mirar y ver
De palabras, bulos y vergüenzas
El lenguaje representa, interpreta, comprende la realidad y el pensamiento e intervine en la configuración de la identidad
María Amor Martín: 'Tiempo de gracia'
Córdoba
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Iniciar sesiónLa cosa pública, como otras muchas, se hace con palabras. La política, la buena política, participa de la perspectiva de la comunicación como relación social y cooperación entre personas, en su caso, encaminada hacia el logro del bien común. El lenguaje es uno de ... sus instrumentos más eficaces y el control sobre éste, objetivo prioritario del poder en todos los tiempos, aún más en la sociedad hiperconectada y mediática actual. El lenguaje representa, interpreta, comprende la realidad y el pensamiento e intervine, de manera relevante, en la configuración de la identidad personal y social.
Puesto que organizan la percepción del mundo y sus avatares, las palabras tienen una fuerza indescriptible y puede ocurrir que se pretenda cambiar la realidad remplazando las palabras que la designan, aunque tal posibilidad sea una falsa creencia de la posverdad. Entonces éstas dejan de ser neutrales, poseen la intencionalidad, deliberada por parte de quien las pronuncia, de inducir a una inmediata reacción para manejar posicionamientos y opiniones. Una palabra, una sola palabra, provoca un caudal de imágenes, sensaciones, sentimientos, recuerdos..., que mediatizan la percepción de quien las recibe. Dejan de ser inocentes, su elección ya no es gratuita, se disparan para señalar o etiquetar, dotadas de otros significados, los que se les quiera otorgar, como armas que carga el diablo que acaben distorsionando cuanto acontece.
El 'fango', lodo que se forma en lugares donde hay agua detenida, entorno ideal para los hipopótamos, se reduce a la acepción más negativa de vilipendio o difamación, para hacer creer que tal afrenta llena todo quehacer de la sociedad, personas y actuaciones. La 'casquería', de gran aprecio y valor gastronómico, ha sido rebajada a la designación despectiva de lo más cutre y escandaloso en el ámbito político y relegada a las 'cloacas', tanto que ya protestan vísceras y entrañas y proponen soluciones como dejar de dar morcilla, morderse la lengua y no pisar el callo. En el momento de redactar esta columna salta desde la tribuna el 'bulo', —según la RAE, noticia falsa, propalada (no es una errata) con un fin determinado—. Sus sinónimos son, entre otros muchos, engaño, embuste, patraña, infundio o trola, y sus antónimos —compruébenlo en el Diccionario— sólo uno: verdad. Se etiquetan personas: 'facha', 'progre'; se simplifican condiciones vitales: 'Mena', 'ilegal'; se omiten vocablos: 'rearme'; se redefinen otros: 'felón'; se prefieren frases incendiarias que distraigan o mensajes impactantes que aturdan, por poner ejemplos de algunas de las manipulaciones lingüísticas del momento.
Es así cómo las palabras, que son cauce de conocimiento hacia la verdad, materia de belleza en la literatura y expresión de las mejores aspiraciones, deseos y sentimientos humanos, son convertidas, por un uso malversado y pervertido, en comadres del insulto y la mentira. No son sólo material fónico, sino pura esencia humana. De ahí su magnitud y también la utilización interesada que el poder, político o social, hace de ellas.
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