Opinión

Agravio

Todos estamos sujetos a las mismas normas, pero unos se entierran en multitud y otros en clandestinidad

Centenares de personas despiden a Julio Anguita en el Ayuntamiento de Córdoba Valerio Merino

A diferencia de Aristóteles Moreno, Alfonso Alba o Gabriel Pérez Alcalá que en diferentes medios han escritos estupendos artículos sobre la figura de Anguita , no lo conocí más allá de un par de saludos. Ni me crié ni vivía en Córdoba cuando ... él era su alcalde . Mi juicio sobre él no es completo. Un juicio no excesivamente complaciente en su gestión medioambiental —no fue ajeno al todavía no resuelto problema de las parcelaciones—, patrimonial —Medina Azahara acechada por construcciones fuera de la norma o los restos arqueológicos del Bulevar sepultados debajo de toneladas de hormigón— o administrativa, ni en su papel en el origen de fuerzas antisistema que hoy gobiernan, pero muy favorable en lo personal tanto por su probada honradez, que no es solo no robar sino no dejarse mangonear por propios ni extraños como por su innegable liderazgo.

Consiguió Anguita lo reservado a los grandes alcaldes como Azcuna, De la Torre o Paco Vázquez: ser votado por quienes jamás y bajo ningún concepto votarían ciertas siglas en unas elecciones generales. Figuras que trascienden a sus formaciones, logran una conexión extraordinaria con la ciudadanía y sitúan a la ciudad por encima de los intereses de partido. Líderes ciudadanos. Las dinámicas partidarias y la subordinación de la ciudad a las directrices de partido que muchos alcaldes aceptan hacen hoy difícil la aparición de esos nuevos líderes. El caso de Martínez Almeida es excepcional.

Que una gran parte de la ciudad de Córdoba desea homenajear a Anguita es evidente. Pero que lo ocurrido con ocasión de su velatorio y funeral en el Ayuntamiento fue muy poco afortunado también. El incumplimiento de la normativa derivada del estado de alarma fue flagrante, aunque más grave aún fue el agravio, el trato desigual, el establecimiento de la categoría de ciudadanos de primera —que imagino que Anguita habría rechazado— y ciudadanos de segunda, aquellos que de modo triste y penoso fueron enterrados en soledad, de modo casi clandestino y sin un mínimo homenaje familiar.

Hay ciudadanos sobresalientes merecedores de toda clase de reconocimientos, homenajes y aplausos públicos. No dudo que Anguita fuese uno de ellos. Hay otros, lo somos la mayoría, con una trayectoria más discreta, gris o humilde. Pero unos y otros estamos sometidos a las mismas normas y los homenajes, por merecidos que sean, deben ser realizados a su tiempo. No criticaré a quienes se congregaron a aplaudir a su amigo o a su líder político —aunque más de uno considera, supongo que de buena fe, otras reuniones como aglomeraciones irresponsables—, pero sí a quien lo organizó y toleró. El alcalde y la subdelegada del gobierno cometieron un error al violentar la norma y al propiciar un agravio palmario, lacerante y ofensivo para muchos. No estaría de más que pisasen la calle, comprobasen el malestar de muchos por ser considerados conciudadanos de segunda y, por qué no, asumiesen el error y pidiesen disculpas.

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