PERDONEN LAS MOLESTIAS
Bendita montaña
Siete días vagando por el Pirineo central son siete años de vida. Pero no de una vida cualquiera. Sino de una vida cabal y reparadora
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Iniciar sesiónEn los barrancos del Pirineo central la vida se desenvuelve ingrávida. Aquí el silencio alcanza propiedades curativas que en el mundo ordinario de cada día es difícil de imaginar. Por eso, en cada paso esforzado remontando las laderas verticales que conducen al cielo, te vas ... dejando los pequeños dolores acumulados a lo largo del año. La visión inconmensurable desde la altura proporciona una belleza perturbadora como arrancada de otro universo. Como extirpada de otro estado de conciencia más limpio, más preciso, más exacto.
El primer día en que te adentras en los valles profundos de Artouste la calma activa circuitos eléctricos de tu cerebro que creías aletargados. Pero es la grandeza de las cumbres lo que te deja sin aire. Esa dimensión fuera de escala que te aturde y te conmueve a partes iguales. Como si las neuronas se liberaran al fin de la mordaza de cemento y callejones que atenazan el estrecho horizonte de nuestra vida en la Tierra.
Luego, la contemplación del lago de alta montaña a los pies del refugio es una bendición para el sistema nervioso. No hay un bálsamo más tonificante que las aguas gélidas del deshielo de primavera. Es entonces cuando comprendes que hay misterios indescifrables que no tienen explicación en el marco convencional de la física. La montaña alivia las heridas del alma y no se hable más del asunto.
De otra manera se hace imposible entender por qué el caudal embravecido de los ríos que descienden por las cañadas rocosas tienen ese poder sedante sobre la función motora del cerebro. Pero lo tiene. Un poder analgésico que aligera el peso de la mochila y neutraliza las frustraciones y los desengaños que se alojan en alguna parte del sistema límbico.
Todo ese lastre se va quedando en el ascenso, duro y mortal, del Col de Cambales. No es ninguna broma la conquista del invencible collado que gobierna las alturas a más de 2.700 metros sobre el nivel del mar. Un camino de granito y piedras hostiles que dificultan la subida hasta la agonía. Es ahí donde el corazón bombea glóbulos rojos como una maquinaria de alta precisión y el organismo humano despliega prestaciones increíbles para las que no creíamos estar preparados.
La recompensa nos espera arriba. En la contemplación de la belleza sin aditamentos. En el triunfo de la voluntad sobre el sacrificio. El mundo visto desde las alturas es infinitamente más hermoso. Más sereno. Más puro. Más virginal. Las aristas agrestes de los picos. Los neveros como alfombras blancas incrustadas en la piedra. Las vaguadas vertiginosas. Los bosques inmensos que abrazan el costado de esta cordillera tocada por la mano de la creación.
Y aún nos aguarda la visión estremecedora del glaciar del Vignemale, colgado de las paredes formidables que acarician la luna con la punta de los dedos. La imagen duele por su belleza desbocada. Por su fuerza cósmica más allá de toda medida. Nadie debería abandonar la Tierra sin sentarse en silencio una vez en la vida frente a la energía pétrea de este milagro irrepetible de la naturaleza.
Siete días vagando por el Pirineo central son siete años de vida. Pero de no una vida cualquiera. Sino de una vida cabal, vibrante y reparadora que no deberíamos dejar escapar antes del final de nuestros días.
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