Francisco David Ruiz: «Mi novela es una cómoda con cajones que se pueden extraer»

—El título hace referencia a esos cántaros, pero también a la fragilidad del cántaro y a la propia dureza del cántaro, pero yo lo tomé porque en el Quijote es una de las primeras veces que se dice esa expresión de alma de cántaro. Y también por analogía con el término griego « kalikantarós », que significa alma en pena, que es de donde se supone también que puede venir esa expresión. Me parecía muy bonito en una novela que tiene tanta relación con ese elemento que se puede categorizar en algunos momentos como femenino, porque eran ellas, la mayoría de las veces, quienes iban a por agua a las fuentes.

—De hecho, la primera cita es de Lorca, que tanta voz dio a la mujer.

—Lo que he pretendido básicamente es amplificar la voz de las mujeres rurales. Creo que hay mucha novela escrita sobre la Guerra Civil , sobre la posguerra también, pero creo que era necesario poner en el centro del tablero a la mujer rural. Es una manera de decir que existieron, que también estuvieron, porque parece que éstas son siempre historias urbanitas y quizá demasiado centralizadas en Madrid.

—Opta por una estructura con conversaciones y cartas. ¿Por qué?

—En realidad son cinco o seis historias, que se van entrelazando en un mismo momento y en un mismo pueblo. Aunque son historias que se pueden extraer: digo siempre que la novela es una especie de cómoda, que tiene distintos cajones que se pueden extraer y leer individualmente, incluso en distinto orden. La novela forma un conjunto de historias que se van provocando la una a la otra y que desembocan en el final.

—¿Qué tienen de realidad de lo que haya escuchado?

—El personaje de Piedad dice que no es un libro de Historia , sino un libro de historias pequeñitas. Así es también «Alma de cántaro», un libro de historias pequeñitas. No he pretendido nunca escribir un libro de historia, pero sí un libro de memorias. He entrevistado a muchas mujeres reales, que me han prestado la historia de sus tías, de sus hermanas, de sus madres, de sus abuelas. En muchas ocasiones esas historias estaban ya tergiversadas por el relato oral, por la memoria, y ya sabemos que la memoria y la historia se diferencian en que la memoria es la subjetividad, la historia contada desde los ojos de estas mujeres.

—¿Qué se aprende de esas historias pequeñitas?

—Al final escribir memorias es escribir del presente, también. Es decir quiénes fuimos para decir quiénes somos, es entender el presente con los ojos de los que nos precedieron.

—Hay muchos registros orales reproducidos con naturalidad. ¿Es un trabajo difícil?

—Es una novela con un carácter andaluz muy marcado. Sin tener que forzar nada, creo que el tono de las mujeres que aparecen es andaluz. También los rasgos orales quedan patentes, porque hay grabaciones y muchísimos diálogos en que los personajes se expresan como se expresarían en la realidad. Llamaba a mi madre y mi abuela sólo para escucharlas hablar tantas coletillas, captar ese tipo de lenguaje. Incluso pedí permiso en la Fundación Antonio Gala para desayunar con las cocinera y quedarme con su formas de decir las cosas.