Los guardianes de la ilusión en las calles vacías de Tívoli World
El parque de atracciones de Benalmádena es el más antiguo de Andalucía y cerró en 2020
Tras la clausura sus trabajadores se quedaron allí a vivir para cuidarlo y evitar los expolios
Un nuevo proyecto promete abrirlo con más superficie de ocio, un centro comercial y hasta un hotel temático

Todos los días, desde hace cuatro años, los trabajadores de Tívoli se hacen una foto en este parque de atracciones. Es la muestra de que resisten. No pierden la ilusión por volver a verlo abierto. En septiembre de 2020 Tívoli World cerró en Benalmádena. No ... ha vuelto a abrir. «Nos quedamos aquí porque no queremos verlo convertido en un descampado», asegura Juan Carmona, que es quien más noches ha pasado vigilando las instalaciones.
Son casi cinco años sin que sus cuestas y jardines se llenen de niños, sin el traqueteo de sus atracciones. «Siempre hemos mantenido la ilusión de volver a verlo abierto», añade Lina de los Ríos, otras de las empleadas que este tiempo ha estado cuidando el que fuera el primer parque de atracciones de Andalucía, que ahora ve en el horizonte una reapertura tras un acuerdo de los propietarios y el Ayuntamiento de Benalmádena.
El parque abrió en 1972. La familia Olsen copió en la Costa del Sol la idea del parque Tívoli de Copenhague (Dinamarca). Creó un espacio de 65.000 metros cuadrados de diversión para los más pequeños, llenos de atracciones, jardines y pavos reales, que siguen allí esperando a la vuelta de los niños. Dentro sus plazas se convertían en una fiesta, por sus calles circulaban los tivolinos (la moneda del parque) y en su escenario estaban los más grandes.
Desde Rocío Jurado a Lola Flores, pasando por Isabel Pantoja, El Fari o la inauguración de la gira de Miguel Ríos que todos recuerdan por la avalancha de público que hubo. Aquel día los muros no pudieron contener a los fans, que estallaron al escuchar por primera vez 'Bienvenidos'. El parque se quedó sin pan de los bocadillos que se pidieron aquella noche. Una locura en los años dorados, donde Tívoli era un referente de ocio. El lugar donde todo niño pedía a sus padres ir en verano.
Medio siglo después está cerrado y por sus cuestas solo corre el silencio y un grupo de trabajadores que lo sigue cuidando con mimo como el primer día. Ellos son los que han evitado el abandono y, sobre todo, los expolios. En el 2000, Rafael Gómez 'Sandokán' lo compró, pero la crisis inmobiliaria apuntilló una situación económica difícil con la inculpación del dueño en Malaya. Dejó de fluir el dinero y fue vendido a Tremón. 'Sandokán' denunció que nunca le pagaron y se negó a entregarlo. Ahí comenzó un pleito de años.
Al final, la justicia dictaminó que Tremón era el propietario, pero la empresa ya tenía un concurso de acreedores por más de 900 millones. A eso tenían que sumar los 11,5 millones de la gestora del parque si ejecutaban la sentencia. «Solo los trabajadores hemos mantenido el parque. La empresa por aquí no ha aparecido nunca. Ni tan siquiera han recogido el auto que les otorga la propiedad», afirma Juan Ramón Delgado, otro de los trabajadores que tras más de 30 años en el parque fue despedido por la jueza de la administración concursal e indemnizados por el Fondo de Garantía Salarial del Ministerio de Trabajo.
Nadie se ha querido hacer cargo de ellos en estos casi cinco años desde que cerró Tívoli, pero ellos sí han cuidado del lugar en el que construyeron los sueños de millones de niños durante décadas. «Han sido años duros, porque perdimos todas las acciones legales que emprendimos para seguir trabajando y que el parque estuviera abierto», añade Delgado.
Muchos se rindieron y buscaron otros trabajos en la hostelería o en otros sectores, pero hay quien se quedó en paro. «Llevaba 38 años aquí y estaba adaptada a vivir con el parque, pero ahora desde que nos despidieron solo cobro 480 euros de ayuda», afirma Lina de los Ríos.
Pese a esa precaria situación, con donaciones y poniendo lo poco que les quedaba en los bolsillo, se lanzaron a proteger el parque desde dentro. El primero fue Juan Carmona. Tras el cierre de 2020, los trabajadores los prepararon para abrir en 2021, pero la situación sanitaria impidió volver. Entraron en un ERTE, pero en noviembre de ese año volvieron a la empresa. «Aquel año el parque estaba para abrir. Solo faltaba la revisión de las atracciones. Lo demás estaba perfecto», explica Delgado.



«Empezamos con la mentalidad de abrir en 2022, pero poco después de readmitirnos y con un informe favorable de la administración concursal nos dijeron que la empresa explotadora estaba en una propiedad que no le pertenecía y que no podía abrir», recuerda Carmona.
El parque quedó desamparado, a los pies del abandono y Juan Carmona decidió irse a vivir allí. El objetivo era evitar el expolio, puesto que en el verano, antes de esa decisión, ya se habían producido algunos asaltos a la propiedad para robar material de hostelería y herramientas. «Al principio dormía en una plaza en un banco, a la intemperie. Era para escuchar si entraba alguien. Aquí ha saltado gente muy chunga, sobre todo chatarreros, que venía a por hierros, puertas y demás material... Había quien venía a llevarse lo que había, pero también quien venía solo a hacer vídeos para su redes sociales», explica este empleado convertido en guardián.
En torno a su decisión se organizaron. Primero decidieron soldar para sellar todas las puertas y las reforzaron para que no las pudieran romper. Luego consiguieron generadores para la electricidad y una línea de emergencia. Con el tiempo, una red wifi de un trabajador que vivía cerca sirvió para el circuito de vídeo y hasta sensores de movimiento.
Carmona dejó de dormir en los bancos del parque para pasarse a una oficina y luego recibió ayuda de varios compañeros para hacer turnos. «Estaba agotado. En este tipo hemos registrado más de un centenar de asaltos a las instalaciones. Estábamos ya hasta coordinados con la Policía Nacional para ser más efectivos», añade este empleado, que desarrolló un sistema de vigilancia remota del parque de atracciones, donde cada mañana desde que vive en Tívoli se hace una foto a modo de ticado de su entrada al trabajo.
Cuando encontró un empleo a media jornada llegaron los turnos de vigilancia con sus compañeros, que no han dejado de acudir. Las patrullas han hecho desde el cierre todos los trabajos de mantenimiento, jardinería, han dado de comer a los animales y ha hecho lo posible porque el parque no acabe en ruinas. «Es mucho trabajo para los que nos reunimos todos los días, pero poco a poco los vamos haciendo», añade Carmona, que ha visto, junto con sus compañeros como ya ha luz al final de túnel. «Ya vemos la meta. Al principio era una lucha que sabíamos dónde partía, pero que no sabíamos si tenía un final. Ahora vemos que sí, que ya hay documentos firmados para reapertura», asevera este trabajador.

La idea es que en cuatro años esté abierto el parque. El Ayuntamiento y Tremón han sellado un compromiso para reabrir el parque, al que nunca le faltaron novias, pero que ahora tiene un futuro con un proyecto ambicioso. El propio consistorio anunció que el futuro parque de atracciones Tívoli será más grande que el actual con una superficie total de 69.860 metros cuadrados y multiplicará su techo de edificabilidad casi por tres, pasando de 16.672 a 42.220 metros cuadrados. Habrá 35.860 metros cuadrados que se ubicarán en una parcela independiente, mientras que 34.000 metros ocuparán el vuelo de la parcela del centro comercial proyectado.
La zona comercial tendrá 58.000 metros cuadrados y a eso se sumarán un hotel temático en interior. «Nunca se podrá abrir un hotel ni un centro comercial sobre el terreno sin antes abrirse nuestro emblemático parque de atracciones», aseguró Juan Antonio Lara, alcalde de Benalmádena. El complejo tiene un coste estimado entre 100 y 200 millones de euros. Se prevé que pueda generar hasta 1.000 empleos, tanto directos como indirectos. «Ya se ve la meta», apunta Carmona.
El acuerdo sella que los trabajadores sean readmitidos por la empresa, pero no todos podrán. Muchos de los empleados que tenía el antiguo parque cerrado dentro de cuatro años estarán jubilados, pero acudirán con media sonrisa a ver el regreso de los niños a sus calles.
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