PERDONEN LAS MOLESTIAS
Regalo de año nuevo
Uno de los canallas fue sorprendido por una patrulla policial. Iba con la bicicleta a pulso por la calle
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Iniciar sesiónMe han robado la bicicleta. Era una humilde Orbea color azul , con tres platos y ocho piñones, modelo vaya usted a saber. Al parecer, un par de cretinos se adentraron en el patio común de mi vivienda la mañana del 1 de enero ... para hacernos el regalo de Año Nuevo . Digo hacernos, en primera persona del plural, porque entre la decena de bicicletas aparcadas en la galería escogieron las dos que más les complacieron. O mejor dicho: las dos que más salida tienen en el mercado bastardo de artículos robados.
Los dos cretinos eligieron el día y la hora adecuadas para ejecutar la operación. Las ocho de la mañana del 1 de enero. A esa hora, las personas decentes se encuentran durmiendo la mona del cotillón de Nochevieja . Es un trabajo duro el de los bandidos. Mientras la gente ingiere langostinos tigre y le ríe las gracias al cuñado de turno, los bellacos hacen guardia fuera de convenio.
Todo indica que forzaron el portón de madera . La cerradura se atascó horas después del latrocinio y nos vimos obligados a avisar al cerrajero. Otro regalo navideño de estas criaturitas del señor. Así está recogido en el atestado de la policía, consciente de que el detalle es capital a la hora de formular denuncia por hurto o por robo con fuerza. No es lo mismo.
Uno de los bribones fue sorprendido por una patrulla policial minutos después de limpiarnos amablemente el patio. Iba con la bicicleta a pulso por la calle, toda vez que la rueda trasera se encontraba inmovilizada por un candado. No era mi bicicleta. Era la del vecino. Ignoro a dónde diablos se dirigía el canalla con el velocípedo debajo del brazo. Supongo que estos profesionales tocapelotas usan furgonetas en su habitual reparto de regalos navideños y así se lo transmití a la mujer policía que me tomó declaración en la comisaría. La agente restó crédito a esa posibilidad. «Llegan, se montan en la bicicleta y se van . Estamos hartos de verlos en las cámaras de seguridad», dijo con mecánica rutina.
La bicicleta, ya digo, era un modelo básico, sin alharacas ni tronío, pero me servía de herramienta de trabajo para desplazarme a las entrevistas del domingo, nadar tres días por semana y contribuir modestamente a la reducción del anhídrido carbónico , frenar el calentamiento global, rebajar la polución acústica, desatascar el caos circulatorio y, en definitiva, humanizar la ciudad.
Los dos imbéciles antecitados no tienen por qué saberlo, pero la bicicleta es el gran hallazgo de la modernidad. Ahí donde la ven, ese artilugio de la mecánica elemental está ofreciendo una salida decorosa al infierno caótico en que arrojamos las urbes a finales del siglo pasado. Hay gente que todavía piensa que colapsar las ciudades con el uso desproporcionado del vehículo a motor es un signo de progreso. Allá cada cual con sus extravagancias. Pero las urbes más avanzadas del planeta son aquellas que han entendido que el humo, el ruido y la agresividad son inversamente proporcionales a la felicidad del ser humano. Y ahí tienen a un buen puñado de capitales europeas para verificarlo.
De alguna manera, la bicicleta es una forma de regresar al paraíso del que fuimos arrebatados concebido a la medida del hombre y de la mujer. Pero, sobre todo, de los niños y de los ancianos. Los programas electorales están plagados de frases estimulantes como esta. Otra cosa es la realidad de los hechos. Ahí los ayuntamientos se mueven con una pereza exasperante y una miopía incomprensible. La ciudad necesita carriles bici eficaces y aparcamientos vigilados para evitar que cretinos como los que les acabo de presentar saboteen el futuro que nos merecemos.
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