Diez años de la disolución del sueño andalucista
El Partido Andalucista, que llegó a gobernar Sevilla capital y a tener voz en el Congreso de los Diputados, fue liquidado en septiembre de 2015 tras varios lustros de decadencia
Alejandro Rojas-Marcos: «El Estadio Olímpico murió de la mano del PSOE, hay hasta un informe proponiendo la demolición»
Sevilla
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Iniciar sesiónHace diez años el Partido Andalucista bajó definitivamente la persiana. No hubo épica, ni lágrimas, ni discurso solemne: un congreso en Torremolinos, septiembre de 2015, y la votación fría de una militancia agotada bastaron para acabar lo que para muchos fue un sueño ... del sur, el de tener una representación sólida y constante en la esfera política para poder ejercer la presión que trajera grandes proyectos a una comunidad históricamente castigada. El partido que había presumido de ser la voz propia de Andalucía se disolvía tras varios lustros de decadencia y estrategias erróneas de alianzas que le llevaron a perder mucho respaldo. Apenas quedaban ya en 2015 los recuerdos, símbolos y la nostalgia de una etapa en la que la bandera blanca y verde había tenido escaños en el Congreso (hasta cinco diputados en 1979 como PSA, formando grupo parlamentario propio), alcaldías relevantes, incluida la de la capital andaluza, y hasta una vicepresidencia de la Junta.
El PA había nacido en 1976, heredero del Partido Socialista de Andalucía, con Alejandro Rojas-Marcos al frente o figuras como Luis Uruñuela en la capital hispalense. Su aspiración era clara: dar a Andalucía un espacio propio en el nuevo tablero político de la Transición. Y lo consiguió, al menos en los primeros compases. En 1979 sumó los citados cinco diputados en Madrid y se convirtió en referente de un discurso identitario que encontró combustible en la ola del 28F de 1980. El andalucismo, por primera vez, parecía algo más que una mera proclama cultural o estrictamente teórica.
Donde mejor se desenvolvió el PA, no obstante, fue en lo municipal. Sevilla vivió el momento de mayor esplendor de los andalucistas en 1991, cuando Rojas-Marcos alcanzó la Alcaldía a raíz del pacto de alternancia con el PP de Soledad Becerril. Lo hizo al frente de una ciudad que se preparaba para su gran cita histórica: la Expo del 92. Sevilla cambió de piel con él en el gobierno municipal, aliado explícitamente con el PP en la ciudad y de manera tácita con el PSOE a nivel estatal para la gestión de la muestra universal y el lustre necesario para la gran cita mundial sevillana, en una coalición a doble banda improbable pero eficaz. La transformación de la Cartuja, la ronda de circunvalación, la modernización del transporte, los puentes, el soterramiento del tren... La ciudad vivió la transformación que la proyectó al mundo y en esa foto Rojas-Marcos quedó como alcalde del año de oro, el regidor de la Sevilla que por unos meses jugó a ser capital global.
En Jerez de la Frontera, por su parte, el PA tuvo otro de sus principales bastiones. Allí mandó Pedro Pacheco, uno de esos personajes que dividían a partes iguales entre devotos y enemigos. Bajo su mandato se impulsó decisivamente y se levantó el circuito de velocidad, un símbolo de modernidad en la Andalucía de los 80, aunque también un proyecto que lo enfrentó con media ciudad y con todos los partidos. Pacheco encarnó como pocos la fuerza y, a la vez, la fragilidad del andalucismo: audaz, combativo, capaz de abrir caminos inéditos, pero también incapaz de controlar los incendios políticos que él mismo encendía. Su trayectoria acabó con condenas judiciales y prisión, en una caída que ensombreció la huella que dejó en Jerez.
El «abrazo del oso» del PSOE
Hubo otros nombres y otros lugares: Puerto Real, Ronda y otros muchos municipios medianos donde la bandera verdiblanca ondeaba en los balcones consistoriales. En 1994, incluso, los tres diputados andalucistas fueron decisivos para la gobernabilidad de la Junta, lo que llevó a Rojas-Marcos a ocupar la vicepresidencia en un gobierno con el socialista Manuel Chaves. Fue una experiencia breve y turbulenta, otra muestra de que el PA podía ser bisagra pero difícilmente pilar. Tanto es así que ese «abrazo del oso» del socialismo acabó devorando lenta pero inexorablemente al andalucismo. Ni Rojas-Marcos ni sus sucesores supieron hacer la raya y separar.
Con el paso de los años, el PSOE absorbió el discurso identitario y social que el PA había defendido durante años, mientras IU y luego Podemos captaban también parte de ese voto alternativo al bipartidismo. Incluso el PP, a su manera, fue creciendo hasta ocupar el espacio que dejaba libre un andalucismo reducido a islas locales. La pérdida de representación en Sevilla en 2011 fue el punto de no retorno: sin su capital más simbólica, el PA se convirtió en un proyecto sin horizonte. Cuatro años después, ya no quedaba nada que mantener.
Diez años han pasado desde entonces. Y, sin embargo, el vacío sigue estando ahí. No ha habido aún un heredero claro. Juanma Moreno lo ha intentado explotar con habilidad y va avanzando en esos terrenos: la institucionalización del 4D como fecha oficial, en paralelo al tradicional 28F, es la prueba más visible de que el andalucismo sigue siendo un capital simbólico que se puede gestionar. Un capital que ya no tiene partido, pero que todos quieren para sí.
El PP de Juanma Moreno trata ahora de ocupar parte del espacio simbólico andalucista con gestos como la celebración del 4D
El PA murió en Torremolinos, pero su herencia sentimental sigue latiendo en la política andaluza. Fue una historia llena de éxitos y fracasos, de personalismos y contradicciones, que explica parte del camino recorrido por la autonomía. Una década después, la bandera blanca y verde se sigue exhibiendo casi más que nunca. El andalucismo se disolvió como partido, pero como memoria, símbolo y relato mantiene bastante de su vigencia.
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