Crónicas de pegoland
El cachondeo
Años y años dándole vueltas a macrocausas para, al final, nada
Juicio de la operación Fénix
La gestión de los cursos de formación fue, en los tiempos aquellos de las gambas blancas, un latrocinio organizado que se llevó por delante millones de euros de presupuesto público por medio de las técnicas más variadas. Un delirante trinque que hizo ... ricos a unos pocos a costa de subvenciones otorgadas no se sabe muy bien cómo, justificadas de no se sabe cómo y otorgadas, por cierto siempre a los mismo, de la manera que ustedes —que son muy listos— se pueden imaginar. Las más exclusivas damas montaban en aquellos tiempos «líneas de negocio», decían, para la formación. Cursitos que no le interesaban a casi nadie por los que se pagaban dinerales, en muchos casos, a personas sin una mínima formación para convertirse en profesores. Si la mitad de la mitad de lo que se gastó en aquellos tiempos a poner gordos a los amiguetes, se hubiera dedicado a fortalecer un sistema de Formación Profesional reglada eficiente, otro gallo nos cantaría ahora.
Como ustedes pueden leer en estas páginas, cinco de aquellos «emprendedores» han aceptado penas mínimas, de menos de dos años que no implican la entrada en prisión. Un sexto dice que no acepta los tres años de prisión que le piden por presunto fraude de subvenciones. Se acoge, y no sin razón, a la milagrosa intervención judicial que consideró a los «empresarios» como únicos responsables de los posibles hechos delictivos excluyendo, nobleza obliga , a políticos y funcionarios. Los dineros, al parecer, se daban solos. Algunas penas por conducir bajo los efectos del alcohol son más duras de las que se van a deducir de aquel puterío que fueron los cursos de formación que acabarán pagando, literalmente, los más tontos.
Quince años, quince, lleva la Justicia investigando a un centenar de joyeros cordobeses por un presunto delito fiscal que sumaba, por la pata baja, 150 millones de euros en la llamada operación Fénix. Como ustedes habrán podido leer también, todos — ni uno, ni dos: todos — los acusados han quedado absueltos. Si alguna vez le echan paciencia, sabrán que no solo han quedado libres por lo buenos abogados que tienen —y seguro que tienen grandes letrados— sino porque la investigación fue desastrosa.
La sentencia Fénix revela un tratamiento documental deficiente, una cadena de custodia que era la casa de tócame Roque o unas intervenciones telefónicas que iban al bulto. La cuestión técnica fiscal es siempre farragosa pero perder documentación informatizada clave es muy sencillito de explicar. Alguien, por mero instinto de transparencia democrática, debería explicar cuánto le va a costar al contribuyente —ojito a las indemnizaciones futuras— el desarrollo de una instrucción y un juicio que ha acabado con el estratosférico récord de cero condenas.
El parto de los montes de los tribunales está generando no pocos ratones generando ese enorme desasosiego de que la Justicia es, que decía el clásico, ese cachondeo en el que puede estar tres lustros mareando la perdiz para que, al final, no pase nada .
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