Perdonen las molestias
Tome asiento (si puede)
Sentarse en un banco es hoy la única actividad que no tiene precio. Por eso están siendo fagocitados por los veladores
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Iniciar sesiónUn banco público viene a costar unos 650 euros por unidad, pongamos por caso. Se trata de un objeto del mobiliario urbano que los ayuntamientos ponen a disposición de sus vecinos para que tomen asiento en la vía pública. Al ciudadano no le cuesta ... nada usarlos. Va caminando por la calle y, si está cansado o quiere pelar la pava con su chica, se acomoda en ellos y punto pelota.
Las ciudades están llenas de bancos públicos. De madera, de piedra o de hierro forjado, que es el material preferido por la Córdoba profunda . Ustedes me entienden. De alguna manera, los bancos públicos representan la conquista del espacio urbano por la gente común. Es el lugar de nadie y de todos al mismo tiempo. De los banqueros y de los mecánicos, de los maestros de escuela y hasta de los notarios.
Puede sentarse uno en un banco urbano para no hacer nada. Que es un propósito casi subversivo en este mundo mercantilista en que nos ha tocado vivir. Lo mismo puedes abrir un libro, tomar el sol de otoño, echar una cabezadita o quedarte absorto observando cómo los muchachos (y las muchachas) se trincan los litros de calimocho en el Balcón del Guadalquivir . De las bolsas de plástico y los envases que dejan cuidadosamente depositados en el suelo hablamos otro día. Todo, eso sí, por el módico precio de cero euros con cero céntimos de euro.
Y es ahí donde queremos llegar. Al hecho de que sentarse en un banco público es prácticamente hoy día la única actividad humana que no tiene precio . Por eso, tal vez, están siendo fagocitados por el océano de veladores que se apodera cada día más del espacio urbano. No hay nada más que asomarse a cualquier plaza de nuestra ciudad y tratar de buscar en el mar de sillas el banco público que colocó el Ayuntamiento en su momento con el dinero de todos. También el suyo, caballero. ¿Lo ven? Seguramente no. Se encuentra confiscado por el bareto de turno y santas pascuas.
No tenemos nada en contra de los veladores . Todo lo contrario. Somos entusiastas del vermú y la brisa fresquita del otoño. Pero entusiastas rayando en el «hooliganismo» . Créanme. Lo cual no entra en contradicción con un uso regulado, justo y razonable del espacio urbano. Que es lo que está fracasando estrepitosamente a causa de este fenómeno de crecimiento sin control de las terrazas y los veladores.
La semana pasada un grupo de vecinos efectuó una protesta simbólica en una pequeña plaza de cuyo nombre no quiero acordarme. Tres respetables negocios de hostelería habían engullido el lugar y de la plaza pública apenas quedaba el letrero y la fotografía cenital del Google Maps. Punto pelota. Todo lo demás formaba parte del espacio ya privatizado con la connivencia de la administración local que, por cierto, tiene la responsabilidad de conciliar todos los derechos en juego.
Los dos bancos públicos de la plaza en cuestión hace tiempo que están secuestrados . Si usted quiere tomar asiento para abrir un libro, echar una cabezadita o mirar a los chiquillos jugar a las canicas tiene que pasar por caja. No sé si me explico con claridad. La vida de hoy no está diseñada para los seres contemplativos. Y, en este marco mercantil ya imparable, el mobiliario urbano es un instrumento subversivo a punto de la extinción.
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