Crónicas de Pegoland
El progre
La sorprendente historia de esa parte de la izquierda que entiende que todo lo que ocurre tras una pancarta es bello
Reacciones independendistas en la calle a la sentencia del «procés»
De lo peor que llevo con eso a lo que llaman los progres (vamos a no confundirlos, como bien propone Julio Anguita , con las honradas personas de izquierdas) es que le siguen el rollo por sistema al que recibe el porretazo ... de un guardia. Es quemar un contenedor y el chaval ya es un santo varón, una criatura tocada por los designios de la lucha contra la opresión . Es juntarse más de treinta, a ser posible un poco bestias, y resulta que el pueblo soberano lleva razón con sus protestas -pacíficas, por supuesto- que, si acaban en algarada, es porque hay agentes infiltrados que se ocupan de convencer al personal de que haga barricadas, se líe a golpes y la monte parda con el mobiliario público que hemos pagado con el sudor de nuestra frente y los designios de nuestros impuestos.
El progre tiende a pensar que toda protesta, toda manifestación, no solo es legítima, que constitucionalmente lo es cuando se desarrolla pacíficamente, sino que lleva toda la razón por la protesta misma. Que la violencia que sucede en estas cosas pues que son asuntillos que pasan, en mayor medida, por la funesta manía de la fuerza pública de evitar que las cosas vuelquen o ardan. Que los aeropuertos funcionen, que los trenes lleguen a su hora y que la gente pueda llegar a trabajar. Que la gente no sea agredida por el uso pacífico de su libertad de expresión . Si hay una porra y un casco de por medio, el progre ya lo tiene claro. Hay un bueno y un malo. Y el bueno nunca viste de azul . Por mucho que reciba tantas pedradas como palos pueda llegar a dar.
Existe una especie de confusión mental entre fines y medios entre cierta parte, y digo cierta, del espectro político, aquel que se encuentra agarrado a las señas de identidad. Las pobres criaturas que protestan pueden, perfectamente, no llevar razón, defender cuestiones que no se sostienen y reclamar medidas que son una perfecta y soberana injusticia. Porque las cosas no valen como se expresan por mucho que le pese a quien le pese. Si alguien cree que tiene derecho a no compartir la riqueza de un territorio con otros que cuentan con una posición peor , se equivoca gravemente. Y eso no es justo, ni progresista, ni de izquierdas, ni de derechas, ni demócrata-cristiano. Está mal. El mantra del diálogo llega un momento en el que se topa con las categorías morales básicas. Y si encima le pega fuego a cosas en nombre de ese supuesto derecho a la autarquía del rico , a esa versión posmoderna del carlismo, se convierte directamente en un pedazo de carne sin bautizar candidato directo al porretazo en la cabeza.
La versión pijoprogre de la historia parece haber abdicado de las nociones básicas. Y así es cuando hay que encarar esas justificaciones con la boca pequeña, ese tonillo sacerdotal que te dice que, hombre, la democracia es lo primero, que lo suyo es solventar el conflicto, tender puentes, empatizar, ponerse en el lugar del otro. Qué horror, chico, qué horror.
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