Opinión
Estado de amnesia
El tránsito a la «nueva normalidad» tiene tanto de inconsciente como de obsceno
Terrazas de la plazas de la Corredera en Córdoba, este domingo, tras el fin del estado de alarma
Como si aquí no hubiera pasado nada. Como si la única manera de superar este trance traumático fuera ponerse una venda en los ojos y el único camino posible no el del tributo ni el de la memoria sino el del olvido. El tránsito ... del estado de alarma al de la «nueva normalidad» , precipitado por miles de ciudadanos desde el inicio del pasado fin de semana, tiene tanto de inconsciente como de obsceno. Porque cualquiera que haya visto estos días las terrazas de los bares atestadas o los no pocos botell on es juveniles —en El Bailío, por ejemplo— se pregunta si no hemos aprendido nada, si esta sociedad amnésica no es capaz de pasar de la reclusión al disfrute de la calle sin un punto de discreción y de conciencia del riesgo que aún existe.
Y si, además, no estamos siendo cómplices y hasta protagonistas de una indecente falta de respeto hacia las víctimas de una tragedia monumental con un altísimo coste en vidas humanas y con unas derivadas económicas que tienen a miles de empresas y de familias en el precipicio. Quién sabe si algunas de las que ignoran aún de qué van a vivir mañana fueron las que este domingo atestaron las playas. ¿Dónde está el «dolor fecundo» del que escribía Juan Manuel de Prada en el suplemento de homenaje a los fallecidos por coronavirus que publicó ayer este periódico?
No digas que fue una pesadilla. No te acuerdes de las semanas interminables encerrado en casa con la persiana de tu bar o de tu tienda echada, con los niños peleándose por el portátil que tu mujer necesitaba para teletrabajar. No quieras saber qué ha pasado con el vecino simpaticón del bloque de enfrente que ponía canciones a las ocho, ni si el cierre de la peluquería de la esquina es definitivo. No, no recuerdes a la viuda del médico que cayó en la primera semana del confinamiento y a la que no le dejaron acompañarlo en su entierro y que ha estado un mes y medio esperando a poder ir al cementerio a llorarlo con flores.
No, no se te ocurra volver a pensar en quienes se han jugado literalmente el pellejo por cumplir con su trabajo en unas condiciones extremadamente difíciles: en el enfermero que vive en el segundo, en el conductor de la funeraria que es primo del voluntario de la ONG que a pesar de las recomendaciones de sus jefes siguió yendo cada mañana a repartir comida a la gente que se ha quedado sin nada de un día para otro. Porque hay gente que ha pasado hambre y teme seguir pasándola. Porque hay gente, mucha, que se ha muerto, y ni siquiera sabemos cuánta: qué paradoja que el mismo partido —¿o no es ya el mismo?— que se empeñó hace una década y media en sacar del olvido a miles de bajas de la Guerra Civil sea ahora al que le da pánico reconocer y ponerle nombre y apellidos a las de esta desgracia de nuestros días.
«No tengo miedo ninguno porque no me enteré de nada», confesaba a ABC ayer un enfermo que se ha pasado 24 días en la UCI de la Cruz Roja . Que lo diga él es comprensible y hasta un motivo de alegría por el padecimiento mental del que se ha librado. Que los que nos hemos salvado suframos su misma amnesia es imperdonable.
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