CÓRDOBA ENTRE LÍNEAS
Vicente Sánchez: «Una persona que no se quiere funciona muy mal en la vida: uno tiene que saber quién es»
Hasta su jubilación ha estado, y durante cuarenta años, al frente de la atención mental pública a menores. Sostiene que «las relaciones humanas son la clave»
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Empiezo por el final: por ese momento de terminar de transcribir la entrevista a la que hay que darle luego forma para que sobre el papel siga pareciendo una conversación natural, que es lo que realmente fue. Toda buena charla está llena de referencias, y en las que quienes participan en ella quizá caen o reparan cuando ha acabado. Así que lo que a uno se le viene a la mente tras un encuentro de una hora y pico con Vicente Sánchez en la plaza del Museo Arqueológico es un diálogo de 'Truman', la película de hace unos años protagonizada por Ricardo Darín y Javier Cámara, el primero enfermo terminal, el segundo de visita a Madrid desde Canadá para ver a su amigo, quizás por última vez.
«Mira, lo único que importa en esta vida es lo que hay entre tú y yo, entre tú y mi prima, entre mi perro y yo, las relaciones entre nosotros, el resto no sirve para nada, no merece tanto la pena», le dice argentino a su compañero de reparto. Ésa es, a trazo grueso, la tesis del psicólogo clínico que ha estado al frente de la Unidad de Salud Mental Infanto Juvenil del Hospital Reina Sofía casi cuatro décadas, desde su fundación hasta que él se jubiló hace pocos años.
-¿La buena salud mental se puede entrenar?
-Yo creo que sí.
-Cómo.
-Hay habilidades que están en contra de una mala salud mental.
-¿Por ejemplo?
-Las relaciones humanas, las relaciones interpersonales. Niño aislado, niño peligroso. Pasa como con los adultos: las personas tienen que integrarse en la comunidad. ¿Por qué? Porque una cosa muy importante es la identidad personal, o lo que tanto tiempo se ha llamado la autoestima. La imagen que tenemos de nosotros mismos: sin eso no podemos funcionar. Una persona que no se quiere funciona muy mal en la vida. Uno tiene que saber lo que es. Es preferible saber que uno es un chorizo o un delincuente que no saber qué es uno. La gente que no trabaja, eso es otro peligro, un peligro tremendo.
-La desocupación…
-Claro. Un gran apoyo de nuestra identidad es el trabajo. Si no trabajas pierdes ese polo: el dinero, las relaciones, las gratificaciones. Aunque estés trabajando en un sitio que no te guste, pero bueno, tienes ahí una pelea que resolver. Pero si te quedas en el paro, ¿quién eres?
-¿El dinero es una garantía de salud mental?
-¿De felicidad se refiere?
-También.
-Como decía el otro: el dinero no es indispensable, pero ayuda mucho, porque si no tienes dinero vas a verte con conflictos. Pero una vez que se cubren las necesidades básicas y de la atención a los niños, de los hijos, que eso problematiza mucho a los padres, más dinero puede dar problemas de nuevo. Los ricos tienen depresión, los ricos tienen psicosis y trastornos de conducta alimentaria. Hay una patología muy ligada a la gente que gana dinero de pronto. Con la lotería o con un negocio redondo. Se desclasan: se van a vivir con los ricos, a sus barrios, pero los ricos les dicen que son unos advenedizos y les dejan solos. Empiezan a beber y se suicidan. Por eso la gente inteligente a la que le toca la lotería sigue en su barrio, se compra una casa para los fines de semana pero vuelve a su piso luego. Eso es lo que yo recomiendo: que arreglen su casa de siempre, que pongan allí oros si quieren, pero que no se muden, que sigan con sus vecinos y con sus amigos.

Sánchez nació en 1952 en Las Margaritas, barrio al que su padre se trasladó para montar una panadería y una tienda de ultramarinos. «Entonces aquello estaba en las afueras de la ciudad, allí solo habían huertas, quedaba para que llegasen las casas portátiles: sólo estaba un primer tramo de la avenida de Trassierra, la iglesia y la Colonia de la Paz y unas cocheras de Campsa, además de la vía y el paso a nivel demoledor con sus colas interminables. Nosotros decíamos 'voy a Córdoba'», recuerda. El sexto de siete hermanos, y el primero varón, empezó a estudiar parvulitos en Las Teresianas y de ahí pasó a los Maristas, donde hizo hasta PREU, y con cuyos compañeros sigue viéndose una vez al año; continuó con sus estudios en Filosofía y Letras en Córdoba, que era por entonces la puerta de entrada a Psicología, carrera por la que se decidió.
-¿Por qué esa titulación?
-Al terminar PREU pensé que quería hacer algo científico, y elegí Psicología, porque yo ya tenía relación con Castilla del Pino y con sus discípulos sobre todo, además de con sus hijos, porque eran de mi edad y algunos de mi pandilla. María, una de las hijas que murió y que estaba muy ligada al Círculo Juan XXIII, era amiga mía íntima. Conocí a Castilla como amigo de sus hijos, de ir a su casa a comer, cuando vivía en Sansueña. Estuve además un par de años militando en el Partido Comunista, y allí coincidí también con discípulos de Castilla, que tenían unos seminarios, algunos de Lingüística, que me interesaban especialmente por mis estudios de Psicología. Tras los dos años comunes en Filosofía y Letras me marché a estudiar a Somosuagas, en la Complutense de Madrid, que entonces estaba en mitad del campo, porque que era una de las facultades más conflictivas por la contestación política. Madrid era un hervidero. Aquello era como un campo de concentración: había que salir a Moncloa a manifestarse.
-Además de Madrid, qué otras ciudades le marcaron en esos años.
-Amsterdam y Barcelona. Con veinte años o así nos fuimos a Holanda unos amigos con una mochila: era una ciudad rica, con las casas de los cuentos de Andersen, el mundo hippy en estado puro, y la Reina había cedido un parque para que durmiera la gente joven. Uno de nosotros compró 'El libro el libro de cocina del anarquista' en inglés, que realmente era un cómic que explicaba cómo hacer bombas y cómo se hacían alambiques para sacar el hachís, y nos pararon en la frontera cuando volvíamos a España, y nos mandaron a dormir a la Comandancia de San Sebastián y a la mañana siguiente nos interrogaron pero nos dejaron libres. Por eso me retiraron la prórroga del servicio militar y me mandaron a hacerla a los Pirineos. Del campamento me enviaron a Barcelona al destino, y aquello fue un descubrimiento: era una Barcelona esplendorosa, era el momento de la llegada de Tarradellas, la legalización del Partido Comunista... Era una ciudad fascinante: tenía amigos allí y dormía con ellos, porque conseguí un pase de pernocta. El mundo del cuartel era muy infantil, muy simple; con un Ejército ya en declive, en el que para sobrevivir tenías que juntarte con los que mejor vivían, era puro Darwin. Además, estaba mi hermano pequeño viviendo allí. Me lo pasé de maravilla.
«En parte no he tenido hijos por lo que veía sufrir a los padres de los niños autistas»
-La juventud...
-Entonces todavía estaba en el PCE: llamé a mi responsable aquí, Antonio Amil Castillo, marido de Manolo Corredera, que fue concejala con Anguita y que nosotros pensábamos que era de la KGB, y le pregunté qué hacía, porque había algún movimiento de soldados por la insurrección, y él me dijo que no hiciera nada de nada, que me quedara quietecito, que hiciera la mili y nada más. Me relacioné con mucha gente y vi actuar a Camarón de la Isla, a La Trinca, Lluís Llach, Raimon, Serrat también aunque ya era más profesional y estaba por otros circuitos. Y La Rambla... Bueno, bueno... Era un hervidero contracultural, de teatro de guerrillas que le llamaban, improvisados, cortos. Era una ciudad esplendorosa, ya le digo.De vuelta a Córdoba con la mili y los estudios de Psicología finalizados, el psicólogo arrancó su carrera profesional. «Ya era entonces amigo del psiquiatra José María Vals, y empecé de colaborador con Castilla del Pino, hasta que me salió un trabajo en la Casa de Observación de Tribunal Tutelar de Menores, un eufemismo para llamar a lo que realmente era un reformatorio, y que estaba en un antiguo cuartel de la Guardia Civil en La Fuensanta», detalla Sánchez.
-¿Los años ochenta, no?
-Sí. Pero los primeros años ochenta, con una delincuencia juvenil muy fuerte y en un momento en el que estaba entrando la heroína en la ciudad, que cambió radicalmente el modo de la delincuencia y hubo años muy duros. Después, el Ayuntamiento, con Anguita, montó un programa de prevención de la delincuencia con educadores de calle, que entonces era lo novedoso, en Palmeras, Moreras y las calle Torremolinos y Ceuta, en La Fuensanta, donde se habían trasladado familias de la zona alta de Torremolinos tras unas inundaciones. Estuve trabajando ahí de psicólogo y después de coordinador, hasta que empezó la reforma psiquiátrica, que la dirigió Pepe Vals desde la Diputación, y me llamó para que me incorporase al equipo de Castilla, al Dispensario, que estaba en República Argentina. Entré también en la Universidad con Castilla.
-Ha citado varias veces a Carlos Castilla del Pino. ¿Fue la persona de Córdoba más brillante intelectualmente de su época?
-Yo creo que sí. Creo que sí. Tuvo mucho reconocimiento, aquí y a nivel nacional, pero no internacional. Castilla era introvertido, no era una persona fácil, tenía una cierta frialdad, era egocéntrico. Su mano derecha, Pepe Vals, era quien establecía más relaciones fuera de España para la Fundación.
-¿Usted tiene hijos?
-No. Estoy casado pero no los hemos tenido. Porque... yo tenía ciertos reparos... por los niños autistas que veía.
-Renunció entonces a tener hijos porque veía lo que podían sufrir, ¿no?
-En parte, sí. Pero más que los niños, quienes sufrían eran los padres. Los críos, si medianamente los controlabas y nadie los molestaba en el colegio, pues eran felices. Pero lo de familias era tremendo, y eso es para toda la vida.
-¿No ha echado de menos no tener hijos?
-Sí, claro. Pero lo que más echo de menos es tener nietos. Hubiera sido un abuelo fantástico, y es lo que le envidio a mis amigos. ¿Los hijos? Bueno... La Unidad [de Salud Mental] satisfacía un poco mis carencias por los críos que veía allí. Y como veía allí tantos dramas. Lo que sí he sido es un tito maravilloso con mis sobrinos.
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