Pasar el rato
Libros en Navidad
Esta noche no es de leer sino de ser
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Iniciar sesiónEsta noche es Nochebuena , y mañana, Navidad . Es la primera vez que un artículo mío dice algo acertado, social y políticamente correcto, después de tantos años escribiendo en los periódicos. Podría ser el comienzo de una brillante carrera, que se está ... demorando. En esta noche santa es desaconsejable la lectura, ni siquiera de este artículo, ligero como un barquillo. Esta no es noche de leer, es noche de ser. Esta noche en la que se dice el Ser entre canciones. Ya leeremos otro día, si es que hace falta leer.
La periodista de este periódico, Irene Contreras, dice en un interesante reportaje que los cordobeses leen mucho en Navidad. Córdoba es original en todo. Tabernas y librerías , ¿qué más podemos pedir? Estos días compramos cosas de comer, de beber, de vestir, de jugar; y también compramos libros, que no sirven para nada de lo anterior. ¿Para qué sirven, entonces, los libros? No nos vamos a poner a averiguarlo ahora, que estamos en Navidad. Ya nos lo dirá en la cuesta de enero algún intelectual dispéptico, con el solsticio de invierno en la barriga. -Si el señor me permite una sugerencia, su cesta de Navidad quedaría más completa con un libro. Un libro bonito, que se vea bien, que dé color al paisaje del estómago . Un pequeño detalle para la cabeza. -Bueno, pero que tenga muchos diálogos y poca ropa, que es para un enfermo de los nervios. -Confiemos en que no empeore con ese argumento.
La Navidad le da una tregua al arte de leer y al arte de beb er. Barra libre. Lo normal es morirse sin haber alcanzado maestría en ninguna de las dos disciplinas. Cuando llegaba a su casa después del trabajo, Maquiavelo se lavaba, se perfumaba y se ponía sus mejores galas para disponerse a leer. En señal de respeto a sus mayores. Manuel Alcántara , uno de los tres o cuatro mejores escritores en periódicos que ha habido en España, y gran poeta, se bebía al año más de doscientas botellas de su amada ginebra, siempre de la misma marca. Bebía lenta y solemnemente, con devoción. Bebía tan bien como escribía, y nunca perdió la cabeza. Ni con la bebida ni con la escritura.
La Reina de Inglaterra le sobrevive -y eso que el maestro murió ya muy desgastado-, pero únicamente en la ginebra. La lectura y la bebida son dos placeres compatibles, que tienen su rito. Deben depositarse en el cuerpo y en el alma despaciosamente, y con una determinada predisposición del cuerpo y del alma. Trasegar, aturde. Ir directamente al argumento, atonta. Lo peor de la lectura no son los escritores, que los hay soportables, sino los críticos. ¿Por qué leemos a éste y no a aquél? Por la crítica, esa falacia, por la recomendación, por la publicidad, por la costumbre social. ¿Y si a mí no me gusta el más famoso, el más vendido, el más engreído, si me resulta aburrido e insustancial? Ah, señor, entonces es que usted tiene muy bajas las luces intelectuales, no es usted un hombre culto, no goza con lo sublime. Pero es que a mí no me parece sublime lo que a usted y a la Academia y a la Universidad y a los supermercados les parece sublime. Los libros los elige uno y los abandona uno. Pocos y doctos. Y eso lleva su tiempo y su aprendizaje. Libros en los que se entra y se permanece. Y a los que se vuelve. Libros para complacerse, para mejorar, para crecer un poco. No para deslumbrar en las tertulias y en las entrevistas. Silencio en la Nochebuena, cuando la crítica y la ambición descansan.
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