Ni gota, ni gota

El primer trimestre del año ha dejado casi trescientos litros de lluvia sobre la Sierra de Córdoba . Y ninguno de ellos, según parece, ha ido a parar al cauce del arroyo del Molino, que alimenta este paraje increíble de musgo y sombra. Esas cosas pasan. Fenómenos paranormales que pulverizan la física y desordenan sus leyes inexorables sobre la materia. Como los fondos europeos que llegaban a espuertas a Andalucía en los años noventa y si te he visto no me acuerdo.

Los ecologistas sostienen que la lluvia cae sobre la cubierta vegetal, el agua se filtra en el subsuelo y las captaciones ilegales se lo llevan calentito a las piscinas de Trassierra . Es el ciclo biológico de la vida pero en versión tócame Roque. De ahí que el salto de agua más emblemático del término municipal de Córdoba ofrezca ese aspecto famélico como de cambio climático a lo ganso.

Nosotros no tenemos pruebas fehacientes para sacar esas conclusiones. Pero tampoco para certificar lo contrario. El caso es que casi trescientos litros de agua no se esfuman por arte de birlibirloque salvo que creamos que la Tierra es plana y el coronavirus un castigo bíblico. Que, oiga, tampoco lo descarte. Vivimos en una época rarita rarita y ahí tienen al todopoderoso imperio americano ardiendo por los cuatro costados como si fuera una república bananera.

Si los Baños de Popea son el termómetro biológico de la salud de nuestra sierra, necesitamos un internista como agua de mayo. Y nunca mejor dicho. Hoy los poetas del Grupo Cántico no hubieran acuñado su nombre en alusión a un grupo de chicas jóvenes que se refrescaban en las aguas gélidas de la formidable poza del arroyo del Molino. La leyenda dice que don Pablo García Baena y sus colegas paseaban por el frondoso lugar cuando vieron a unas muchachas bañándose en una profunda poza. «Mirad, como Popea en el baño», dijo uno de ellos en referencia a la emperatriz romana .

Y así se escribe la historia, amigos. No imaginaban, desde luego, que décadas después la soberbia cascada que riega la alberca natural del afluente se convertiría en un pozo de aguas negras. El año hidrológico no ha sido para tirar cohetes, según indican los informes pluviométricos. De acuerdo. Pero, entre el déficit acumulado y las piscinas de las parcelaciones circundantes, los Baños de Popea son hoy un lúgubre recuerdo de aquel idílico paraíso que contemplaron los poetas cordobeses allá por los años sesenta.

No lo decimos nosotros. Lo aseguran los grupos ecologistas , que vienen avisando del desatino desde hace la tira de años. Sin demasiado éxito, según vamos viendo. Hay quienes menosprecian la labor tenaz de estos guardianes de la naturaleza. Que si son molestos como las moscas en verano, que si no paran de poner piedras en el camino del progreso. Bueno. Vale. Lo cierto es que si no fuera por su vigilancia, gratuita y comprometida, el mundo sería hoy un solar alicatado hasta el techo. Metro arriba, metro abajo.

Del reguero de latas y bolsas de plástico que embellecen el entorno, hablamos otro día. Que eso es harina de otro costal.