Mirar y ver
Tiempo a su tiempo
Es hora de recuperar el arte de esperar, sin transgredir el calendario, porque es bello lo que tarda y llega cuando debe lo que importa
Don Juan en la Merced
Ser abuelos
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Iniciar sesiónHuele a castañas asadas, el olor inequívoco del otoño, que reivindica -ya las consumían los romanos-, una tradición popular de siglos. Aún se hacen con carbón en puestos repartidos en calles y plazas. Tan nuestras son que el lenguaje se nutre de ellas para ... enriquecerse. Las expresiones tener o darse una castaña hacen referencia a estar en no demasiado buenas circunstancias; pero ellas, asadas, humeantes, calientes al tacto de las manos en su cartucho de papel, son exquisitas y enseñan que lo valioso no es siempre lo más caro.
Llegan en su momento, no hay castañas en verano ni en primavera, sólo de octubre a enero. Tienen su tiempo. Me gusta que así sea, porque esto hace que las esperemos, las saboreemos, las echemos de menos, y, en su eterno devenir, muestran que todo tiene su hora y su lugar.
Como dice el Libro del Eclesiastés: «Su tiempo el nacer y su tiempo el morir; su tiempo el plantar y su tiempo el arrancar lo plantado, su tiempo el llorar y su tiempo el reír; su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse». Lo primordial es descubrirlo. Las castañas no se adelantan, lo sabe la naturaleza sabia. Por el contrario, nosotros lo anticipamos todo.
Apenas se acaba el verano y los anuncios publicitan la llegada del invierno; aún suenan los rezos por los difuntos y en las grandes superficies ya es Navidad; la celebración de las bodas se reserva con dos años de antelación, los bañadores se compran en invierno y los regalos con meses de margen para su entrega a punto, se consumen tráilers, se buscan spoilers antes del estreno y el móvil predice nuestras necesidades, como si nos escuchara.
Es sano y productivo imaginar el mañana, prever, saber esperar con empeño y perseverancia, hacer los preparativos con sosiego y disfrutar con tan sólo desearlo. Pero nuestra sociedad está situada en un futuro adelantado. Vamos por delante de la realidad a toda prisa. Antes de que ocurra, antes de que lo oiga, antes de que lo sienta, antes de que lo sufra... incluso antes de uno mismo, con la finalidad, tarea imposible, de poder dominar lo que está por venir.
La cultura de la anticipación se impone con sus muchos riesgos y la pretensión de asegurar que nada quede fuera de control. Se vive con el temor ansioso de que suceda o no suceda lo previsto, nos preocupamos y no nos ocupamos. En esta convicción, el pasado no importa, o al menos eso se cree, el presente acaece sin que nos demos cuenta y se escapa entre planes y previsiones, como el agua entre los dedos. Se pierde el único tiempo real, el que nos pertenece. Tal vez sea hora de recuperar el arte de esperar, sin transgredir el calendario, porque es bello lo que tarda y llega cuando debe lo que importa.
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