Verso suelto
Código equivocado
No tuvo reacciones de ministras la sentencia por abusos sexuales de un abuelo a su nieto
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Iniciar sesiónSe me quedó en la garganta un regusto de azufre , un empacho de algo que no se puede digerir y no dejará de molestar hasta que no se vomite y se vaya del cuerpo entre la bilis, el sudor y el mareo. Era ... mi trabajo y no tenía más remedio que seguir, pero de buena gana hubiera dejado el texto y hubiera apagado el ordenador para respirar un poco. No quería huir de la realidad por ser abyecta y obscena, sino evitarme la impotencia de conocer con todo detalle un mal ya consumad o, un delito grave que no se podía evitar y sin embargo tenía que saber al completo para que mis lectores se enterasen.
La semana pasada tuve que editar la noticia de que el TSJA había confirmado una sentencia por abusos sexuales que había dictado la audiencia de Sevilla por hechos cometidos en Córdoba. Los pocos que leyeran los periódicos antes de gritar en los días atroces en que el asunto de La Manada hizo volar por los aires, y tardará en recomponerse, la sana división de poderes y la sensatez de los políticos, recordarán la distinción entre abusos y agresión de que se pudo hablar entre el estruendo feroz. A los acusados se les condenó por abusos, un delito menos grave que el de agresión, por considerar que la víctima no se había resistido a lo que sucedía, aunque fuera por la manifiesta inferioridad numérica y física en que estaba. Una parte muy ruidosa del pueblo salió a la calle espoleada por asociaciones feministas y políticos que querían pescar aunque fuese a costa de romper cosas que luego será imposible reconstruir, y las sentencias en instancias superiores dieron la razón a quienes se inclinaban por el delito más grave, aunque ni supiesen nada de leyes (o de conocimientos superiores, en general) ni desde luego hubieran estado en el lugar de los hechos.
Lo que voy a escribir me repugna tanto ahora como cuando lo edité, pero es necesario. Se condenó a un hombre por abusar de su nieto de entre nueve y diez años , penetración anal incluida. Fue por abusos, no por agresión, porque gracias a su ascendiente familiar había conseguido convencerle de que lo que hacía era normal y por lo tanto no encontró resistencia de ninguna clase. «No conocía el alcance de estas conductas», dice la sentencia, en que se condena al abuelo (vergüenza me da usar aquí esa palabra) a once años de cárcel . No hubo reacción de puños crispados, ni declaraciones de ministras ni consejeras ni nadie del Gobierno se asustó y presionó al juez . No vi la noticia en ninguna emisora de televisión y creo que se quedó olvidada en pocos días.
Podría quedar alguna reflexión sobre el motivo de que algunas noticias abran telediarios y otras iguales, o peores, no lleguen más que a quienes rebuscan en los rincones de los periódicos, y hasta se podrían hacer chanzas de que uno de aquellos de La Manada salió en la tele por robar unas gafas de sol . Pero al final lo único que queda es una sensación terrible de asco y pena , de fatiga ante la demostración otra vez de lo nauseabundo y de lo vil, de la ruindad y la demencia, de cómo el mal borra los contornos humanos para hacer de quien lo ejerce en bestia sin frenos. Si no abrió telediarios es porque no lo merecía y nadie más que el culpable tenía nada que reprocharse. « Código postal equivocado », dice un viejo periodista en «The Wire» para distinguir entre los asesinatos que merecen letras grandes y los que irán en media columna. Según el lugar en que fuera el tiroteo o según lo que se espere sacar del sufrimiento ajeno.
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