Verso suelto

Buscarse la vida

No habrá policías suficientes para medir distancia entre deportistas o entre veladores

Corredores en el circuito del Tablero en Córdoba Valerio Merino

Llegan al año muchas notas de fuerzas policiales que cuentan cómo han eliminado un punto o una red para vender tabaco de contrabando , pero pocas veces vi una reacción en contra así. La había enviado la Policía Local de Córdoba en ... los tiempos de José Antonio Nieto como alcalde y alguien saltó para censurarlo Twitter: «El Ayuntamiento del PP actúa contra los chavales que se buscan la vida vendiendo tabaco».

La frase no la podía decir más que alguien que mirase la vida con el cristal rojo muy oscuro de quien piensa que la derecha no hace más que oprimir al pueblo desfavorecido o con el transparente del liberalismo extremo que quiere terminar con cualquier traba a vender y comprar lo que uno quiera. Su caso era el primero y no parecía tener más coherencia que la de juzgar según el partido al mando. La segunda habría tenido un poco más de recorrido argumentario: siempre me han hecho gracia en esas mismas notas las frases de que las autoridades sanitarias recuerdan que el tabaco de contabando es muy perjudicial para la salud, como si el de los estancos lo recomendase el médico para las neumonías y las rinitis alérgicas.

Era una simple cuestión fiscal y recaudatoria, pero también una forma de justicia, para que todo el mundo, el que paga impuestos y el que no, se atenga a las mismas reglas. Otra cuestión era lo de buscarse la vida. Había escuchado la expresión muchas veces y la volví a escuchar hace pocos días cuando fui a un reportaje a Moreras : había gente que se buscaba la vida vendiendo ajos o espárragos por la calle y con el confinamiento no podía. De pronto tenía otra temperatura y entraba en lo que quizá no fuera legal pero podría permitirse. Era cuestión de comer o no comer, de poder abrigarse en invierno o abandonarse al frío.

Poco antes de que el Congreso votase otras dos semanas más del desmesurado tajo a las libertades que han llamado estado de alarma , poco antes de que quienes no fueron capaces de ver venir esta catástrofe amenazasen a quienes no estén tan dispuestos como el primer día a asentir sin preguntar, en las calles de Córdoba empieza a respirarse una libertad sobrevenida y conquistada, mucho más ancha de lo que dicen disposiciones abstrusas y contradictorias del Gobierno. Los que se quejan de que la gente salga a correr y hacer deporte a las horas previstas no hacen más que constatar la realidad de que el estado de alarma ha terminado a algunas horas sin que nadie pueda impedirlo. No habrá policías suficientes en el mundo para andar midiendo la distancia entre corredores o para saber si quienes pasean juntos viven en la misma casa. Si la gente harta quisiera llenar Las Tendillas no podrían echarlos ni con la Legión .

Lo mismo han hecho muchos comerciantes que abren para preparar sus tiendas y no dicen que no a vender alguna cosa. Sus clientes necesitan comprar algo y ellos necesitan los ingresos de su trabajo. A ver quién comprueba si hay citas previas o gente que entra al ver la puerta abierta. El día en que vuelvan a ponerse veladores y los cordobeses disfruten de una cerveza al fresquito querer garantizar los centímetros entre las mesas será tan incontenible como una ola y tan imposible como pretender que diputados , ministros y esos dirigentes de organismos internacionales pomposos piensen, con sus sueldos millonarios asegurados, que los demás pueden estar unas semanas más sin trabajar. Por el bien de todos, dirán todavía, sobre todo de los que viven de impuestos ajenos.

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