Aniversario
Paquirri, cuarenta años de una cornada eterna
El mundo enteró asumió con pena la despedida filmada de uno de los toreros más grandes de la historia
El Soro: «He dormido en la habitación de Paquirri y he sentido su espíritu»
El viaje sin retorno de Paquirri: morir en una ambulancia a cinco kilómetros de llegar al hospital
Antonio Salmoral, el hombre que filmó la tragedia de Paquirri
«No llegamos». Fueron las últimas palabras de Paquirri. «Falleció en la ambulancia, a cinco kilómetros de Córdoba, desangrado», refiere José Manuel Rossi, hijo del conductor (Francisco) ya desaparecido del vehículo que trasladó el 26 de septiembre de 1984 al diestro de Barbate desde ... Pozoblanco hasta la capital cordobesa. El camino fue tortuoso, «se recorrió una zona muy difícil en cincuenta y cinco minutos, incluida una parada que se hizo, en un tramo donde habitualmente se tardaba hora y media», añade. Las consecuencias del trayecto y de lo que originó una fatídica tarde de toros conmocionaron al mundo.
Hace cuarenta años Francisco Rivera hacía su último paseíllo en el Coso de Los Llanos, de Pozoblanco, un ruedo donde había triunfado tiempo atrás y en la que se suponía era la última jornada de la temporada antes de hacer campaña en América. Resultó que también fue el último de su vida. En la habitación 307 del Hotel Los Godos, hoy denominado Hotel Nómada, el esplendoroso diestro de Barbate se había vestido antes de asumir el penúltimo tramo en coche de su historia terrenal.
Llegó a la plaza sonriente, junto a su cuadrilla y para compartir un cartel que en el futuro acabó siendo maldito. De este, Paquirri, Yiyo, Soro y el ganadero, a día hoy solo hay un único superviviente. El final de los días de los participantes en el mismo fueron sonoros dramas a posteriori.



El primero, el de Yiyo, con la misma muerte un año después (30 agosto, Colmenar Viejo); el ganadero fue asesinato a tiros; el apoderado del Yiyo se suicidó; los picadores de 'Avispado' y 'Burlero' (el primero, el que cogió a Paquirri; el segundo, el que abrió plaza), perdieron la vida en sendos accidentes de tráfico; al igual que el fotógrafo del entierro del diestro de Barbate.
Se da la circunstancia de que en la misma habitación donde guardó sus últimos secretos el matador gaditano, durmió hace cinco días El Soro, compañero de terna. Ese habitáculo ya no tiene el mismo nombre. Ahora es la 301. El número 'maldito' jamás volvería a lucirse, dice la recepcionista de una hospedería cuya propiedad actual es de un empresario oriental; la decoración lo delata. Nada es ya como fue antaño.
Todos los integrantes de la fatídica corrida salvo El Soro tuvieron también finales trágicos
«Paquirri era un dios en la tierra. He querido compartir esta noche con su espíritu, porque convivo con él, con sus ideas, con su forma de ser. En ocasiones sueño con él. Aquella tarde se quedó muy grabada en mi cabeza. Admiraba al maestro y creo que Dios me ha dejado aquí para que pueda explicar lo buena persona y lo buen torero que fue. Soy el único superviviente de un cartel que la historia ha marcado de muerte», asegura a Abc Vicente Ruiz. El Soro ha sido pregonero este año de la feria de la localidad de Los Pedroches, un municipio que ha sabido convivir y dar sitio a la figura del desaparecido torero. Un estigma que se ha mantenido desde el respeto, honrando el papel de quiénes formaron parte de aquella sesión.
Cogida
Había triunfado Paquirri en el primero. Capoteó con arrojo, desplazando su mirada fija hacia el tendido en ocasiones y con sendas telas, como reflejan las instantáneas de Rafael de los Pedroches. El toro de Sayalero y Bandrés (Algeciras) se había metido bajo el caballo al relance en el primer tercio. El director de lidia, con confianza, quiso sacarlo del peto cogiendo la capa para encelar y pegar el tirón. Esa acción concluyó en la fatalidad. «El cornalón fue eterno, porque el torero dio la vuelta y se quedó prendido del asta, que entró hasta la cepa. Se agarró con pretensión de descolgarse, pero el efecto fue el contrario», explica Pepe Toscano, decano de los informadores taurinos de Córdoba y uno de los cronistas de aquel suceso.
El informador es uno de los hombres clave en la historia de la filmación que fue expuesta universalmente. Y es que Antonio Salmoral, operador de cámara, «no iba a ir esa tarde a los toros, pero acabé convenciéndole. Su hijo Antonio me lo trajo hasta casa, desde donde partimos para ir a Pozoblanco», concreta Toscano.



Antonio Salmoral, hijo del cámara que filmó la corrida y lo que derivó de esta, era colaborador de Televisión Española. «Mi padre me llamó para decirme que echara la cámara de color, una de cine que teníamos y que estábamos estrenando. Le llevé a casa de Pepe Toscano. Yo por aquella época estaba haciendo la mili».
Salmoral (padre) fue el encargado de recoger el testimonio gráfico de todo lo ocurrido. «Mi padre filmó y sacó todo lo que él consideraba que había que sacar, pero desde el respeto. Hay hechos que no se grabaron», apunta su hijo.

Toscano aclara que «nosotros entramos al quirófano una vez fue cogido. Entramos Antonio y yo. Rápidamente se empezó a llenar aquello de gente. El doctor Eliseo Morán nos dijo que el que no tuviera nada que hacer, que se saliera. Y es lo que hicimos. Pero Antonio se quedó grabando los planos que luego dieron la vuelta al mundo», apostilla el cronista. De su lado, Salmoral (hijo) apostilla que «eran otros tiempos. Eso hoy en día no se hubiera podido hacer. Pero se trataba de gente que se conocía, que había coincidido en plazas y había cordialidad y respeto».
Los cirujanos Eliseo Morán (también fallecido, 2023) y Rafael Ruiz González asistieron al torero de una herida que presentaba según el parte médico «una cornada con tres trayectorias en el muslo derecho, que interesaba a la vena safena y a la femoral».
A toro pasado, hay quién defiende que el gesto del torero por por agarrarse al pitón pudo deberse a que el asta había penetrado entre la cadera y el pubis, y este se aferró al cuerno porque era la única manera de haberse podido desenganchar. Pero ese gesto confirió una cornada de unas dimensiones siderales y que empujó el cuerno hasta la ilíaca. «Doctor, la cornada es fuerte, tiene al menos tres trayectorias: una para acá y otra para allá. Abra lo que tenga que abrir y lo demás está en sus manos»: este fue el testimonio de Paquirri al sentirse herido y exponerse ante el facultativo.
La entereza y hombría de ese moribundo torero aún a día de hoy sigue asombrando al mundo entero. «Doctor, en sus manos encomiendo mis heridas», reflejaba en una carta escrita de puño y letra el propio Morán en un texto publicado en el libro 'Ascensión y muerte de Paquirri' (Pepe Toscano, editado por Radio Cadena Española). En ese documento, Morán reconoce que «la cornada era terrible, el muslo estaba 'partío'».

Lamentaba el propio doctor días después que, en adelante, la noche fue como un «abismo», en alusión al recuerdo que le persiguió hasta su lecho. En ese sentido, el también especialista que formó tándem junto a él, Ruiz González, afirmó que tras veinticinco o treinta minutos, «tras haber cohibido toda la hemorragia», y después de haber convencido al diestro de una transfusión a la que se negaba en principio («la cuadrilla fue testigo», explicaba), el equipo médico «acordó el traslado a instancias del apoderado y de su hermano (Beca Belmonte y Ramón Albarado, respectivamente). Nunca se pensó que moriría en el trayecto», dice Rossi. Pero sucedió.
105 minutos
El torero tardó menos de dos horas en morir desde que se produjo la cogida. Una vez emprendió marcha la ambulancia desde la plaza de Pozoblanco en dirección al Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba, centro al que nunca llegó, el tiempo transcurrido fue de apenas 105 minutos. «Paquirri murió en la ambulancia. A unos dos o tres minutos de entrar en Córdoba. Así lo sostuvo siempre mi padre», afirma Rossi.
«Llego cadáver al Hospital Militar De San Fernando. Se le metió en la mesa de quirófano. Recuerdo que estaba en obras, tras un hule, corrimos la cortina y allí se le tumbó. Pero era cadáver. Habría muerto no hacía mucho, porque aún se le notaba. Pero entró ya sin vida», explica a este periódico Migué Seguí, médico radiólogo militar que se encontraba «por casualidad» atendiendo a un soldado. «Aquello fue un drama. Luego empezó a llegar gente, familiares, su mujer, gente del toro. Llevaba una cornada muy grande. No se pudo hacer nada por salvar su vida porque esta ya había acabado», redunda Seguí.
Francisco Funes, anestesista, fue la última persona a la que miró con vida Paquirri. Ya jubilado, desde el recuerdo, explicita a ABC que «los últimos momentos del torero fueron de cierta confusión para él. Fue tranquilo y preguntó por su familia y por si habíamos dado información. Yo le quise siempre transmitir tranquilidad. Él no pensó que iba a morir, pero sí que se dio cuenta de que se iba desvaneciendo. Le acompañé en la agonía. Quizá el error fue haber parado en un hospital sin recursos. En el Reina Sofía había mecanismos para reanimarle. Pero todo pasó muy rápido».
«Los últimos momento fueron muy duros. Mi padre caracterizó la fortaleza de aquel hombre cuya vida se escapaba. Pero fue duro. Lo que se filmó son fragmentos. El torero soportó un final complicado, con mezcla de dolor, angustia... A mi padre le marcó mucho cómo murió. Nunca quiso hablar de aquello. Intuyo que fue algo muy desagradable». La tragedia de Paquirri pudo ser mayor, porque los ocupantes del vehículo «se jugaron la vida en el trayecto», concluye Rossi.
Popularidad
Paquirri (5 marzo, 1948, Zahara de los Atunes) ha sido uno de los toreros españoles más populares. Su muerte impulsó su categoría para fijarse como uno de los mitos del toreo. Uno de los elegidos para nunca perderse en el olvido. Su legado taurino, más allá de sus descendientes, describen cronológicamente historias imborrables en las páginas de la tauromaquia. Tras debutar como novillero en 1962, tomó la alternativa en Monumental de Barcelona (1966), con Paco Camino como padrino.
Su carrera despegó desde 1968, gracias a su consagración como matador en Las Ventas. Aún se recuerdan sus extraordinarias faenas a los toros Buenasuerte (Torrestrella), en el San Isidro de 1979, y su obra en la Real Maestranza de Sevilla, el 28 de abril de 1981, que salió por la Puerta del Príncipe. Superó las dos mil orejas conseguidas y más de doscientos rabos. El ascenso meteórico a nivel profesional también fue paralelo a su crecimiento a nivel social, con dos matrimonios que llenaron portadas de numerosas publicaciones.
La tragedia de Paquirri supuso un antes y un después en la historia del toreo. Su deceso también sentó precedente para mejorar la seguridad y medios de plazas de menor nivel. En el ámbito del reporterismo su testimonio ocasionó uno de los documentos audiovisuales más mediáticos de la historia de España. Aún hoy, se honra su memoria porque su vida y muerte herraron el toreo y la vida de los españoles.
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