Semana Santa

Sábado de Pasión en Córdoba, de la esperanza a la amenaza cumplida

CRÓNICA

La lluvia sorprende ya de noche en la calle a los cuatro cortejos y los obliga a refugiarse y regresar apresuradamente

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La Virgen de la O avanza por su barrio poco después de salir Rafael carmona

Es ancho el cielo por el que llegan las cofradías del Sábado de Pasión de Córdoba. Por la plaza de Mahatma Gandhi, mientras la O decide si salir o no salir, se adivina el movimiento del firmamento. A ratos es azul y esperanzado, ... con nubes inofensivas. A ratos llegan por el oeste formas que amenazan, colores que no gustan.

Se mira al horizonte cuando se marcha el Señor de los Afligidos por Virgen Milagrosa en busca de la Córdoba vieja y se deja de mirar para no sentir miedo. El firmamento que es azul, gris, blanco, en realidad a veces deja algún retazo verde, como un ancla a la que agarrarse para disipar el mal fario de los porcentajes, de los que escriben diciendo por qué ciudades del oeste han tenido que sacar los paraguas.

Los teólogos dirán si es esperanza o es optimismo mal informado, o tal vez ilusión. O quizá fuera todo al mismo tiempo: los aplausos cuando salían las cofradías de sus barrios, la tristeza de verlas regresar con las imágenes cobijadas por plásticos.

El Sábado de Pasión había empezado antes de tiempo en la plaza de Cañero con la alegría de ver a los nazarenos de cola blanca. Parecía una Semana Santa sin vuelta atrás cuando aparecía en la calle el Señor de los Afligidos, en la majestad del andar que cambia y sorprende, pero que siempre avanza. El barrio ya lo conoce, pero había quienes miraban a la imagen, al gesto de tristeza, al dolor físico que no ha hecho más que empezar, y querían llorar con él.

Nadie quería acordarse de porcentajes ni probabilidades cuando la Redención iba acunando el paso que da para acercarse al pueblo que lo tiene que condenar a muerte. El trono, con claveles de color rojo sangre, estrenaba los candelabros arbóreos y el cortejo ganaba metros camino a la Catedral, tal vez para espantar pronto el espectro de lo que nadie quería que pasara.

La tarde había empezado pletórica, pero pronto avanzaron problemas que llegaron antes de las nueve

Había amanecido el día gris, sin agua, oscuro. Son los peores para los cofrades, que no tienen claro qué decidir. De vez en cuando aparecía el sol, pero siempre en conflicto con las nubes, y nubes que de vez en cuando amenazaban.

Había quien soñaba con haber desterrado los problemas, pero a las seis de la tarde la O recordó que el día no estaba tranquilo. Debería haber salido entonces, pero decidió esperar una hora más, y terminó por hacerlo a las siete.

En la ancha plaza de Mahatma Gandhi se sucedían el azul, las nubes de evolución y las más oscuras, pero nadie las miraba cuando apareció el Señor de la Victoria en sus Tres Caídas, hundido en el dolor del camino del Calvario. Nadie quería pensar en la lluvia cuando aparecían los nazarenos de la hermandad, que por primera vez pisaban las calles, con túnica y cubrerrostro verde y capa blanca. Luminosos hábitos de barrio.

Pasos atrás

La O quiere ser cofradía de barrio y extrovertida, y cuando el Señor acababa de salir ya dio algunos pasos atrás al son de la música de la agrupación musical Cristo de Gracia, llena de fuerza y de expresividad.

Estrenaba el misterio, adornado con flores rojas, un nuevo sayón, obra de Juan Manuel Montaño, que azota al Señor, y mientras se iba oscureciendo la tarde parecía su dolor más intenso y su soledad más honda. Vestía túnica verde, litúrgica para un Nazareno, por el Año Jubilar de la Esperanza.

Mientras avanzaba pletórico, al otro lado de los nazarenos nuevos, estaba la Virgen de la O, en su palio calado. El barrio se volcaba con Ella desde el momento cuando la veía avanzar y todos le buscaban la mirada baja para murmurar una oración.

Era la hora de la felicidad, pero fue corta. El Cristo de las Lágrimas saldría sólo hasta la residencia de mayores del Parque Figueroa, pero apenas pudo caminar unos cuantos metros. El agua le obligó a volver enseguida.

El Cristo de las Almas y la Virgen de la Salud y Traspaso iban de camino hacia la iglesia de San Fernando componiendo la piedad que pone el contrapunto serio a la jornada.

Acompasado por la música de capilla y el recogimiento, quienes acompañan en algún momento a estas imágenes viven todavía en el espíritu de cierta Cuaresma más que en la víspera de la Semana Santa, aunque falten muy pocas horas para el Domingo de Ramos.

Tantos indicios no iban a quedarse en nada. Por el oeste se veía el cielo casi negro a las ocho y media de la tarde. La Presentación disfrutaba en su camino por el Centro y los muchos que la esperaban en la plaza de la Compañía vieron a los nazarenos entrar en la iglesia. El paso no pudo, quizá demasiado largo para el complicado giro desde el andén hasta el anterior.

Arreció la lluvia. Al Señor de los Afligidos lo taparon con un chubasquero, sonaban las gotas terribles como golpes que parecían no tener fin, y tras unos veinte minutos angustiosos la lluvia empezó a aflojar. Es lo que pasa con las tormentas de primavera, que se van tan pronto como vienen.

La cofradía decidió entonces regresar por el camino más corto y sin música. Los nazarenos aguantaron con compostura, y aunque se habló de refugiarse en San Pablo, a esas horas ya había pasado el mal trago del agua.

El Señor de los Afligidos tuvo que protegerse con un chubasquero ante la dureza del chaparrón

Tarde para el Traslado al Sepulcro, que había tenido que guarecerse en la casa de hermandad de la Estrella, con sus imágenes cubiertas por plásticos. El Cristo de las Lágrimas había buscado muy pronto su parroquia y también regresaron a su lugar el Señor de la Victoria y la Virgen de la O.

Su estación de penitencia apenas pudo visitar todos los lugares del barrio que se habían previsto. Lo que quedó después de las diez de la noche ya no era más que una calma triste. Volvía la Presentación a su barrio, ya sin la plenitud de aquellas horas de la tarde.

Los cofrades de la O que podían entraban a ver a sus imágenes. Regresaba el Traslado al Sepulcro y el Cristo de las Lágrimas estaba en su parroquia después de muy poco. Quién pensará en el Domingo de Ramos con un antecedente tan desdichado.

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