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Jesús Caído, en un vía crucis Rafael Carmona
Luis Miranda

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Una estación, una composición musical. La hermandad de Nuestro Padre Jesús Caído acaba de estrenar una obra del profesor y compositor José Ramón Córdoba, y que ilustrará musicalmente las catorce estaciones del piadoso ejercicio.

Se interpretó por primera vez en los cultos del Señor en su templo y tiene varios elementos que la hacen singular. 'Viacrucis para capilla musical. A Nuestro Padre Jesús Caído' está escrita para un cuarteto. A la presencia tradicional de oboe, clarinete y fagot se suma la flauta.

Como explicó el autor a ABC, le ha dado a este instrumento un papel distinto del habitual, que se aleja de la tesitura más aguda para dar un tono algo más medio y grave que proporciona a la obra «más volumen, mayor masa sonora». Es un elemento que distingue a la pieza.

José Ramón Córdoba es profesor de Práctica Armónica en Instrumento Polifónico en el Conservatorio Superior de Música Rafael Orozco de Córdoba, y titulado en Composición.

Señaló además otro detalle, y es la unidad de todo el conjunto, que se consigue con la tonalidad. «Cada pieza termina dando pie a la tonalidad de la siguiente. Cada una es la dominante de la siguiente pieza, y eso permitiría que todas ellas, incluso más allá del acto litúrgico se pudieran tocar teniendo conexión musical, una con otra», resaltó.

No hay lenguaje descriptivo ni programático, pero sí algunos motivos que aluden a lo que está sucediendo. Por ejemplo, como está dedicado a Jesús Caído, en las tres estaciones en que el Señor va al suelo bajo el peso de la cruz hay un 'leit motiv', unas notas características «como un aldabonazo».

Es lo que se puede escuchar en las estaciones tercera, séptima y novena. En la cuarta, la del encuentro con la Virgen María, el compositor opta por el modo mixolidio, «una manera no tan habitual de enlazar los sonidos, que es sumamente dulce», y con la que plasma el momento emotivo.

Hay aldabonazos que se repiten en las estaciones de las caídas de Jesús, en alusión al titular

También hay modo de diálogo en la octava estación, en la que el Señor consuela a las mujeres de Jerusalén que le siguen en su camino hacia el Calvario, y por eso emplea una composición con más contrapunto.

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