Crónicas de Pegoland

La cámara

Reconocimiento facial para tomarse un café. El discurso de la responsabilidad individual de los mayores de edad acaba aquí

Una mujer en una casa de apuestas DE SAN BERNARDO

En el Codere de mi barrio, muy frecuentado a las horas del desayuno porque es una cafetería con trastienda de azar, nos han puesto un trasto que escanea el DNI y te registra el careto para poder tomarnos a toda prisa el cortado con ... media de pizquitos de jamón y tomate, que es el desayuno placentero por antonomasia. El cacharro se ha colocado para no tener que pedirle la documentación a cada rato a todo aquel que desayuna tenga o no intención de acercarse a las maquinitas que provocan ludopatía.

El asunto tiene toda la gracia porque los camareros tenían que solicitarle el carné a señoras de ochenta años para garantizar que tenían más de 18 y que, por ende, podían frecuentar el salón de juegos. El gesto provocaba no pocas risas en el respetable, para azaramiento de la plantilla. La tecnología ha sustituido tal dislate —comprobar que alguien es mayor de edad a pesar de que evidentemente es mayor de edad— por una cámara de reconocimiento facial vinculada a un archivo controlado por la Agencia de Protección de Datos . Lo que hay que hacer por una buena tostada de pizquitos de jamón del bueno en estos tiempos no tiene nombre.

La mayor parte de los que aparecemos por el Codere de mi barrio somos adictos, todo lo más, a su café y a sus tostadas porque en las máquinas no es que haya mucho movimiento. Pero una norma de no sé muy bien quién, parece ser, ha dispuesto que la garantía de que solo lo pisemos mayores de edad, cosa que está muy bien, ha de ser llevada a su extremo. La identificación total de los seres humanos que cruzan el umbral de la puerta en vez de lo que ocurre en la mayor parte de los negocios restringidos a gente que puede votar: que se te caiga el pelo si te pillan con un menor en las instalaciones. Imaginen por un momento que los estancos tuvieran tal grado de sofisticación para evitar que los chavales no compren tabaco o que el Góngora Gran Café tuviese que acudir a cámaras de reconocimiento facial para que no se les cuelen los pibes.

Derivar en estos momentos el debate a la responsabilidad individual de mayores de edad que ejercen o no una actividad libremente es una temeridad. El argumento que vale para el suicidio asistido no se permite para las casas que venden ese artículo tan estúpido, el azar. Los que legítimamente defendemos la legalización parcial o total de los estupefacientes nada podemos aportar a esta cuestión desde ese punto de vista. De hecho, ni siquiera se ha tomado la medida lógica y directa, la única que supondría un control cierto. Establecer tales condiciones legales y tributarias que hiciesen inviable ejercer la actividad de hostelería en un lugar donde se expendan apuestas de la naturaleza que fuere. Ni siquiera el nuevo Gobierno , que tiene hasta un ministro para la cosa Codere, ha llevado la promesa a sus consecuencias finales. La publicidad del azar será legal en los partidos de fútbol de gran audiencia, los que se celebren más allá de las ocho de la tarde, demostrando el axioma de que con Florentino no hay huevos.

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