La Graílla
Patria
En el fondo no te diferencias tanto de aquel niño que recordaba los roleos dorados y cabezas de ángeles como si pudiera verlos todos los días
Por mi gran culpa (16/3/2024)
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Iniciar sesiónCuando vivías en el paraíso del niño nunca pensabas que la Semana Santa pudiera desbordarte, que llegaría un día en que tendrías miedo de que te saturara y te cansaras de ella. Al revés. Era una época en que se te daba con la ... medida justa, y no es un recuerdo dorado y embustero, porque aquellas cofradías muy rara vez buscaban la calle fuera de sus días grandes.
Terminaba con un incoherente regusto agridulce por todo lo que habría que esperar hasta que volviesen, pero en el fondo te dormías feliz en la noche del Domingo de Pascua con los oídos llenos de saetas y tambores, y por la cabeza danzaban imágenes con las que habías hablado con los ojos, perfiles de los que no había sabido despegarte, pasos que en aquella época eran mucho más grandes porque era más pequeño tu cuerpo y estaba intacta tu capacidad de asombro.
Te asomabas luego a los escaparates de los fotógrafos que habían congelado estampas que podían parecerse a las tuyas, y conforme desaparecían quedaba la memoria desnuda y fecunda, los libritos que se guardaban y se repasaban. Apagabas la nostalgia sin apenas vídeos y con los periódicos justos, hasta que un cartel en una tienda o una saeta en un cuartelillo te devolvían la inminencia de la fiesta.
Quién te iba a contar entonces que iban a venir años en que no tendrías más que abrir los ojos y pulsar dos teclas para que se te apareciese aquello que sólo ves una vez al año y durante los minutos que puedes, porque te pasas la Semana Santa luchando contra las prisas.
Cómo ibas a imaginar que pensar en la fiesta querida ya no sería sólo una evocación feliz, la mirada a un tiempo de gozo, sino también una obligación de la que no podrías escaparte, que te iba a asaltar con casi impertinencia cuando la tuvieras aparcada en la memoria a la espera de momentos mejores.
Sí, temiste entonces aborrecerla, sentirte empachado después de un atracón del que no tienes la culpa, y en algún momento pensaste con ilusión culpable que te alejarías de ella como de alguna amistad que se tragó el tiempo.
Todos los años se te diluyen esos fantasmas y te das cuenta de que en el fondo no te diferencias tanto de aquel niño que recordaba los roleos dorados, las cabezas de ángeles y los codales de cera como si los viera todos los días, porque aunque fuera por tan poco tiempo, los tenía guardados en el rincón del alma que más se quiere.
Tendrás al alcance muchas fotos y muchos vídeos, pero te darás cuenta de que son incapaces de hacerte temblar como lo hace el crujido de la madera de un paso, un clavel rojo en el friso de un misterio en una noche en que siempre suena 'Cachorro', un varal que es menos plata que pétalo de ofrenda, el aire templado de una noche en que todos en la ciudad parecen tener la fiebre de no querer dormir, el tacto de la túnica en la piel de las manos y el olor del cubrerrostro que te separará del mundo. Cómo te vas a aburrir de tu patria.
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