La increíble historia de Miguel Morales, el granadino que murió en 1984... y también en 2024
Dejó atrás a su mujer y sus dos hijas en Dúrcal; en 1994 un juez le dio por fallecido, pero en realidad vivía en Valencia y se ahogó en la dana del pasado mes de octubre
La muerte presunta de los tres desaparecidos a tres meses de la dana: «Cuando hallen el coche, la encontrarán a ella»
Pasaporte de Miguel Morales expedido en 1978 en el que se ve que estaba soltero y vivía en Tarragona
Miguel Morales murió en 1984, pero también en 2024. ¿Es eso posible? Obviamente no, pero, a efectos legales, eso fue lo que sucedió. Este yesero, nacido en la localidad granadina de Dúrcal en 1952, decidió un día dejarlo todo atrás: su mujer, sus ... dos hijas -la menor de las cuales aún no había cumplido un año- su documentación, su casa y todo lo demás. No dejó ni rastro.
Su esposa denunció la extraña desaparición. La Guardia Civil buscó a Miguel sin éxito y, cuando se cumplió el plazo legal de diez años, la Justicia dictaminó que había fallecido. El caso, aparentemente, quedaba cerrado. Su madre se volvió a casar y las niñas crecieron con su padrastro.
Desde 1994 hasta 2024 van treinta años, tiempo suficiente para que casi todo se olvide, incluso la extraña desaparición de ese hombre, yesero de profesión. Pero el 29 de octubre de 2024, como se sabe, se produjeron unas terribles inundaciones en las proximidades de Valencia que dejaron 224 muertos. Uno de los cadáveres fue encontrado en un campo de naranjos en la población de Quart de Poblet y ahí saltó la sorpresa: era el de Miguel Morales.
Sus huellas dactilares han sido la clave. Como se sabe, son rastros casi imposibles de borrar. La Guardia Civil hizo el correspondiente cotejo y posteriormente un juez dictaminó que pertenecían a ese hombre nacido 74 años atrás en Dúrcal, donde sus familiares, como es normal, no dan crédito a lo sucedido.
Fue su hija mayor, Jessica, la que recibió la primera información, en noviembre de 2024. Provenía del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Catarroja, localidad próxima a Valencia y muy afectada por la Dana. La causa de la muerte fue «asfixia mecánica por sumersión en medio lodoso». Dicho en otras palabras, la riada lo arrastró, como a otros muchos, y lo mató.
Una familia estupefacta
Su hija menor, Sara, tiene 31 años y un hijo que, obviamente, no ha conocido a su abuelo paterno. Antes de que ABC pudiera localizarla, en varios medios había comentado que ella se enteró de las circunstancias que rodearon la marcha de su padre cuando fue creciendo y empezó a encontrar rastros aquí y allá. Entonces le preguntó a su madre y le contó que se fue sin mirar atrás.
Pero Sara no ha sabido hasta ahora que se marchó a Valencia ni por qué lo hizo. Algunas fuentes apuntan a que Miguel Morales sufría problemas mentales, probablemente desde que vivía en Dúrcal, y que le desequilibraron hasta el punto de que buscó una nueva vida. Valencia está a unos 450 kilómetros, las comunicaciones no eran las de ahora, que en poco más de cuatro horas de autovía se cubre esa distancia. Es de suponer que se sintió a salvo.
«Mi madre sí tenía el presentimiento de que seguía vivo», ha relatado ahora Sara. No por nada en concreto, sino porque ya se sabe que la esperanza es lo último que se pierde y que hasta que no se ve el cadáver hay quienes no se convencen de que una persona ha muerto. Ahora sí lo sabe. De lo que no tiene ni idea, ni ella ni nadie en su entorno, es de qué hizo el hombre durante estos cuarenta años. Pero tiene que haber dejado huella, eso es innegable. Ahora se trata de tirar del hilo… si es que alguien quiere hacerlo.
La vida de un fantasma
Si quiere y si puede, porque es como escarbar en la vida de un fantasma. Porque, según se ha sabido ahora, Miguel no tenía historial clínico, lo que quiere decir que supuestamente nunca fue al médico en todos estos años. Tampoco consta que tuviera una cuenta corriente desde la que hubiera hecho movimientos.
A su edad ya podría haberse jubilado, pero tampoco hay noticias de ninguna gestión en ese campo, como tampoco en el Instituto Nacional de Empleo, adonde habría acudido en caso de haberse quedado en paro. No parece haber dejado ningún rastro, en definitiva.
Por el momento la familia no ha manifestado su deseo de indagar. En sus declaraciones en un programa de Telecinco, una de sus hijas ha dicho que ha acogido la noticia «con sorpresa», pero que también le ha molestado saber que su padre ha estado tantos años relativamente cerca y nunca se ha interesado por ellas.
Las preguntas sin responder
Sara tiene ahora 42 años y, cuando finalmente pudo hablar con ABC, dijo sentirse «como en un vacío» porque su padre, al que apenas conoció porque se fue de casa cuando ella era casi un bebé, «no ha podido contestar a las preguntas que me he hecho durante todo este tiempo». En esencia, estas dos: «Por qué nos dejaste y por qué no quisiste luego saber nada de nosotras». En esa primera persona del plural incluye a su hermana Jésica, de 45 años, y a su madre, Antonia.
«Siento cierto alivio porque al menos lo hemos encontrado, pero es duro que no nos haya explicado nunca por qué se comportó así. Si nos hubiera dicho que estaba mal, que era su forma de ser...», expresa, para añadir que, de haber tenido voluntad, seguramente habría podido hacerlo. «Tengo trato con familiares suyos con los que él podría haberse puesto en contacto, aunque ellos también lo habían dado por muerto».
Admite que la vida de su padre es «como la de un fantasma» y que es difícil asumir que en cuatro décadas no haya dejado ningún rastro. «Supongo que vivía de la mendicidad y que iba a algún comedor social y que por eso no tenía cuenta corriente ni DNI, pero incluso en muchas de esas instituciones también piden un registro de sus usuarios».
A lo mejor todo se debe a que Miguel Morales no estaba bien. Estuvo ingresado en un hospital psiquiátrico por sus problemas mentales. Eso fue después de regresar a Dúrcal tras pasar unos años con sus padres en Tarragona. Antes de casarse, también. Allí trabajó como yesero y también lo hizo en el pueblo granadino, aunque alternando esa tarea con el campo. En total cotizó quince años. «Es lo único que pone en el informe de vida laboral que nos envió el juzgado cuando lo dio por muerto la primera vez», recuerda.
Sara tiene dos hijos y Jéssica, tres. Antonia, la madre de las dos, lo pasó «muy mal» en su día, pero «rehízo su vida con otro hombre que a todos los efectos ha sido mi padre toda la vida». Eso ella lo tiene bastante más claro que saber algo de su padre biológico, pero no pierde la esperanza. «Todavía pienso que algún día me llamará alguien para decirme al menos dónde vivía y dónde dormía».
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