La Málaga que quedó marcada por el barro
El pasado otoño varias borrascas inundaron la provincia. ABC recorre un año después desde el Guadalhorce a La Axarquía los puntos negros de las inundaciones
Málaga
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Iniciar sesiónAnuar El Kalfaui está en su casa de la barriada de Doña Ana en Cártama. Mientras el pequeño Ismael recorre la casa, el padre recuerda como tuvo que salir por la ventana del salón para abrir la puerta y que saliera el agua. Estuvieron al ... borde de la muerte en su propio hogar. «Recordarlo es fatal. Siempre que llueve estás sufriendo. No nos dijeron nada al comprar y ahora estamos a amargados. No podemos comprar ni preparar las vivienda, porque no sabemos cuando se volverá a desbordar el río y se inundará otra vez», apunta este vecino de Cártama, en cuyo hogar el agua llegó a un metro de altura por el desbordamiento del río Guadalhorce. «Ahora vemos que empieza a llover fuerte y nos vamos con familiares. No nos quedamos. Que el agua se lleve lo que haya, pero nosotros, por lo menos, no estamos en peligro», asevera este vecino de Doña Ana, que el año pasado se vio anegada hasta en dos ocasiones.
En la segunda ocasión, los buzos de la Guardia Civil tuvieron que sacar a Virginia Salas y a parte de su familia. Desde el segundo piso de la vivienda, cuando cae un leve chispeo sobre este núcleo de población recuerda aquel episodio. «Fue catastrófico. Este año hemos estado reponiendo y reparando todo lo que el agua rompió. Fueron dos inundaciones seguidas. Vivo mirando el tiempo, que no llueva más de la cuenta. Se ha ensanchado el cauce del río y lo han limpiado, pero tenemos esa preocupación cuando empieza a llover», apunta Salas, que mira recelosa al Guadalhorce, el río que empezó a causar estragos en Álora, siguió a Pizarra, bajó para Cártama y se metió en Alhaurín de la Torre, donde falleció un británico por una hipotermia tras rescatado y llevado a un hospital.
La crecida golpeó primero los campos de Álora y los cortijos de la zona, de algunos vecinos tuvieron que ser rescatados aquel en helicóptero de las terrazas. «Menos mal que no fue de madrugada, si no aquí mueren más de dos. Mi suegro estaba aquí en un caravana, vio como subía el agua y comenzó a sacar el coche y a los animales. Me llamó diciendo que el agua se llevaba a los caballos», recuerda Antonio Carrasco, que reconstruye las cuadras desaparecidas por la ola, mientras cuenta como tuvo que adentrarse en la riada para salvar a dos caballos que se iban con el río.
«Este ha sido un año de trabajo. Todo lo que ganamos es para volver a poner la parcela en condiciones», añade Silvia Escudero, que esta ayudando a Antonio Carrasco en la reconstrucción de todo lo perdido y por lo que dicen que solo han recibido una compensación de dos latas de pintura que les dio el Ayuntamiento.
Durante semanas, el municipio quedó sin agua potable. La riada anegó los acuíferos al tiempo que se llevó por delante el trabajo incansable de una vida. Carlos Espíldora, que fuera ferretero en el municipio, se emplea todavía con el azadón en recuperar parte de los destrozado. «No podía ni venir aquí. Sentía impotencia. Hubo una riada en 2012 que medio me arruinó y una familia que vivía aquí no se ahogó de milagro. Se volvió a repetir. Hay una zona de la que saqué 200 carretillas de barro», explica Espíldora, quien reconoce que dos días después de la riada recibió dos ofertas por la finca de 9.000 metros cuadros. «Siempre hay quien quiere encontrar un buen precio», concluye.
Aquella DANA llegó recluyó a los vecinos de Campanillas en los pisos altos de sus casa, mientras se inundaban los bajos y las calles era un río de lodo. Hasta el centro de Málaga sufrió las consecuencias con la anegaciones que recordaron episodios pasados. Los curiosos se acercaban al Guadalmedina para verlo rozar el puente de la Avenida de Andalucía, pero paró de llover y las alertas a los móviles que silenciaban los corrillos bulliciosos del centro de la ciudad, hasta que una segunda borrasca devolvió el caos.
Fue ya en noviembre cuando el camping nudista de Almayate tuvo que realojar a sus clientes de emergencia en un polideportivo. La Axarquía se convirtió en esta ocasión en el epicentro de las inundaciones y Benamargosa vio como el centro del pueblo se transformaba en una gran balsa. «Mis hijas se subieron a la planta de arriba asustadas y yo me pasé horas con tapando la puerta para que no entrara agua», recuerda Jorge Heredia, que vio como su Herrería se convertía cubría de barro. «El agua me llegaba por el hombro», afirma.
Cuando mira atrás agradece que no le falte el trabajo y haber podido salir de aquella. Ahora su negocio funciona con normalidad, pero no fue sencillo. «Llegaba aquí y no sabía qué hacer. Era la gente que venía a ayudarme la que me hacía arrancar cada día», recuerda Heredia.
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