Mirar y ver
31 de julio
Esta noche, tan igual a su homóloga invernal, nadie comerá uvas ni brindará, pero sí que antes nos habremos despedido varias veces
Nana del niño del agua
Docentes y la corrección lingüística
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Iniciar sesiónQue julio no es diciembre, ni septiembre enero, lo dicen las estaciones y el calendario. Pero la realidad, esa que se impone sin consultar, la que enseña a golpes de sí misma, la que supera la ficción y lo establecido, es que el ... año tiene dos finales: el 31 de diciembre y el de julio y que, aunque sólo el primero ostenta el título con propiedad, en tal día como hoy, en este 31 de canícula, también el año se acaba.
Ya lo advertía el perspicaz Quevedo: «no cuentes por los cónsules los años;/hacen tu calendario tus cosechas» y al 31 de julio se llega después de una carrera contra el tiempo. Los días anteriores han avanzado aprisa, como si huyesen de una amenaza irremediable. Hay que concluir, acabar antes del cierre, laboral, del curso escolar y universitario, de plazos administrativos, subvenciones, contratos, convocatorias, tareas y afanes.
Todo apremia, como si hubiese que rendir cuentas o acumular resultados con los que negociar y ganar una tregua, más que necesaria, para descansar. Así son los finales: tumultuosos, agitados, intensos, siempre esperanzados. A pesar de todo, nos gustan, felices o nostálgicos, el último capítulo, la última página, el último sorbo, el último día, porque marcan sentido y destino, porque finalizar es siempre lograr, alcanzar, llegar.
Esta noche, tan igual a su homóloga invernal, nadie comerá uvas ni brindará, pero sí que antes nos habremos despedido varias veces, habremos deseado, otras tantas, un buen verano, como si fuese eterno lo porvenir condensado en tan solo cuatro semanas. Nos quitaremos el reloj, pensaremos y olvidaremos, a la par, lo que se quedó por hacer, que ya llegará septiembre con sus prisas. Porque mañana amanece en suspenso, «cerrado por vacaciones», y no hay mejor sensación que la del cese del tiempo y comprobar, con Lope de Vega, que «del tiempo huye, lo que el tiempo alcanza».
Llega agosto, que toma aire y distancia. La ciudad y sus habitantes duermen o disfrutan la pausa. Se cerrará el correo, el teléfono y la agenda, los negocios acortarán horarios o bajarán persianas, el tráfico fluirá solitario. Córdoba se vaciará, tranquila entre la calima y la calma, el aire acondicionado y la chicharra, reina y señora de sus calles y plazas. En medio del sofoco, Pablo poeta recita en su patio de flores y agua: «cuando el verano extiende su ardor por las colinas./La noche se llenaba de olores de membrillo,/y mientras en mis manos tu corazón dormía,/perdido, acariciante, como un beso lejano,/el río suspiraba...».
Llega agosto, que escribe entre paréntesis y transcurre entre guiones, borra interrogaciones, asegura el punto y aparte, ignora el punto final, se prodiga en exclamaciones, lee lo que acontece sin urgencia y se mantiene en los puntos suspensivos hasta agotar la última consonante, como cuando las palabras se resisten a concluir y a dejar paso al silencio. Feliz descanso.
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