Levántate y anda

Te quedarán en la cabeza unos pocos recuerdos que se decantarán con el tiempo: una miranda enigmática e interior en la tarde incierta del Domingo de Ramos, la calle Lope de Hoces llena de nazarenos en la noche del Lunes Santo, tal vez del sol esperanzador del Martes en Capuchinos.

Los que no te conocen, a ti, que has vestido más de una túnica, que acudes a rezar a tus imágenes cuando sólo lo sabe tu Padre que ve en lo escondido, que acaso eres costalero por tener devoción a una imagen concreta y no al revés, piensas que estos días te han despojado a la Semana Santa de sentido. Todo un año de trabajo y de preparativos para que llueva, dicen.

Y sí, desde luego que te ha dolido, que si tu cofradía decidió suspender en una tarde incierta te marchaste sin querer quitarte la medalla en muchas horas, y que si el día amaneció con agua confirmando lo que decían las predicciones no te pudiste quitar de la boca el sabor de la amargura. Hasta tendrías que aguantar algún sarcasmo de gente que, ellos sí, malviven en gran parte para criticar y evitar el disfrute y el gozo de los demás, que se ve que es el mejor sustituto cuando ellos apenas pueden disfrutar de nada.

No sabrán ni los coleccionistas de tópicos ni los resentidos de la plenitud ajena, pero el disgusto se te va a pasar pronto. Si eres costalero no eres uno de los que reparten besos a sus compañeros en Cuaresma y no les dicen ni adiós en agosto. No eres uno de esos que van a posar delante de imágenes que no conocen en lugar de los hermanos que las veneran todo el año sin uniformes ni poses marciales en nombre de inercias fosilizadas y remotas.

Volverás desde ahora a tus afanes de todos los días y tu Cristo y tu Virgen seguirán en las estampas de la cartera, en las fotografías de casa y en el fondo de pantalla del ordenador, y no con el deje de tristeza del paso quieto, sino con la presencia reparadora de todos los días del año en que te encomiendas a Ellos.

Como a otros, tal vez te hayan sorprendido ritos extraños, sobreinterpretaciones de lágrimas que tú no has llorado más que por dentro y mucho más cortas, abrazos de hombros blindados que otros años has visto escoltar a los pasos quietos como guardias de almonteños.

Se te van a olvidar pronto, conforme vuelvas a casa y sepas que tus imágenes están hasta en la oscuridad del último Padrenuestro que rezas antes de cerrar los ojos. Levántate y anda: ni te conocen ni quieren quienes piensan que al colgar la túnica en el armario sepultas la tradición de un solo día al año.