EL NORTE DEL SUR
Pues Jana
Aquí no estamos acostumbrados a este enfado del cielo tan duradero: somos gente más bien de sequía y escasez, y desembalsa agua hasta La Colada
La notable crecida del río Guadalquivir, en imágenes
Estos son los embalses de la provincia de Córdoba que desembalsan agua en las últimas horas
Te habrá pasado: que justo cuando más llueve es cuando llega la hora de salir de la oficina, que no cae ni una gota mientras eliges el pan recién horneado en los expositores del supermercado —porque los supermercados ya no tienen lineales sino escaparates ... en los que colocan las teleras como si fueran joyas de muchos quilates— pero que las nubes descargan toda su ira sobre ti, que has salido de casa sin paraguas porque en ese momento parecía que la mañana iba a dar una tregua, en el preciso instante de poner un pie en la calle. Aquí no estamos acostumbrados a esto: a que el cielo ande tanto tiempo tan gris, con el color de ese enfado con el mundo, con nosotros, que somos gente de secano, hechos a la escasez, a tener el impermeable en lo más hondo del armario. Si es que está desembalsando hasta La Colada. Si el Guadalquivir ha ingresado en el umbral naranja por la crecida de su caudal, si los molinos parece que flotan junto a la Albolafia, si los arcos de los sillares del Puente Romano se van a volver ciegos.
Llueve sobre los gorrillas del Arcángel que traen de cabeza al vecindario, sobre las parcelas de la Base Logística, sobre las casas con los papeles justos del extrarradio, sobre la obra de las Consultas Externas del Materno-Infantil del Reina Sofía, sobre el campo de fútbol que lleva ya el rimbombante nombre de Estadio Bahrain Victorious, no íbamos a ser nosotros menos que nadie. Llueve en el parque de Colón y se encharcan los viales que nacen en la fuente. Llueve sin piedad, sin descanso en La Axerquía: en Conde de Priego parece que Manolete tiene un llanto sin consuelo. San Agustín se ha quedado sin veladores. La tormenta empapa los caserones vacíos de El Realejo, que ya no le guarda miedo alguno a las bombas olvidadas ni a las guerras recordadas. Llueve al otro lado de la tienda del cofrade que huele a incienso, a ropero rancio, a la Cuaresma que avanza en el calendario. Llueve en el zaguán de las casas de Ambrosio de Morales, tras el ventanal del apartamento turístico con vistas a Las Tendillas. En Miraflores, sobre el avión cultural que quieren quitar. A primera hora sobre las naves de Mercacórdoba, a última cuando el camión de Sadeco ruge en Tejares. A mediodía en los parterres de la ampliación del Parque de Levante, en el camino terrizo que va a Rabanales, sobre la guitarra del Parque del Flamenco. En el ático del Patriarca, en el patio modesto de la casa de Cañero, en el velador de la avenida de Barcelona, en el puesto de caracoles de El Marrubial, en el picadero del Club Hípico, en el aparcamiento de Quirón, en la glorieta de entrada a Las Palmeras, en la parada de taxis de la estación del AVE. En la academia de inglés de Arroyo del Moro, en la clínica dental del Vial, en la autoescuela de Santa Rosa.
Y deja el paraguas a mano porque esto va a seguir así.
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