Historia
La jugada diplomática que salvó a los vinos de Málaga del descrédito en la Rusia de los zares
Miguel de Gálvez, embajador en la corte de Catalina II, urdió un plan para proteger la imagen de los caldos frente a las imitaciones y los rumores de fraude que corrían por Europa
Pablo Marinetto
Las bondades de su clima y su naturaleza labraron desde la Antigüedad un futuro virtuoso para productos del mar y de la tierra que llevaron el nombre de Málaga por todo el mundo. Ocurrió con las salazones y el ‘garum’ en tiempos de los romanos, ... pero es el fruto de sus viñedos el que cautivó a los fenicios hace 3.000 años y hoy sigue deslumbrando paladares. Como todas las grandes historias, la del vino malagueño tiene luces y sombras. De sobra es conocido que la plaga de la filoxera dejó yermos los campos a mediados del XIX. Pero a esa debacle de la que resurge el sector en estos tiempos, le precedieron otras amenazas con Rusia, el fraude y las malas lenguas de por medio.
En el reinado de Felipe III, Málaga gozaba ya de un fecundo comercio con Inglaterra, Francia y Flandes que hizo aumentar en pocos años la superficie de viñas para cubrir las altas expectativas de estos países, donde los caldos producidos en la provincia eran muy cotizados. La llegada de los Romanov al trono ruso fue convulsa y estuvo marcada por guerras, conquistas y revueltas. El imperio mantenía además una fuerte tensión con los países del continente a los que se exportaban los vinos malagueños, por lo que hubo que esperar hasta finales del siglo XVII para que las copas en palacio se llenaran con el Pero Ximen (Pedro Ximenez) que entonces se cultivaba en Málaga.
«Fue el emperador Pedro I quien empezó a occidentalizar las costumbres rusas», explica a ABC el secretario del Consejo Regulador de la D. O. Málaga, Sierras de Málaga y Pasas de Málaga, José Manuel Moreno Ferreiro . Su ahínco por acercar el Imperio a Europa y el traslado de la capital de Moscú a San Petersburgo fueron algunos de los acontecimientos que propiciaron la llegada de los vinos de Málaga a la corte del zar, quien se había propuesto -subraya Moreno- «renovar la vida social rusa» con grandes bailes y eventos para el disfrute en los que se degustaban también oportos, jereces, madeiras o vinos canarios.
La presencia de los málagas en las mesas de la corte se extendió durante generaciones de Romanov, siendo muy apreciado, y fue bajo el reinado de la alemana Catalina la Grande cuando el prestigio de los caldos estuvo en la cuerda floja. Según Moreno, conforme fueron ganando fama internacional, el vino de Málaga se enfrentó a un fraude que dañó gravemente la economía local, pues empezaron a elaborarse imitaciones a partir de otros vinos a los que añadían alcoholes y otros aditamentos. «Se publicaban incluso libros con recetas para hacer málagas o jereces desde cualquier sitio», asegura. Productos que nada tenían que ver con las elaboraciones artesanales que veían la luz en la Axarquía, los Montes de Málaga y la Serranía.
Ante los rumores que se extendieron por Europa y el riesgo de desprestigio, la Hermandad de Viñeros encargó un libro en el que se acreditase el buen nombre de los vinos de Málaga . Lo redactó un presbítero llamado Cecilio García de la Leña, bajo el título ‘Disertación en recomendación y defensa del famoso vino malagueño Pero Ximen y su mudo de formarlo’. En él se recoge una jugada maestra de la diplomacia dieciochesca que salvó el honor de los caldos y del gremio ante los ojos de la Zarina.
Por mediación de Miguel de Gálvez y Gallardo, embajador español en la corte de Catalina II, se le hicieron llegar a la gran emperatriz «48 cajas de vino de los bodegueros más acreditados» . Fue una jugada maestra para, según reza la obra de García de la Leña, acallar los rumores de que habían llegado a la corte de Petersburgo algunos vinos «no bien acondicionados» y que «podrían desacreditar en tan vastos dominios a los puros malagueños».
Ante aquel presente, la Zarina decidió liberar de aranceles durante 1792 a todo el vino que llegara al imperio procedente de Málaga y esa decisión abrió aún más el camino al producto en Rusia, perpetuándose hasta la caída de la monarquía con Nicolás II . Por aquel entonces, explica José Manuel Moreno, el comercio ya había caído por los estragos de la filoxera a partir de 1868, cuando los viñedos malagueños pasaron de 112.000 hectáreas a apenas 25.000.
Aún así, el xarab Al-malaquí (jarabe de Málaga) -como lo conocían los musulmanes- marcó su impronta en la vida y la cultura rusa, extendiéndose sus procesos de elaboración en las orillas del mar Negro y apareciendo como icono de la sociedad europea en ‘La Alquería de Stepanchicovo y sus vecinos’ del universal Dostoyevski.
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