MIRAR Y VER
Migrante
Nadie elige su existencia, ni todos corremos la misma suerte
El Papa pide no cerrar la puerta a los inmigrantes tras el revés judicial al protocolo para deportarlos a Albania
El Papa Francisco, en el Vaticano este miércoles
Tengo un nombre que me identifica, una nacionalidad, me muevo con libertad en mi país, no siento peligrar mi seguridad, puedo viajar sin problemas a cualquier parte del mundo, estoy aquí porque quiero y porque puedo, nada ni nadie me obliga a permanecer o ... a marcharme. Mi nombre me identifica y eso basta.
Nadie elige su existencia, ni todos corremos la misma suerte. La pobreza, guerras, persecuciones, catástrofes naturales, falta de posibilidades de vivir la vida que todos nos merecemos, obligan a muchas personas a dejar su tierra, su hogar, a la familia y amigos. Son migraciones forzadas. Huyen del miedo y la desesperación, que las empuja a emprender un viaje incierto, a veces a ninguna parte, cuando las fronteras se erigen en final del trayecto, o el mar, -el mismo que para nosotros es vacación y disfrute-, se traga los sueños y se torna un cementerio en el que demasiados descansan en paz.
Insensibilizados e indiferentes, nos volvemos cómplices de las palabras que clasifican y prescriben destinos: inmigrante, emigrante, refugiado, deportado, asilado, desplazado, indocumentado, ilegal, etiquetas que despojan y convierten la humanidad en mero ordenamiento. Las palabras, anuladas de su belleza y verdad, excluyen, denigran, roban y destruyen la dignidad esencial de todo ser humano. Se llenan las bocas de discursos hipócritas de integración y ayuda, pero se les quiere lejos de casa: campos de internamiento fuera del espacio europeo como medida para resolver la inmigración irregular.
¿Hemos perdido la cabeza? Hemos extraviado el corazón. Estos centros de internamiento me parecen una atrocidad. ¿Quién creemos que somos?, ¿quién piensa poder elegir por otro adónde ir, en qué lugar rehacer su vida?, ¿cómo alguien se atreve a internar a personas, retenerlas, quitarles la libertad? Pagar por sacar del territorio a aquellos con quienes no se desea compartirlo es «trata» de personas, un atentado contra los derechos humanos, universales, inviolables e inalienables, una deshumanización que confunde la razón hasta el punto de la crueldad.
La ínclita Europa, la creadora de la Declaración por antonomasia, el sabio y culto bastión de la sabiduría y el Derecho. Privación de libertad, internamiento, como si fueran delincuentes. Un ejercicio obsceno de poder: deportados y retenidos por ser inmigrantes. Siempre me he preguntado cómo fue posible el exterminio nazi, que nadie se diera cuenta de lo que ocurría, que solo algunos, historias heroicas, reaccionaran para impedirlo. Que cada uno es hijo de su época es cierto, pero en todo tiempo ha habido personas que han mirado críticamente su momento presente, que no se han acobardado y que han elegido lo verdadero, justo y bueno, alejándose de la necedad o de la barbarie. Es tiempo de reaccionar. La voz del Papa Franciscose alza para recordar que «no se puede cerrar la puerta a los inmigrantes», acoger, acompañar, promover e integrar es la hoja de ruta, que abre un camino de esperanza. No es su problema, nada humano nos es ajeno. Ya no es posible quedarnos impasibles, porque están aquí y la realidad nos compromete. El encuentro con ella debe hacernos caer en la cuenta de que lo verdaderamente humano es descubrir el vinculo que indefectiblemente nos une unos a otros, «carne de mi carne», hermanos.
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