo echaron ropa del niño en un bolso y salieron de sus viviendas. «No sabíamos dónde ir. Salimos asustados a la calle y estaba todo el mundo corriendo para un lado y para otro», asegura María, mientras su hija reconoce que lo peor fue ver llegar a Algatocín las ambulancias con los mayores. «Había gente que no salía de su casa, que estaba en cama, y las veías llegar y era muy duro», añade mientras baja la mirada y pierde la sonrisa.
Duelen los recuerdos. «Estuve toda la noche en el Puerto de Estepona mirando a la montaña. No estaba aquí y esa incertidumbre fue lo peor», recuerda Virginia Huertas, que coincide con Dionisia Aguilar en la angustia de no saber que estaba pasando. «Estuve toda la noche en San Pedro en mi terraza, mirando lo rojo que devoraba el monte», afirma.
Maquinaria retirando árboles de la carretera
Mientras tanto, en el pueblo el alcalde recorría las calles mandando irse del pueblo. «No me quería ir. Mis padres estaban en el campo. Me pasé toda la noche en la carretera mirando cómo se acercaba y sin saber si estaban seguros donde se habían quedado», añade Antonia Vallejo, que regenta una tienda en el centro del pueblo.
Allí compra María José Ruiz, que de escuchar los testimonios de sus vecinos dice que tiene «el bello de punta» porque recuerda aquella «pesadilla». Me fui a un campo cercano, pero allí no sabíamos si estábamos seguros. Al final, nos tuvimos que ir a Estepona, pero no se me olvida aquella noche cuando el alcalde llegó diciendo que teníamos que salir», abunda Ruiz. «Daba mucho miedo porque todo era humo, cenizas, la gente estaba llorando y se iban corriendo…», recuerda en la puerta de la tienda Oscar Aguilar.
La situación ya se había vivido por aquel entonces en Genalguacil. Luego extendió a Faraján, Pujerra, Alpandeire y Juzcar. Casi 3.000 vecinos abandonaron su hogar en aquellas horas. «Hubo gente en Algatocín que nos dio las llaves de su casa sin conocernos, sin pensarlo», recuerda Erika Jiménez agradecida, quien recuerda las horas en el pueblo vecino mientras se acercaban las cenizas y también la alegría cuando llovió el lunes de madrugada.
Un golpe con un árbol por falta de visibilidad había derribado un helicóptero con una brigada del Infoca en una finca de Casares, antes de que el cielo descargara la lluvia para aplacar las llamas y hacerlas más atacables. Ahí los bomberos forestales aprovecharon para estabilizar. Los vecinos pudieron volver, aunque el fuego no se extinguió en la sierra hasta 46 días después, consumiendo casi 10.000 hectáreas.
Pedro Peña fue el primero en volver a Genalguacil. Le pidieron que regresara desde Benarrabá, donde se había refugiado en un hotel, para que abriera el bar. «Al llegar lo primero que vi fue a todos los bomberos forestales que había estado en el campo tirados descansando aquí en la calle. Eran la siete de la mañana y nos pusimos a sacar desayunos», explica el hostelero, quien dice que habían pasado el desalojo viendo el fuego acercarse y prestando ayuda como voluntario en todo lo que podían.
«Lo peor fue cuando regresamos», apunta Francisco Rubio, artesano en Genalguacil y antiguo propietario de una empresa forestal. El artesano se refugió en Algatocín, pero luego se marchó a Málaga. Al regresar entró a su pueblo desde Estepona por Peñas Blancas. «Se me cayeron las lágrimas, conozco la sierra y he vivido de ella, pero estaba devastada. En mitad del camino me encontré al alcalde y no olvido ese sentimiento, esa congoja, emoción…», remarca Rubio, al que los ojos se le vuelven vidriosos cuando recuerda aquellas horas.
Ha pasado un año, pero el recuerdo está fresco. Hay miedo a que se repita la catástrofe. Y además siguen sin llegar las ayudas prometidas. El Gobierno declaró zona catastrófica y prometió dos líneas de ayudas: pública y privada. La pública —para los caminos, carreteras, pozos, manantiales y conexiones de aguas afectadas— está tramitada, pero los municipios no han recibido un euro.
Cada uno de ellos tiene proyectos aprobados por una media de 300.000 euros, pero no hay rastro del dinero, que deben poner Gobierno y la Diputación de Málaga. De las privadas tampoco hay noticia, pero también es cierto que serán escasas: prácticamente todo lo que se quemó fue monte público.
Un operario corta un árbol quemado en Sierra Bermeja
La huella negra está en la montaña, donde las cuadrillas están trabajando motosierra en mano. «Cortamos todos los árboles secos en un radio de 30 metros desde la carretera. Es por seguridad. Esta madera es casi toda para biomasa, pero así evitamos que se caigan sobre la carretera», señala Gabriel Torres, que descansa con su cuadrilla a la sombra antes de volver a arrancar la maquinaria. «Los que están más arriba se caerán cuando llueva, está todo seco», aseguran el operario. Son varias las cuadrillas que actúan, tanto quitando los árboles secos, como haciendo otras actuaciones.
Los trabajos están dentro del plan diseñado por la Junta de Andalucía, que declaró de emergencia la ejecución de las obras para la mitigación del riesgo hidrológico forestal de los terrenos públicos afectados. Se aprobaron actuaciones que abarcan una superficie de 2.781,36 hectáreas, terminadas al 90%.
En la sierra se ven las contenciones y las bancadas hechas para controlar las riadas por las laderas de monte debido a la pérdida de la cubierta vegetal, el deterioro de los caminos y la posibilidad de caída accidental de árboles calcinados. Desde la Consejería de Sostenibilidad se explica a ABC que se están controlando procesos erosivos graves. Además, se observa la evolución de la vegetación. Son pasos previos a las posibles reforestaciones para que la sierra vuelva a resurgir y cierre la herida abierta entre sus vecinos.
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras