SEmana SAnta
Miércoles Santo en Córdoba, el poder de la evocación
Crónica
La jornada se vive en plenitud en las calles, aunque sin librarse de una llovizna que obligó a acortar los regresos
Así ha sido el Miércoles Santo de Córdoba
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Se quedan en rincones del alma en los que pocas veces ven la luz, pero son rincones umbríos y secos, a buena temperatura y condiciones óptimas de conservación. No se pudren, no se echan a perder, no se pierden por el abismo al que van a parar las cosas que se olvidan.
Hay un día en que les da las luz del sol y de pronto recuerda la cabeza lo que hace en otros años, en ocasiones parecidas. Nadie de los que pasan en las calles estos días tiene sueños con túnicas nazarenas que no sean la suya, ni con estandartes y atributos, y sin embargo siempre hay un día en que asaltan a la vista.
Como no se ha pensado en ellos, como no se han visto fotografías y mucho menos vídeos a lo largo del año, están allí para desempolvar ciertas habitaciones complementarias de la casa luminosa que es siempre un día de la Semana Santa.
Los humildes estandartes franciscanos de la Paz a los que se evoca en Colón, las cruces con los nombres de los apóstoles en latín que van detrás del Señor del Calvario en recuerdo de aquellas vías sacras al Marrubial, el estandarte morado del Cristo de la Misericordia, que llegaba por Don Rodrigo o por Juan de Mesa, la sencilla cruz barroca que abre camino a la Pasión. Con esta última la memoria juega al capricho y la recuerda avanzar en la tarde luminosa, cuando no hay otra cofradía en la calle y la primavera parecía de Patios en el Alcázar Viejo.
El que espera sin prisa, incluso el que remonta por las aceras sin correr, ve esas señales, se detiene. No se emociona, pero sí hay algo que se le mueve dentro, en lo pequeño. Es Miércoles Santo porque están y son la puerta de algo mucho más grande, más bello, más sentido, pero también esos recuerdos pequeños forman parte de ello. Nadie se fijo en el Miércoles Santo de 2024, cuando la vida parecía ser la de todos los días.
Nació el día de forma simultánea en el mismo corazón de la ciudad y en una barriada lejana, y allí, en Las Palmeras, lo hizo con sorpresa. Con el Cristo de la Piedad y María Santísima de Vida, Dulzura y Esperanza Nuestra va desde este año en el paso la figura de Longinos, el centurión romano que atravesó el costado del Señor con la lanza y que después se mostró convencido de que Jesús era hijo de Dios.
Es una imagen de Antonio Bernal, el mismo autor del Cristo, y está sentado y lloroso, como arrepentido. Llamó la atención por su expresividad y también por la posición, dando la espalda al Crucificado y mirando directamente al espectador, en un lateral. Todo un paso de misterio, con faroles, flores rojas y el avance poderoso.
Se desbordaba la calle Buen Pastor en la espera del Perdón, que tiene una salida difícil por la puerta de San Roque y por las dimensiones de las calles. En la violencia de su misterio, la imagen de Jesús es siempre un soplo de dulzura, de no contestar a la fuerza con otro argumento que no sea el de la mansedumbre. Ha encontrado las flores de su paso en las combinaciones refinadas, esta vez en tonos morados y malvas, y en esas especies que caen como guirnaldas, y que quienes esperaban en la estrechez de su calle veían moverse como bambalinas.
Había que buscar por la anchura de la Trinidad para encontrar de nuevo el misterio y su contraste de miradas y de actitudes entre Dios y los hombres. La Virgen del Rocío y Lágrimas ha encontrado también un sello que la identifica en el arte que evoca a la Mezquita-Catedral y en la crestería que dibuja el perfil de su paso de palio.
La Misericordia llevó las reliquias de los Santos Mártires en un templete barroco en andas
Debajo resplandecía la personalidad de la Virgen, y por eso había que buscarla por donde se le pudiera seguir Era novedad en este año la terminación del respiradero, con metal y guadamecí, y en sus jarras, cuando avanzaba al son de las marchas alegres de Tubamirum, había una cuidada selección de flores variadas. Por las mismas horas había madrugado la Paz para buscar la carrera oficial en un nuevo lugar, el segundo, y por las horas más claras de la tarde.
Fue allí donde alguien encontró y recordó aquellos estandartes sencillos y de pronto, y antes de que llegaran, se le aparecieron otros Miércoles Santos por otros caminos, quizá incluso con otro palio y otro manto, porque la evocación de lo pequeño tiene casi siempre el don de hacer volar la cabeza a los momentos en que quedaron guardados.
El Señor de la Humildad y Paciencia llegaba en la majestad de su andar y con la virtud de hacerse siempre ver en un misterio lleno de fuerza, vigor y movimiento, en el que siempre es el protagonista.
Aunque ya tiene túnicas bordadas en rojo y morado, volvió en esta ocasión al que fue su siempre su color tradicional y vistió una túnica blanca lisa, y en esas horas de la tarde en las que la Paz busca ahora el convocar al pueblo de Córdoba y también un regreso algo menos tardío a Capuchinos, resplandecía con un sol que había empezado a ser de justicia, pero que empezaba a esconderse.
Tiempo habría para las sorpresas, aunque nadie pensaba en ellas. Las rosas rojas, mezcladas con paniculatas y otras especies menores, brillaban como la sangre sacramental en los frisos del paso, y las cornetas de la Salud, con la potencia de su sonido, enlazaban una marcha con otra mientras iba ganando metros, de Torres Cabrera a Las Tendillas, de Gondomar a la Trinidad.
En el cortejo de la Paz pisaron por primera vez la calle los nazarenos de la joven hermandad de la Quinta Angustia, con escapularios y escudos mercedarios, como corresponde a su sede, y capirotes altos. La lluvia había impedido que lo hiciesen también con el Císter en el día anterior.
Cumplieron las cofradías casi al minuto la nueva configuración con la Paz en el segundo lugar
Cuando pasaban ya había que olvidarse de cualquier detalle que no fuese la Virgen de la Paz. Se había visto girar el perfil inconfundible de su paso de palio, que llegaba delatado por la música y se contaban los segundos para que estuviera presente y hasta se detuviera.
Allí sería el momento para reparar, si se podía ver otra cosa que no fuera la delicadeza de su rostro, quizá en el brillo del oro de la toca de sobremanto y del pañuelo a juego, en el ancla o acaso en las flores, en las esquinas que se movían al compás de las bambalinas y en lo que parecían ramas de olivo doradas, entre las precisas combinaciones de flores.
Por el perfil, entre las aceras en que se podía caminar sin molestar, era la Paz a esas alturas ya no el recuerdo pequeño, sino la vivencia auténtica de algo que se tendrá que echar mucho de menos. Sus faldones había vuelto a cambiar a un verde claro, casi de aceituna, y los que vieron bendecir el manto notaron que el tiempo ya le había dejado el poso de solera que distinguía entre el hilo de plata y el soporte.
Viaje lo antiguo
Había que cambiar de actitud después. Disfrutar la Semana Santa significa también cambiar la disposición según lo que proponga cada cofradía o según la experiencia que se tenga de ella. El Calvario es hace mucho el viaje a las Semanas Santas de público en sólo en las aceras, de la Córdoba vieja que rezaba en una fiesta sencilla y que no aplaudía por el debido respeto a las imágenes.
No había que mirar más que de lejos para saber que venía el Señor del Calvario en un monte de claveles de color rojo sangre, si es que se podía ver otra cosa que no fuese el gesto, la dulzura, la introspección, la mirada de Quien sigue el camino y al mismo tiempo sabe a quiénes está salvando del pecado. Capitulares, que es calle a veces poco acogedora, se había hecho íntima, porque para admirar al Señor había que olvidarse del mundo y dejarse vencer por la unción que puede con todo.
Con la Virgen del Mayor Dolor sería de nuevo todo una mirada al cielo de ese palio que estará bordado a partir del año que viene. En sus ojos, su llanto, las grandes piñas cónicas de rosas blancas y la candelería dispuesta también hacia su mirada.
Quienes recibieron las primeras notas de 'Amarguras' con un suspiro de agradecimiento la acompañaron hasta el último compás y bajaron después hacia Tundidores con el sueño de hacerlo antes que la cruz de guía de la Misericordia, para ver su cortejo al completo.
Entre los nazarenos blancos llegaba este año la novedad de que el relicario de los Santos Mártires de Córdoba iba en unas andas, casi un pasito, un templete barroco que han cedido las religiosas jerónimas de Santa Marta. Como titulares que son de la hermandad iban con música de capilla, ciriales y a hombros de acólitos con sotana.
Quedaba mucho Miércoles Santo que disfrutar y sin embargo chispeaba y lloviznaba desde las ocho de la tarde. No asustaba a nadie, pero tampoco estaba previsto aquel cielo negro que no parecía querer dejar a la Semana Santa en paz. Por Fernando Colón apareció pronto el Cristo de la Misericordia en la majestad de la presencia y de su paso. A la distancia corta, en sus claveles rojos, era su presencia monumental y buscaban sus ojos entreabiertos cuando quedaba cerca y no había ni candelabros ni detalles capaces de distraer de lo esencial.
Iba anunciándose la presencia de la Virgen de las Lágrimas en su Desamparo gracias a las marchas que le ofrendó la Esperanza en un repertorio lleno de finura, y al fin se apareció también en el dibujo inconfundible de su palio ancho, catedralicio, monumental. Apenas se movían las bambalinas que en el recuerdo volaban, pero al alma agradecía la estampa en dos colores de todos los Miércoles Santos.
Hubo más chispeos y lloviznas, pero se cumplió el día casi al minuto en la carrera oficial, y allí apareció el Señor de la Pasión, entre rosas rojas y un monte de aires silvestres, desde luego nada ajeno a la tradición de siempre de su barrio y a su aire popular.
Muchos se acercarían al Arco de Caballerizas, como todos los años, y buscarían después a la Virgen del Amor, emocionante a la luz de la candelería, alegre en la estampa tradicional con San Juan y en las flores multicolores con las que avanzaba.
Había caído la noche y el Miércoles Santo había vencido, aunque hubiera tenido obstáculos. Quedaron después nuevas nubes con llovizna y sustos, y los regresos tuvieron que acortarse por chubascos finos y persistentes. La Paz no pasó por Colón; el Calvario, la Pasión y la Misericordia acortaron. Hubo tarde, pero no madrugada feliz.
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