Una joven catalana se mete en un 'fregao' y monta un bar en un pueblo perdido de la Alpujarra granadina
Nacida en Lloret de Mar, volvió al lugar de donde son sus padres y donde pasó sus vacaciones para hacerse cargo del único bar de un sitio que habitan unas 60 personas
«Nos va mejor de lo que pensábamos, mis tres hijos se han integrado muy bien y tenemos la sensación de que contribuimos a fijar población», resalta la empresaria
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Guillermo Ortega
Granada
Yátor es un núcleo poblacional que pertenece al término municipal de Cádiar, en lo que podría llamarse la Alpujarra granadina profunda. Ahí hay 137 personas censadas, aunque lo normal, en invierno, es que no vivan más de 60. Tenía un bar pero el dueño ... falleció en 2022 y cerró. Que cierre un bar es ya de por sí un drama, pero más aún lo es si es el único de un pueblo muy pequeño. Porque en ese tipo de lugares, un bar es el local social por excelencia, el sitio donde la gente se termina por juntar tarde o temprano.
Todo parecía perdido pero Noelia Ortega llegó al rescate. Nacida en Lloret de Mar hace 33 años, había pasado sus veranos en Yátor porque de allí son sus padres. Y allí se volvieron cuando se jubilaron. Noelia Ortega se quedó en Cataluña pero sentía mucha nostalgia por un sitio donde fue inmensamente feliz cuando era una niña.
«Recuerdo que iba todos los veranos y que me volvía de allí llorando, que le preguntaba a mis padres por qué se tuvieron que ir de un sitio tan bonito. Yátor lo he recordado siempre porque allí hay una infancia de calidad, de tranquilidad en la calle. Quería volver, siempre quise hacerlo», explica una mujer que siempre se ganó la vida trabajando en tiendas.
Su marido, Kevin, es de Olvera (Cádiz), pero se conocieron en Lloret. Juntos bajaron algunas veces a Yátor y él también quedó fascinado. Cuando empezaron a tener hijos, los llevaron y pasó lo mismo. Lo de mudarse empezaba a ser mucho más una necesidad que un capricho.
La ocasión se presentó cuando el dueño del único bar que existía, el relatado en el primer párrafo, comunicó su intención de dejarlo. Lo hizo y desgraciadamente falleció poco después. Noelia y Kevin, que ya habían hablado con él sobre la posibilidad de tomar las riendas del negocio, agilizaron los trámites, subieron a los tres niños al coche y se convirtieron en yateros, que tal es el gentilicio del pueblo.
«Nos metimos en un fregao bueno», reconoce entre risas la propietaria del flamante Bar Torrejón. Entre otras cosas, porque habría estado en contacto con el público, pero nunca como empresaria. No tenía «ni idea» de hostelería, pero tampoco miedo. «Ante una oportunidad así, lo único que no puede hacer una es resignarse y pensar que no es posible», razona.
Tres 'empujones' de la Junta
Recibió un buen empujón por parte de la Junta de Andalucía. Tres, para ser más exactos. La Consejería de Empleo le dio una primera subvención de cinco mil euros, una segunda, también a fondo perdido, de 600, y le permitió tener inicialmente una tarifa plana como autónoma, de poco más de 60 euros al mes.
Con eso y con mucho trabajo echó a andar El Torrejón, nombre que le pusieron al remozado local porque Torrejón es el apellido de Kevin pero sobre todo porque, cuando él cocinaba en casa «solía ponerle ese nombre a los platos que elaboraba, un poco en plan de broma».
«Nos va mejor de lo que pensamos en un principio», admite la emprendedora, que cuenta que el bar abre todos los días -excepto los martes, que está cerrado- a las 7.15 de la mañana y a partir de ahí empieza a entrar clientela para tomar café y desayunar. El ajetreo desemboca en los aperitivos -«yo aquí los pongo siempre con tapa, que para eso estamos en Granada», matiza- y con la comida: bocadillos calientes y platos combinados, sobre todo.
«Viene la clientela fija del pueblo, la de toda la vida, la gente que llega para encontrarse aquí, pero también algunos ingleses y alemanes que viven en el pueblo, los que trabajan en la aceituna, que bajan para comer, y los fines de semana gente que se queda en casas rurales de los alrededores, moteros de excursión, gente de paso, porque Yátor está bien comunicado...», enumera.
En invierno el bar suele cerrar por las noches. En verano llega a permanecer abierto hasta las dos de la madrugada «porque es el sitio que hay y se agradece estar aquí cuando la temperatura baja». En fin, que si es menester se convierte en pub, como los domingos sirve paella o como de vez en cuando cumple la misión de ser el sitio en el que se junta gente de aquí y de allá para ver un partido de fútbol importante.
Noelia, Kevin y sus tres hijos, de 13, 8 y 4 años, viven en la casa que perteneció a sus padres, que a su vez se han mudado a una más pequeña que era de unos extranjeros. «Mi casa está a diez metros del bar y esa es otra ventaja», señala la protagonista de esta historia, que se alegra de lo bien que se han adaptado sus hijos a la nueva situación y de que ella y su marido estén contribuyendo a algo esencial: fijar población en lugares en trance de desaparecer.
«Los niños estudian en Cádiar, donde podrán hacerlo hasta cuarto de ESO; después tendrán que desplazarse al instituto de Ugíjar, que tampoco queda tan lejos. Se han hecho muy amigos de los otros cuatro niños del pueblo y disfrutan de lo que yo disfruté en su día, de la tranquilidad, de no tener apenas tráfico...», concluye.
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